¿Dónde está Wally?

No hacía mucho que se había iniciado la Dictadura de Primo de Rivera y, tal y como corresponde a todo régimen autoritario español, quien primero recibió fue Cataluña, su lengua y cultura y sus instituciones. En 1924, sin embargo, se hizo público un manifiesto de intelectuales castellanos en defensa de la lengua catalana, firmado por personalidades tan destacadas como F. García Lorca, R. Menéndez Pidal y el monovero (de Monèver) Azorín, entre otros. Tres años después, Francesc Cambó patrocinó en Madrid una exposición del libro catalán, «organizada» por intelectuales de allí, entre los que figuraban firmantes del manifiesto mencionado. Terminada esa etapa, en 1930, intelectuales catalanes agradecieron aquellos gestos invitando a colegas suyos «castellanos» a visitar Cataluña, donde fueron objeto de todo tipo de atenciones durante varios días y visitaron el ayuntamiento y la diputación de Barcelona -establecida entonces en el Palau de la Generalitat-, el Instituto de Estudios Catalanes, la Biblioteca de Cataluña y el Ateneu Barcelonès, entre otras instituciones y entidades.

Fue con motivo de esta expedición a Cataluña, encabezada por el presidente de la Real Academia Española Menéndez Pidal, cuando, el 27 de marzo, el futuro presidente de la República, Manuel Azaña pronunció un discurso respetuoso con la voluntad de los catalanes, discurso que incluía este párrafo, con una posición de la que iba a desdecirse pocos años después: “Y he de deciros también que si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera remar ella sola su navío, sería justo permitirlo y nuestro deber consistiría en dejarlos en paz, con el menor perjuicio posible para unos y otros, y desearos buena suerte, hasta que cicatrizada la herida, pudiéramos establecer al menos relaciones de buenos vecinos”.

Perdida la guerra y ya en pleno franquismo, en 1964 tuvo lugar un encuentro de 25 intelectuales de las dos culturas y países, en la Ametlla del Vallès, acogidos por el mecenas Fèlix Millet (¡padre!). El año siguiente, en Toledo, se reprodujo un encuentro similar y, en 1966, con motivo de la ‘caputxinada’, ochenta intelectuales españoles firmaban el manifiesto «Homenaje a Cataluña», con nombres tan destacados como Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo o Enrique Tierno Galván. Y todavía una nueva reunión tuvo lugar, en 1971, en Can Bordoi en Llinars del Vallès. En estos eventos, por parte catalana eran nombres clave personalidades como Marià Manent, Josep Benet, Jordi Carbonell o Josep M. Castellet, entre otros.

Y, bajo el gentilicio de «castellanos», sinónimo realmente de «españoles», se cobijaban todos los que no eran catalanes. En la práctica, pues, era el reconocimiento de que España era Castilla y sólo esta era, de hecho, España. Desde allí se admiraba el carácter liberal, democrático, moderno, abierto y cosmopolita de la sociedad catalana y se aspiraba a que este comportamiento cultural colectivo pudiera extenderse a todo el Estado. No se trataba tanto, pues, de un apoyo decidido al carácter nacional del pueblo catalán y su cultura, sino de concebir a Cataluña como la herramienta regeneradora, modernizadora y democratizadora de España.

Diez años después, en Sitges, tuvo lugar aún un nuevo encuentro, promovido por el consejero Max Cahner desde la Generalitat. Aquí, ya en democracia y, por tanto, con Generalitat, las sesiones tuvieron un carácter más político y quizás ahora haya que recordar lo que Jordi Carbonell me explicó de la intervención de José Luis Aranguren para que, en suma, resume muy bien el drama de siempre, con respecto al apoyo de la intelectualidad española al pueblo catalán y a sus derechos culturales y políticos: “Llevan ustedes toda la razón, pero a ver quién es el valiente de nosotros que se lo cuenta a los nuestros”. Para un hombre tan íntegro como Aranguren, los catalanes no formábamos parte de «los suyos» y, él mismo, brioso en otros ámbitos y causas como en la diversidad religiosa y en la defensa de la democracia, no veía recorrido a una defensa pública de Cataluña en España.

Más recientemente, al presentar el estatuto aprobado por el Parlamento en las cortes españolas, en 2006, Òmnium Cultural y otras entidades hicieron un llamamiento a los intelectuales españoles, a la gente liberal, de mente abierta y democrática, para que acudieran al Círculo de Bellas Artes a apoyar el acuerdo parlamentario catalán que sólo tenía el rechazo del PP. Hay que reconocer que formaron todos, como un solo hombre, ya que sólo acudió un solo hombre y nadie más: Santiago Carrillo y para de contar…

Con el paso de los años, a medida que ha ido creciendo el sentimiento independentista de la sociedad catalana, expresado siempre de forma pacífica y democrática, uno se pregunta ¿qué ha sido de toda aquella gente progresista? ¿Dónde están, qué dicen, qué piensan, qué hacen, qué defienden toda aquella cuadrilla numerosísima de actores, actrices, cantantes, músicos, escritores y artistas que, primero cerca del PCE, más tarde del PSOE, aparecían como amigos de Cataluña y expresión máxima de la progresía hispánica? ¡Qué cantidad tan enorme de recursos hemos destinado a hacer exposiciones, ciclos de conferencias, debates, mesas redondas, jornadas, congresos, gastos de hotel, viajes, comidas, cenas, etc., absolutamente malogrados! De otro modo nos habrían ido las cosas si en lugar de hacer pedagogía en España lo hubiéramos hecho en Cataluña… No tengo ninguna duda de que el ritmo del proceso actual se habría acelerado muchos años antes.

¿Dónde está, no ya la gente de izquierdas de España, sino la gente liberal, culta, de cultura democrática y respetuosa con la diversidad? Curiosamente, entre el desierto de solidaridad catalana que es el Estado español de hoy, dos de los nombres amigos son gallegos (Suso de Toro y Antón Losada), dos más madrileños (Ramón Cotarelo y Juan Carlos Moreno) y un andaluz (Javier Pérez Royo). Carlos Enrique Bayo, hijo de Eliseo Bayo y Lidia Falcón, es nacido en Barcelona, habla catalán y ha sido pionero en el descubrimiento de la operación Cataluña, desde las páginas del diario digital ‘publico.es’.

Como suele ocurrir en estos casos, seguro que me dejo alguno, involuntariamente. Pero la nómina de la dignidad en el respeto a la voluntad catalana, en España, no va mucho más allá. En catalán, quien calla, no dice nada. Pero, en español, aseguran que «quien calla, otorga», Es decir, reconoce, confiesa, asiente desde el silencio porque coincide con la opinión pública española mayoritaria. Sin embargo ¡qué paisaje más desolador! Empapados por el nacionalismo español más intransigente, étnico y esencialista, incapaces de ejercer de conciencia crítica ante sus compatriotas, ¿que harán, qué dirán, cómo se justificarán cuando nosotros dejemos de formar parte de España? ¿Con qué autoridad moral y qué fuerza ética se atreverán, entonces, a levantar la voz? ¿Para decir qué? ¿Dónde está la intelectualidad española no ya solidaria, sino al menos respetuosa con Cataluña? Como mínimo cuesta encontrar a Wally, pero siempre existe el consuelo de que, al final, buscando, buscando, lo localizas entre la multitud…

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