El viento sopla donde le place

Yo todavía era alumno de primaria cuando el régimen se autocelebraba con la propaganda de sus 25 años de paz. Aquella paz era el argumento supremo contra unas libertades que, decían, habían dividido España y la habían conducido a una situación tumultuosa. Otros, más jóvenes, recordarán los estertores finales de aquel régimen y las amenazas de catástrofes y violencia que, en la medida que existieran, eran provocadas por sus guardianes. Los cuarenta años posteriores a aquel final que tan poco tuvo de Götterdämmerung los he vivido mayormente fuera de España, convertido a otra sociedad y a unas ideas diferentes de las patéticas dosis de nacionalismo y autoritarismo que nos servían en la escuela y que los niños españoles y algunos catalanes de aquellas hornadas parece que no han eliminado de su sistema. Hoy estoy contento porque, cuando empieza a cerrarse el arco de mi vida escolar, veo cumplirse el sueño que me ha perseguido toda la vida: la transvaloración de los valores, que decía Nietzsche, y que hace que la catalanidad, que en los años cincuenta y sesenta era mirada de soslayo y tratada como una mácula, y que a lo largo de los casi veinticinco años de paz socialista se quiso enterrar bajo la imagen de un arcaísmo ruralizante y retrógrado, hoy no sólo estalle con el plumaje del cisne que había sido el pato feo, sino que por un instante representa la vanguardia de los valores universales de libertad, dignidad, determinación y solidaridad. Estos valores lo son efectivamente y no retóricamente porque han sido comprados con la prenda del riesgo personal por mucha gente a la que no han doblegado ni amenazas ni vacías declaraciones de amor ni apelaciones al interés más vil. Al poner a prueba la voluntad de cada uno, la revolución catalana ha centrifugado a quienes se movían por estas pasiones.

 

Cataluña se ha reencontrado consigo misma y el espíritu catalán, que el Dr. Trueta testimonió al mundo justo en el momento que parecía extinguirse, ya hace años que crece y se afianza y se manifiesta. Hoy este espíritu son los bomberos de Barcelona levantando una gran vela estampada con una urna y la palabra ‘democracia’, y son los cientos de músicos que entonan ‘Els Segadors’ ante la catedral. Son los escaladores de Osona que, para colgar un ‘sí’ bien afirmativo sobre el paisaje, se pasean como equilibristas de circo encima del abismo. Y son los estudiantes que, después de décadas, vuelven a convertir la universidad en un feudo de la resistencia a un Estado que confunde las armas con leyes. Y los abogados que se prometen defender a todos los imputados por sedición democrática, y las personas mayores que durante años han llevado el peso de esta revolución pacífica, religa las generaciones de la guerra civil y de los milenaristas que hoy alcanzan la edad de votar. Y son también los hermanos valencianos y baleares, y los roselloneses y los de la Franja que se manifiestan solidariamente por la catalanidad compartida en democracia. Hay país, porque el espíritu se reaviva. Y habrá país sean cuales sean los acontecimientos del domingo, porque este momento histórico no nos la arrebatará nadie. Y porque, pase lo que pase, nadie podrá volver a cerrar el espíritu en un cuello de botella.

Aquellos que, viviendo en Cataluña, hacen la vista gorda a la represión o la vitorean son mentalidades aniñadas por años de servidumbre y dependencia. Es gente incapaz de concebir la libertad más allá del bajo techo de su conciencia limitada por una historia de la que algún día creyeron ser los agentes cuando en realidad se la hicieron. Son conciencias limitadas por una autoridad de la que se creen partícipes porque les ha quitado la imaginación necesaria para rebelarse. Hoy los partidos del régimen se han multiplicado, pero la impresión es la misma que cuarenta años atrás. Son mentalidades apolilladas y recluidas en actitudes bunquerizadas, con un concepto sorprendentemente orgánico de la democracia: posiciones residuales que luchan por conservar los privilegios de la injusticia que han administrado durante demasiado tiempo y que hoy ya no encuentran más refugio que la reacción ante una historia que se les vuelve en contra.

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