Y a más mar, más vela

– No conozco esta ley – dijo K.

– Peor para usted – dijo el vigilante.

– Sólo existe en sus cabezas – dijo K .

– Ya notará sus efectos.

Franz Kafka, El proceso (1925)

 

Farsa o tragedia -cuando la historia se repite-, quien nos iba a decir que el último estado de excepción del franquismo se produciría, performativamente, en 2017. ¿Quién nos iba a anticipar, metafóricamente, que el edificio histórico de la UB volvería a ser epicentro estudiantil, con gritos antiguos, de la defensa de las libertades democráticas más elementales. Quién iba a preludiar por dónde trajinaria un lenguaje bélico kafkiano: que el cuerpo del delito serían urnas, que se decomisarían papeletas, que se desarticularían referendos y que un país entero sería acusado de sedición. Quién podía vislumbrar como volverían retumbando de nuevo, tan lejos y tan cerca, las palabras precisas de Espriu: «Anatema contra el escriba que vende la pluma a caballos victoriosos y se envilece a ensalzar, por oro o por temor, el sable y el triunfo […],

Noticias de Cataluña, bajo excepción vergonzosa: nuevas detenciones políticas, preguntas prohibidas, el 75% de los alcaldes procesados, webs represaliadas, multas millonarias, gobierno intervenido, imprentas saqueadas y sedes de partidos asaltadas policialmente sin orden judicial. No-Dos en color posmoderno, anómalos asedios alegales y barcos represivos de demasiado mal recuerdo en el puerto de Barcelona. Y los Galinsoga de turno del XXI – «Todos los catalanas son una mierda» – haciendo ‘mainstream’ mediático. Off de Soraya Sáenz de Santamaría, ventrílocua de un fiscal que se llama Maza, a un periodista presuntamente izquierdoso: «Vamos a aplastarlos«. Y sí; si esto va de democracia, es porque va todo de dignidad y resistencia. Y viceversa. Llueven mentiras, el Estado de Derecho transmuta peligrosamente en feudal Derecho de Estado y se convierte en autoritario Estado de Derechas: la siempre siniestra Razón de Estado contra la siempre persistente razón democrática de la libertad política catalana. «Escucha, España»: los únicos movilizados en la calle en defensa de la estrategia neuróticamente represiva de un Estado tumultuario son cuatro cachorros de la extrema derecha más cruel y criminal. Sinopsis sintética: si en las Cortes madrileñas un tripartito urde el búnker de Estado, en Cataluña son cuatro recogidos ultraderechistas. Y la ley del silencio de unos cuantos, con mucho poder, que callan en complicidad.

Por eso resuenan cada noche repiques de vasijas, en los balcones que protestan cada noche a golpe de cacerola rebelde, mientras algunos mutis -o algunos ruidos- proviene de responsabilizar de la clandestinidad a quien la padece, no a quien la decreta. Así es la lidia mala de la mediocre postverdad españolista contra la autodeterminación catalana: convertir la víctima en verdugo, pervertir cada palabra, acribillar la política, judicializar la vida, reprimir la mayoría social, prohibir las urnas. Manual de guerra sucia centrado en el ritual inquisidor del miedo, a pesar habrá que decir que cuando un Estado sólo recurre al miedo y la amenaza significa que hace días -años o décadas, porque llegan muy tarde y muy mal- que ya ha perdido . El miedo -sí- atraviesa a todo el mundo, no jodamos. Y a todos -desde este diario hasta mi vecina pasando por uno mismo- nos pone ante el espejo. Pero más miedo, incomparablemente mucho más, nos debería dar que todo siguiera igual y nada cambiara. Que volvieran a pasar, que es lo que ya estamos evitando, desguazando el miedo.

¿Qué hacer para salir de él? Resistir. Persistir. Rememorizar todas las luchas compartidas que nos han hecho y moldeado. Recuperar las otras Cataluñas, seguramente las que habían quedado en los márgenes de la atronadora amnesia oficial. Recordarlo (rememorar cómo hemos salido de situaciones mucho peores) significa ejercer y ejercitar la memoria de la resistencia. Que sí, caray; que seguimos siendo -camino, polvareda, esperanza- el país de la huelga de los tranvías de 1951, de los 130 curas manifestándose contra la tortura por la Via Laietana en 1966, de los que quisimos detener una guerra llenando las calles en 2003. El país-espejo donde reencontrarse, hoy y a la capuchina, la dignidad todavía de la vida en común: nos quieren solas, nos encontrarán juntas.

