¿Servir a la República?

Probablemente lo más impactante de los acontecimientos sucedidos en estas últimas semanas ha sido constatar que el ordenamiento jurídico español ha tratado a los máximos responsables de un proceso de secesión pacífico y democrático con la misma consideración que si fueran terroristas, y que buena parte de los gobiernos de las democracias liberales y de las instituciones de la UE han apoyado al reino de España en el momento de adoptar esta solución. Quizá esta circunstancia, al margen de consideraciones de ‘realpolitik’, tiene ciertamente que ver con lo que significa una independencia y la creación de un Estado: la sustitución de una entidad que ejerce el monopolio legítimo de la violencia física por otra que presenta la misma condición. Y, en este sentido, por mucha legitimidad democrática que hubiera acumulado la causa catalana en el momento decisivo en el que se declaró la República, el 27 de octubre, las autoridades del país no mostraron ningún indicio de disputar el aludido monopolio a las autoridades españolas que afianzaron su control sobre el territorio y la población a través de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y que además, a través de la fiscalía y de su aparato judicial, terminaron imputando al gobierno de la Generalitat tipos delictivos asociados a una violencia (rebelión) que en ningún momento se produjo en las acciones de los dirigentes catalanes. Más bien habría que entender que el encarcelamiento del vicepresidente y de un buen número de consejeros se equiparó al acto de violencia que necesitaba el Estado español para afianzarse en su calidad de soberano.

¿Y ahora qué? A pesar de la profunda crisis que ha abierto la reacción desproporcionada de las instituciones españolas contra el autogobierno de Cataluña, la experiencia amargamente sufrida nos debe servir para dibujar las próximas fases del conflicto, el trauma al menos nos debe permitir reflexionar sobre de qué manera podemos servir mejor esta República aún no efectiva.

Las evidentes carencias en el orden de los factores de poder no significan que debamos desentenderse del trasfondo de legitimidad democrática que debe ser incontestable y que las elecciones del próximo 21 de diciembre nos deben servir para corroborar. Sigue siendo imprescindible asegurar un voto masivo favorable para las opciones independentistas y visualizar así, en votos y en escaños, una mayoría abrumadora que precisamente la fuerza desplegada por las autoridades españolas puede contribuir a consolidar en su torpe capacidad de despertar la indignación y el deseo de emancipación. España continúa sin presentar ningún proyecto atractivo para incitar a una mayoría de catalanes a optar por integrarse en el Estado y, por el contrario, fundamenta toda su estrategia en la amenaza, la sanción y la represión.

Pero en paralelo a la consolidación de la mayoría hay que trabajar en silencio los factores de poder en los diversos ámbitos (control del territorio, financiación y relaciones internacionales) que permitan erigir la nueva entidad soberana sin posibilidad de regresión. A diferencia de la fase precedente, en la que se suponía que se contaba con un aparato institucional para elaborar las conocidas «estructuras de Estado», en la nueva etapa estos mecanismos no tendrán necesariamente que ser construidos desde las instituciones, que de momento, y mientras esté vigente el artículo 155 de la Constitución Española, el independentismo no controla. La actuación deberá producirse en una combinación de iniciativas entre elementos públicos fieles al mandato del pueblo de Cataluña y elementos privados que sean capaces de coordinarse y de emerger en un próximo momento determinante.

No podemos olvidar que una serie de independencias en el pasado se han materializado desde fuera de la institucionalidad en las diversas dimensiones de mantenimiento del orden público, creación de un fondo de financiación o establecimiento de vínculos internacionales informales. Si otros pueblos, de Irlanda a Israel, lo consiguieron antes no es descabellado creer que una comunidad con el peso demográfico, económico y cultural, así como con un apoyo social a la independencia sin precedentes en el mundo occidental, también acabará por hacer realidad sus anhelos de libertad.

EL PUNT-AVUI