Esperando que Rajoy proclame la independencia

«Si sale bien, la declaración de independencia comenzará en la Moncloa»

La jugada es arriesgada porque hace el empate inviable: o el éxito, o el fracaso. Carles Puigdemont comparecía ayer con la necesidad de contentar al votante del 1 de octubre y de mantener el consenso político y el relato en el exterior. Y decidió poner en riesgo el valor más consolidado que tiene, el apoyo de la calle, por fiar todo a una opción: el error de Mariano Rajoy. La jugada es compleja, pero se basa en una realidad estadística: todos los pasos que ha dado Rajoy en el Proceso han sido un error estratégico. Si sale bien, la declaración de independencia comenzará a la Moncloa. Si sale mal, el Proceso queda seriamente tocado y veremos si suspendido durante años.

Puigdemont pone en riesgo el capital ganado el 1-O. Hay fe en los movimientos de un presidente que prometió hacer un referéndum y cumplió la promesa, pero también hay decepción: es difícil decir a la gente que se jugó el físico para votar por la independencia que, de momento, aquellas papeletas no sirven para nada. Y la decepción también se veía en las caras de la gente que esperaba cantar victoria en el paseo Lluís Companys, en la de Jordi Cuixart y en el malestar de la CUP. El destino de la jugada comenzará a intuirse pronto, y de los siguientes movimientos de Puigdemont dependerá tener aglutinado todo este bloque o perderlo.

El propio presidente ha pedido «semanas», un período incierto -se había llegado a hablar de seis meses- para decidir si finalmente se aplica la DUI o no. Y las semanas sirven para obligar a Rajoy a moverse. Puigdemont le quita al presidente español la oportunidad de aplicar el artículo 155 de la Constitución y justificarse ante Europa diciendo «La sediciosa Cataluña me ha obligado».

Ahora Rajoy se encuentra en una dicotomía: o acepta el diálogo o sigue con la represión. Optar por el primer caso significa perder su España, la que le reclama mano dura. Necesita un gesto de mínimos, devolver la economía, devolver los Mossos, retirar querellas y abrirse al diálogo. Esto haría que Europa hablara de un «asunto interno».

Pero no está dispuesto a hacerlo, caerá en la trampa de la vía represiva, que significa perder Cataluña. Parte del Estado entiende que Puigdemont proclamó ayer la independencia, sin matices. La duda es si aplica el 155 de la Constitución -convertido casi en un tótem del españolismo-, si utiliza otros mecanismos de dureza extrema -como el estado de excepción, artículo 116- o si sigue aplicando la suspensión autonómica por fascículos .

Y aquí entra en juego lo que dijo ayer Donald Tusk: «La fuerza del argumento es mejor que el argumento de la fuerza». Europa no regala nada, pero ayer Puigdemont le concedió un deseo poniendo en riesgo su capital político. ¿Suficiente? Debería ser suficiente para iniciar un simple diálogo, y si Rajoy se niega a la mediación, la vía unilateral tendrá aún más legitimidad. Puigdemont ha movido su ficha más valiosa y el riesgo es alto. Un todo o nada.

ARA