Catalanofobia: aquel detallito insignificante

España -y conste que ahora no hablo del Estado, sino de la mentalidad española en general- parece haber sido incapaz de asumir que en Cataluña hay, al menos, un par de millones de personas que no se sienten españolas, y quizás algunas más que no se sienten mucho. Esto depende, evidentemente, de cómo empleemos las herramientas de la demoscopia, siempre más cercanas al viejo arte de la prestidigitación que al aburrido rigor científico. Si usted quiere, por ejemplo, que nunca aparezca una mayoría soberanista entre sus porcentajes truculentos, simplemente divida la cuestión en cuatro o cinco ítems. Es todo ese reguero confuso de sentirse «más español que catalán», «más catalán que australiano, pero un poco gallego», etc. Resultados asegurados, oiga. Es imposible que le salga nada claro y concreto: podrá afirmar o negar lo que le apetezca. En todo caso, con trucos o sin ellos, toda esta multitud a la que hacemos referencia existe.

Hasta ahora, este hecho se ha tratado de disimular apelando a hipótesis cada vez más inverosímiles. Primero fueron los poderes paranormales del presidente Mas, un hombre capaz de hipnotizar a todo un país. Una vez Mas dejó el poder, la antorcha pasó a TV3, que retransmitía supuestas manifestaciones multitudinarias pero que, como todo el mundo sabe, nunca existieron. Después, la conjura de los maestros que aplican electrodos a los niños de P4 para que aprendan a odiar a los españoles. Finalmente, han llegado los rusos; pero no es descartable que un par de días antes de las elecciones coloniales del 21-D se demuestre también que hay una conjura extraterrestre para destruir España. ¿Exageraciones mías? Bueno, observando con atención la visión delirante del mundo de la ministra Cospedal -si no han escuchado el audio de la semana pasada, recomiendo que lo hagan inmediatamente- esta nueva hipòtesis no es en absoluto descartable.

¿Cuál es la razón de fondo, la más profunda, de todos estos argumentos extravagantes? Se trata de hacer ver que se está apuntando -sea figuradamente o con pelotas de goma- contra personas concretísimas, no contra una colectividad, porque esto suena a hechos muchos feos e históricamente conocidos que siempre terminan de una manera trágica. Quiero decir que no es lo mismo acusar a Mas, o a Puigdemont, o a Junqueras, o a TV3, o a los servicios secretos rusos, que acusar a millones de personas por el solo hecho de no comportarse como ellos quisieran. Al endosar la culpa a Putin, o a Maduro, o a Lee Harvey Oswald, uno se ahorra una actitud que, actualmente, ya es poco homologable. En este sentido, me pareció menos honestamente esclarecedora la reacción de las personas que se despedían de la Guardia Civil como si fueran a un territorio ajeno, a una colonia que no entendían como algo propio sino más bien como algo en propiedad. aquellas ‘performances’ etnicistas no fueron denunciadas por casi ningún intelectual español (y esto hace que las excepciones, que existieron, resulten aún más loables).

Aparte de hilarante, la esperpéntica historia de una ministra de Defensa española tragándose que Carles Puigdemont era un espía ruso pone sobre la mesa un hecho que, a fuerza de reiterarse, se ha acabado considerando superfluo: el de la catalanofobia. Todo eso no nació con el Proceso; ni tampoco con el Estatuto de 2006, ni con cosas recientes ni coyunturales: las opiniones de Quevedo sobre los catalanes, por ejemplo, que en realidad constituyen transposiciones exactas de los lugares comunes antisemitas de la época, no son algo de anteayer. La cuestión de la catalanofobia es ciertamente delicada, y por eso se ha obviado siempre como si se tratara de una vaguedad imposible de combatir legalmente. En el año 2000 Francisco Ferrer Gironès publicó un libro muy bien documentado que se titula justamente así, ‘Catalanofobia’, Y que les recomiendo. La clave última para entender la credulidad inverosímil de Cospedal la encontrarán allí, no en cosas que han pasado hace cuatro días.

Por desgracia, es más probable que un ministro español del PP pueda llegar a creerse que el presidente de la Generalitat es un espía ruso antes de asumir la idea de un Estado plurinacional. De ahí se han derivado conclusiones diferentes, incluso antagónicas, que van del discurso de la pedagogía hacia España hasta la de la inexorabilidad de la secesión. La cuestión de fondo, que no está ligada a ninguna cuestión política concreta, sino a una mentalidad muy arraigada- se sigue dejando de lado, o bien se da la vuelta en forma de acusación inversa. Es aquello de denunciar que te han hecho daño en la muñeca porque, cuando los estabas apaleando con una porra, no se estaban quietos.

ARA