Salvador Espriú, su tiempo y nuestro tiempo

Conferencia pronunciada en Santa Coloma de Queralt el 17 de octubre de 2010 y que reproduzco porque pienso que es de gran actualidad.

 

El título de la conferencia, Espriú y su tiempo, es tan amplio que me permite dar una visión personal y por tanto muy subjetiva sobre Espriu y su tiempo. Sé que me quedaré corto para que el alcance de un poeta nacional y su tiempo, tan complejo y tan privado de libertades, tan sometido, tan lejano de nuestros días, es muy complicado.

 

Conocí a Salvador Espriu cuando trabajaba en un despacho de notario en el Paseo de Gracia. Allí hablé un par de veces y guardo dos cartas suyas, escritas meticulosamente, con una letra pequeña y clara, sobre temas que habían aparecido en La Vanguardia. Era una persona de una extremada corrección, educada, adusta y sencilla. Era un poeta de una gran sensibilidad humana y espiritual.

 

En aquella época en que muchos escritores se pasaron a la lengua castellana, Espriú se mantuvo fiel al catalán, a pesar de saber que sería imposible recibir ningún tipo de reconocimiento literario. Se decantó por la poesía como método de expresión, ya que era más fácil de publicar al ser un género menos controlado por la censura franquista. Era hijo de notario y nació en Santa Coloma de Farners en 1913 y murió en Barcelona en 1985.

 

Tenía 10 años cuando el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado en Capitanía de Barcelona en 1923. Vivió la proclamación de la República, el anuncio frustrado de Lluís Companys al declarar la República Catalana el 6 de octubre de 1934, la Guerra Civil, la derrota de la República y la llegada de la Dictadura, todo el franquismo y el comienzo de la etapa democrática en la que hoy nos encontramos.

 

Una vida personal y colectiva accidentada y trágica para todas las generaciones de catalanes del siglo pasado. Un siglo marcado por cambios de todo tipo, por violencia, por revoluciones, golpes de estado, guerras y dictaduras. También por un largo período democrático que Salvador Espriú sólo conoció varios años.

 

En 1946, en plena derrota política, económica y moral del país, Espriú publica su primer libro de poemas, El ‘Cementeri de Sinera’, en el que crea el mito de Sinera refiriéndose a sus raíces familiares de Arenys y donde hoy descansa en su cementerio. El libro explica el entorno en que se crió de niño para recordar momentos agradables de su niñez, momentos que nunca volverán. Perdidas todas las ilusiones, sólo le espera la muerte, ese momento final y definitivo al que Espriú vuelve una y otra vez.

 

En 1948 escribió la pieza teatral ‘Primera Historia de Esther’, con un lenguaje inmensamente rico demostrando lo que se perdería si el catalán desapareciera. La obra es una adaptación del relato bíblico que le hace transcurrir como una representación de títeres en el mítico jardín de los cinco árboles en su casa de Arenys estableciendo un sutil paralelismo entre las tribus judías que la heroína salva de la tiranía y la situación que vivía el pueblo catalán.

 

Como les pasa a los grandes poetas, sus obras han sido musicadas de muchas maneras. Joan Maragall, Mossèn Cinto Verdaguer, Martí Pol, Màrius Torres son ejemplos de todos conocidos. A Espriú le han cantado Raimon y otros juglares en el gran momento que representó la Nova Cançó. Núria Espert le rogó incluso que escribiera ‘Un altra Fedra’ (‘Otra Fedra’), por favor. Lo hizo.

 

De toda su producción literaria hay dos obras que tienen una singularidad especial porque van mucho más allá del aspecto literario. La primera es ‘Antígona’ que habla de la lucha entre hermanos, tomando como referente la tragedia que escribió Sófocles hace más de veinte siglos, y que Espriú compara con la que había pasado, una vez más, entre España y Cataluña. Desarrolla la visión de la problemática histórica, moral y social entre España y Cataluña.

 

Es muy recomendable la edición crítica de la ‘Pell de Brau’ (‘La Piel de Toro’) publicada por el Arquer, con prólogo de Josep Maria Castellet y con análisis de comentaristas de mucho renombre. En el prólogo a la edición de 1968 Espriú dice que desea que muchos quieran comportar su preocupación mientras lean cómo un hombre de la periferia ibérica intentó comprender tiempo atrás el complejo enigma peninsular.

 

Y en su último prólogo de 1977 escribe que «me proponía demostrar, frente a unas palabras de Ortega, que también los hombres de la periferia peninsular éramos capaces de entender el complejísimo conjunto de los esenciales problemas ibéricos, de procurar resolver la tan difícil, obstaculizada y entorpecida convivencia ibérica». «Tan sólo me permitiré asegurar, porque es la estricta verdad, que en la realización, fallida o no, de la ‘Pell de Brau’ me impuse la más absoluta honestidad intelectual, la máxima exigencia en la forma y el mismo rigor, sin concesiones de ningún tipo, que en el resto de mis escritos. Si estos no son mejores, o menos malos, es que no sé más.

 

Espriu es una persona honesta intelectual y personalmente.

 

«No esperes nunca

 

dejar recuerdo,

 

pues eres sólo,

 

el más humilde

 

de los servidores».

