Independentistas paradójicos

Probablemente, quien más ha contribuido al crecimiento del independentismo catalán durante los últimos años no han sido los catalanistas sino -por el contrario- los españolistas de raíz. La chulería casposa del Aznar, la hipocresía compulsiva de Zapatero, o el desprecio burlón de Guerra y su cepillo pasado por encima del estatuto han convencido a mucha gente que -antes de ello- no quería o no podía creer que la independencia de Cataluña fuera posible.

 

Han colaborado también, y con entusiasmo, los dependentistas locales, haciendo gala de un sucursalismo tan indigno, de una subordinación tan poco atractiva, que mucha gente les puede haber dado la espalda por puro sentido de la dignidad. Los exabruptos de viejos ultras como el de Vidal-Quadras o de nuevos cachorros del españolismo como Albert Rivera, soñando en voz alta con las tropas españolas desfilando por la rambla no han hecho más que añadir condimento a una olla que ya hervía.

 

Y quizás es Rajoy, con su gesto de increíble torpeza, de escribir una carta a los jefes de Estado de la Unión Europea, pidiendo que se nieguen a aceptar Cataluña como nuevo Estado, quien ha alcanzado las cotas más sublimes de la estupidez política, y que ha hecho un favor más grande a la causa independentista. Si alguien, en Europa, aunque no sabía que esto de la independencia va de verdad, ahora ya lo sabe: el presidente de España se lo ha dicho alto y claro.

 

¿Cómo es posible que alguien tan bien situado y profusamente asesorado como el presidente del gobierno español sea capaz de un despiste de estas proporciones? Quizás, para responder la pregunta, habría que revisar qué y cómo son los partidos españoles, y cuestionarse si hay alguien que haga una auténtica función de asesoramiento, más allá del lameculismo que solemos atribuir a este tipo de cargos tan bien retribuidos.

 

Un factor fundamental, sin embargo, para entenderlo es -seguramente- el hecho de que, tal como ocurre con los mentirosos patológicos, los políticos españoles ‘de alta gama’ terminan creyéndose sus propias afirmaciones, olvidando que han sido cocinadas para engañar a los demás, y no a ellos mismos. Quizás es que cuando alguien vive en un entorno que repite obsesivamente que España es una unidad esencialmente indisoluble, y que lo ha sido desde el Paleolítico, no puede evitar terminar creyéndose lo como si, en vez de una circunstancia histórica, el La existencia de su España única, unitaria y castellana, fuera una verdad de fe o un hecho experimentalmente demostrado, más allá de cualquier duda razonable.

 

Y con una convicción de estas características, podría llegar a parecer lógico preguntar -por carta- a un puñado de líderes políticos, que manifiesten así por adelantado, su rechazo a un Estado que aún no se ha formado. Quizás es que para el Sr. Rajoy era algo equivalente a pedirles que se opongan a la destrucción del sistema solar, o a la anulación de la ley de la gravitación universal.

 

Está claro que la aplicación de un mínimo de inteligencia política (ya sea propia o comprada, que tanto da) le podría haber llevado a pensar que los destinatarios de sus misivas no tienen nada que ganar, haciendo lo que les pide, y que -por tanto- no lo harán. Cuando llegue el momento, ya se posicionarán de la manera que más convenga a sus respectivos países. Y será entonces cuando convendrá establecer unos contactos (personales, y no por carta), que -por cierto- el Sr. Rajoy no podrá hacer por sí mismo, porque no está capacitado para hablar otro idioma que el español.

 

También es claro que esperar inteligencia política de un individuo tan tristemente mediocre como Rajoy sería una utopía tan absurda como su esperanza de obtener aliados en Europa por el procedimiento de enviar cartas. Sólo nos queda darle efusivamente las gracias por todo lo que ha hecho, está haciendo y hará para acelerar el proceso de liberación nacional de Cataluña.

 

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