Esto construimos estos días: estibadores dignísimos, campesinos con tractor, estudiantes en la calle, curas de pie, hackers hackeando censuras. Resistencia poliédrica y polivalente con un rumor de fondo que anuncia, en el país que ha avanzado a golpe de huelgas, que la huelga general sociopolítica -medio huelga general, medio lock out– se empieza a perfilar como respuesta de país y calle. Rememorizar de nuevo la huelga general de Sabadell febrero de 1976: la que expulsó -mucho antes de la intocable Constitución del 1978- el franquismo del mundo local. Memoria antídoto, sí: y no perder nunca perspectiva ante la extraña excepcionalidad política, jurídica y procesal a que nos quieren someter. Los pueblos siempre aguantan, escribía Gilles Perrault, porque resisten siempre quince minutos más que el Estado que, en nombre de Anubis, los niega, proscribe y persigue. De eso van las semanas que vendrán, que preconfiguraran -involución o avance- el futuro que tendremos y que nos jugamos estos días.

A la intemperie, sólo aparentemente, una batalla desigual. Pero no: dependemos fundamentalmente de nosotros mismos. De cada uno: nos tenemos mutuamente, no lo olvidemos. ¿El único utensilio para la libertad? La fortaleza ética de la gente: una sabia combinación equilibrada de calma serena, inteligencia en común, generosidad cada gesto, sólida determinación y continuada desobediencia pacífica no-violenta. Una paciencia, cabeza fría y mano solidaria, desbordante y terca contra cualquier trampa y provocación. Y con las luces largas puestas: alma fusteriana, lo que no hagamos ahora nosotros, será hecho contra nosotros después. Lo que se dirime -democracia o demofobia- es demasiado grave. Y eso que el qué -la frágil libertad- ya está más que decidido -y autodeterminado-. Ahora falta saber el cuándo y el cómo ante un Estado que ha optado por la violencia institucional para detener un proceso democrático. Sí. Este pueblo acabará decidiendo libremente -pacífica, democráticamente- cómo quiere que sea su presente y su futuro. Lo que ahora dirimimos contra la jaula del pasado y del miedo es cuánto tardaremos y a qué precio nos lo quieren hacer pagar. Por ello, toca resistir y resistir todo. Íntima y colectivamente.

A pesar del miedo contra el miedo, porque los mimbres son sólidos; la movilización, permanente; y los vínculos, ya indestructibles. Me recuerda mi madre, que me supera hace meses por la izquierda, cada día y en cada mensaje. Y cuando las madres se ponen a ello ya somos imparables. Ellas, que no se saben rendirse nunca, porque por ellas nunca ha sido ninguna opción. Somos hoy, aquí y ahora, de nuevo y más que nunca, una comunidad política en resistencia. Parafraseando el pregón de ayer de la amada Marina Garcés, llevamos toda la semana volviendo a nuestra ciudad. La que habitamos, la que nos habita, la que habíamos olvidado: «Sin la politización de la vida cotidiana no habría ni ciudad ni país». Ni presente ni futuro. Allí radica nuestra resistencia: en el gesto sencillo de la humilde decisión compartida de no retroceder. Todo no incluye siempre un sí. Decir no -como nos enseñaron las obreras de Magneti Marelli- significa no y después, desde la vulnerabilidad consciente, aguantar el tipo -resistiendo siempre- hasta donde sea necesario. Es lo que estamos haciendo desde hace años. Insubordinados democráticamente contra el miedo, en un acto continuado de afirmación, soberanía y resistencia. Lo haremos juntos, que significa juntos y al mismo tiempo. Y a más mar, más vela; como nos susurraba ayer Marina. Indesinenter (*). Cuando ya no nos rendiremos porque ya lo hemos desaprendido. Lo habéis conseguido: ya no lo sabemos.

(*) https://www.viasona.cat/grup/raimon/nova-integral-edicio-2000-6-salvador-espriu/indesinenter