Veinticinco años sin Fuster

Los consejeros de la Generalitat de Cataluña, cuando toman posesión del cargo, no deberían jurar siquiera lealtad al presidente y al país. Se deberían comprometer, también, a hacer más viajes al País Valenciano y las Islas que a Madrid. A los consejeros valencianos y baleares también se lo recomendaría, claro. Y no por pancatalanismo o buen gusto, no, sino porque es obvio que los agravios y las reclamaciones de unos y otros se parecen tanto como la lengua que hablamos. Ya sé que el artículo 138 de la constitución española prohíbe expresamente federarse a las comunidades autónomas y que una interpretación afinada de las sagradas escrituras puede llegar a encontrar inconstitucional bajar a hacer una paella a la Malvarrosa, pero habría que asumir el riesgo.

Obviamente, no sólo nos unen agravios, reclamaciones y lengua. Hay, también, intereses, proyectos, ejes viarios, tradiciones y personajes. Personajes como Joan Fuster, por ejemplo, que mañana hará veinticinco años que se fue de vacaciones. Con esta excusa, Mònica Terribas logró ayer un hecho desgraciadamente excepcional: sentarse alrededor de una misma mesa a los consejeros de Cultura de abajo, de arriba y de las Islas: Vicent Marzà, Santi Vila y Fanny Tur. Se encontraron en el nuevo Museo Joan Fuster de Sueca, inaugurado el pasado mes de enero, un espacio fantástico que pone al alcance de todos la figura y el legado de quien ha sido el ensayista e intelectual valencianocatalán o catalanvalenciano más destacado del siglo XX.

Joan Fuster es de los que nunca entendieron que Barcelona no ejerciera de manera más desacomplejada de capital de los Países Catalanes, sobre todo desde el punto de vista cultural y de la catalanidad políticamente más inocua, si se me permite el oxímoron. ‘Una Barcelona «centralista» y como Dios manda aceptaría estas eventualidades periféricas y las integraría. Pero Barcelona ni es «centralista» ni es casi nada… Y, sin embargo, Barcelona es un «centro»: una plaza de mercado. […] Tal vez Barcelona no existe, ni existe Valencia. Probablemente no existimos… ‘, escribía con el escepticismo habitual Fuster. Una vez más, sólo el lastre del franquismo explica esta tendencia automutiladora que nos caracteriza.

Pero Fuster demostró con sus textos y su manera de hacer y de actuar que las barreras entre los territorios de habla catalana son mentales y que si se borran, tu país se hace más ancho y sobre todo más rico. Lluís Llach lo explica perfectamente en el libro de entrevistas ‘Ser Joan Fuster’: ‘Nosotros estábamos acostumbrados a ser catalanes pequeños, y él nos abrió la puerta de una catalanidad mucho más compleja, mucho más amplia, mucho menos egoísta, mucho más plural, muy diferente. […] Muchos catalanes del Principado no se dan cuenta de que nuestro proyecto, sólo catalán, sin los Países Catalanes, es muy pobre, se acaba muy pronto. En cambio, el proyecto de futuro de los Países Catalanes es muy estimulante, porque es más complejo y más rico. Y la maestría de Fuster es capital’.

Desde Sueca, Fuster construye un puente con el Principado por donde circulan personas, textos e ideas de manera generosa y continuada. Cuando conviene viaja a Barcelona, ​​pero el resto lo resuelve por carta (¡qué grandes epistolarios nos ha dejado!), por teléfono y recibiendo a todo el que llama a su puerta de la calle de Sant Josep. Las tertulias en casa Fuster eran famosas, con cazalla y whisky abundante y sin hora de terminar. De la manía de arreglar el país, como decía él de hacerlo, se podía pasar a cualquier otro tema, porque Fuster era de los que podían hablar con conocimiento sólido tanto de música clásica y literatura, como de lengua, filosofía o política internacional.

Dicen que el mejor homenaje que podemos hacer a un escritor desaparecido es leerlo. En el caso de Fuster, será en beneficio propio, porque leerlo o releerlo es un auténtico placer. Hay textos para elegir. Poesía, poca y desconocida. Aforismos, para descubrir que Fuster ya hacía tweets décadas antes del invento revolucionario. Artículos periodísticos, entre 3.000 y 4.000, incluidos algunos que deberían ser de lectura obligada en las facultades. Las cartas anteriormente mencionadas, deliciosas e imprescindibles para entender una época. Ensayos de todo tipo, tales como ‘Contra Unamuno y los demás’ (Península, 1975), donde ataca los tópicos del españolismo liberal entonces, todavía actual por falta de evolución tanto de los tópicos como de los españolistas. Afortunadamente hay mucha literatura sobre Joan Fuster aparecida estos últimos años. Para quien quiera iniciarse, recomiendo la reciente antología preparada por el periodista y escritor Xavier Aliaga, ‘Fuster para ociosos’ (Sembra Libros). Encontrarán el Fuster esencial, siempre actual, siempre imprescindible.

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