Voz o salida

En un espléndido ensayo que lleva por título el de este artículo, Albert Hirschman explica que en toda sociedad, grande o pequeña, si los miembros no ven recogida su voz, optan por «salir», y que esta salida puede ser de muchos tipos: interior, ausentándose del mundo, o bien exterior, cambiando físicamente de sociedad o cambiando la sociedad a que pertenecen. Lo que en ningún caso hay nunca es una aceptación y basta de la mordaza que no tenga consecuencias, que son siempre peores que las resultantes en caso de darle voz.

Alguien en España debería leer el ensayo y sacar conclusiones. Respecto al pasado conocido, viendo que silenciar Cataluña vía Tribunal Constitucional y negando lo que se había votado en referéndum llevó al independentismo actual. Y, de cara al futuro, intuyendo qué podría pasar si, por los medios que fuera, se nos negara la posibilidad de un referéndum. Voz o salida. Y mil maneras de expresarlas ambas.

Desde el unionismo se argüira que también nosotros les queremos negar la voz. Pero eso no es simétrico. Una cosa es negar a quien sea la libertad para elegir su futuro y otra es negar a un tercero que se lo decida. Esta negación, que nadie pueda decidir el futuro de otro, es consustancial a la libertad humana. El futuro o lo eliges o te lo eligen. Nosotros no hablamos de elegir el syou sino el nuestro; ¡ellos, de decidir el suyo y el nuestro!

El Estatuto que nos negaron ya iba de eso. Muy resumidamente podríamos decir que reclamaba dos principios muy simples: el de subsidiariedad y el de ordinalidad. El primero supone poder hacer las cosas al nivel más cercano al ciudadano que sea posible y sólo pasarlas a un nivel superior si lo puede hacer de manera más equitativa y eficiente. Negar este principio supone instaurar la ineficiencia como norma. Algo tan irracional que cuesta explicar por este mundo; por ejemplo en Europa, donde el principio de subsidiariedad es la norma básica de la Unión Europea.

En cuanto a la ordinalidad, es decir, al hecho de garantizar que quien ayuda un tercero no puede terminar en peor situación que éste, parece tan básico que no aceptarla supone instaurar la injusticia por decreto. Por lo tanto, negar al pueblo de Cataluña el Estatuto que refrendó supuso no sólo cargarse el equilibrio territorial previsto en la Constitución que dicen defender sino también instaurar la arbitrariedad, la ineficiencia y la injusticia como principios rectores del Estado.

¿Puede funcionar correctamente algún estado bajo estos principios más propios de Alicia en el país de las maravillas? Obviamente, no. No puede funcionar. Esto es lo que dicen todas las estadísticas europeas que España encabeza: las de pobreza infantil, abandono escolar, paro juvenil, corrupción, ineficiencia administrativa …

En ‘Por qué fracasan los países’ Acemoglu y Robinson explican que la razón principal de este fracaso es la falta de calidad institucional. No hace falta decir nada más. El franquismo se erigió a partir del «Muera la inteligencia» del fundador de la Legión. Unamuno le respondió que tal vez vencerían pero no convencerían. Y así seguimos. Con más voluntad de vencer que de convencer. No con la razón y la justicia como principios rectores, sino con la imposición y la arbitrariedad. Las dos máximas del poder absoluto; el poder de los gulags interiores y exteriores.

Porque si dar voz supone perder, ¿qué es lo que se pierde? ¿De qué poder o privilegio hablamos?

Voz o salida. Es evidente que de una manera o de otra nos marcharemos. Lo más inteligente sería buscar cuál puede ser una mejora de Pareto: que gane alguien sin que nadie pierda. Nada más fácil en un estado como España, ya que ya no quedan lugares en los rankings para ir más abajo. Por lo menos, en el seno de la Unión Europea. Aún queda, esto es cierto, la posibilidad de caer en los rankings mundiales. Al de calidad institucional, por ejemplo, España ya está cerca de Tanzania.

Por todo ello, la desconexión catalana no espera una ley de transitoriedad. Ya es un hecho. España dejó de ser un proyecto compartido desde que nos negaron la voz y anímicamente en marchamos. Y eso, que no lo podrían detener ni con los tanques, paradójicamente podrían llegar a pararlo dándonos la voz que nos negaron; atendiendo a las palabras que les dirigimos. Pero eso, seguramente, supondría dejar de ser España; el reino que más territorios ha visto marchar a lo largo de su historia.

ARA