 

Dos referencias más y muy contundentes:

 

«Escucha Sepharad: los hombres no pueden ser

 

Si no son libres,

 

Que sepa Sepharad que no podremos nunca ser

 

si no somos libres

 

Y grite la voz de todo el pueblo: Amén».

 

 

Una referencia implícita al dictador Franco:

 

«A veces es necesario y forzoso

 

que un hombre muera por un pueblo,

 

pero nunca ha de morir todo un pueblo

 

por un hombre solo:

 

recuerda siempre esto, Sepharad

 

Haz que sean seguros los puentes del diálogo

 

e intenta comprender y amar

 

las razones y las hablas diversas de tus hijos».

 

Es de una perenne actualidad. Es el debate de siempre. ¿Es posible influir desde la periferia en la gestión de las cosas castellanas? Es un libro escrito en plena noche del franquismo implorando la reconciliación hispánica. Lo dice con dolor y con una cierta desesperanza. Pero lo dice.

 

Se da cuenta de lo que ha escrito. Y ve que se puede interpretar como una llamada a la convivencia ibérica. Pero como él mismo advierte, ‘La Pell de Brau’ debe leerse teniendo bien presente que a continuación publica el ‘Llibre de Sinera’, de una desolada, asumida, del todo desesperanzada soledad personal y colectiva.

 

A pesar de la derrota cultural y política catalana, desde la periferia intentan reconstruir los puentes rotos. Como dice Manuel Cuyàs en el libro mencionado los puentes han resultado ser de media mejilla, de una sola dirección, de Cataluña hacia España, y no de España hacia Cataluña. Se podría decir que los puentes que la dictadura construyó los ha destruido la democracia. Quizá porque debía llegar a conclusiones desesperanzadas similares a las de Joan Fuster porque después de la excursión por Sepharad regresa a la pequeña patria de Sinera para quedarse hasta el final de sus días.

 

A pesar de un infinito amor a su lengua y a su patria, nunca propugna un enfrentamiento pidiendo, como Antígona, «una limosna recíproca de perdón y tolerancia».

 

Espriú lanza un grito de convivencia que, paradójicamente, era más escuchado en los años de la dictadura que hoy. El catalanismo político ha tenido siempre dos patas: más autogobierno para Cataluña e influir en la modernización de España. Hemos tenido más autogobierno pero España se ha modernizado en una dirección que no contempla el hecho nacional de Cataluña.

 

Espriú conoce la historia del catalanismo político que nace en una Cataluña más próspera y más libre, más ilustrada, que el resto de tierras peninsulares. El poeta Joan Maragall escribía en 1895 que el «pensamiento español está muerto. No quiero decir que no haya españoles que piensen, sino que el centro intelectual de España ya no tiene ninguna significación ni eficacia actual dentro del movimiento general de ideas del mundo civilizado. Por eso nosotros, que tenemos ánimo de seguir dentro de este movimiento general, debemos creer llegada a España la hora del sálvese quien pueda, y debemos deshacernos de toma de todo tipo de vínculos con una cosa muerta».

 

Desde que Valentí Almirall escribió ‘Lo Catalanisme’ y Enric Prat de la Riba publicaba ‘La Nacionalitat Catalana’ han llenado más páginas en decir cómo debería ser España que cómo es Cataluña. Hemos perdido tantas energías en querer cambiar España que, si nos descuidamos, los que podemos ser cambiados somos nosotros.

 

El ambiente cultural y político en los tiempos en que Espriú publica la ‘Piel de Toro’ hay un gran movimiento subterráneo de resistencia. Salvador Espriú dedica el libro a Carles Riba, muerto en 1959. En 1957 se había producido en España el cambio de gobierno que impulsaría, en 1959, el Plan de Estabilización abriendo el paso al desarrollismo tecnocrático de los sesenta. Se habla de apertura económica. La televisión se empieza a extender por todo el país, el coche Seat 600 es el símbolo de la época.

 

Fraga publica la ley de prensa que es un reconocimiento implícito de la falta de libertades del régimen. La oposición al franquismo no es ni masiva ni visible. Pero existe y se manifiesta en los claustros de la Universidad, en el fortalecimiento del PSUC que hace una labor inteligente de confrontación con el régimen, en cierta Iglesia que sirve paraguas a muchas actividades cívicas. Es en esos años cuando se publica la entrevista del abad de Montserrat, Aureli Escarré, en Le Monde y que conlleva finalmente su exilio a Italia.

 

Espriú se convierte en un referente para el catalanismo culto y comprometido políticamente. En 1954 se publica ‘Noticia de Cataluña’ de Jaume Vicens Vives del que este año celebramos el sexagésimo aniversario de su fallecimiento que se produjo a la edad de 50 años. Es un hecho interesante que tanto él como Prat de la Riba murieron antes de cumplir 50 años.

 

Jaume Vicens fue una referencia para la clase política catalana que hizo la transición. En ‘Noticia de Cataluña’, publicada en 1954, Vicens vuelve a señalar las dos soluciones que se propusieron para volver a plantear la idea de España en los tiempos de la República y que hoy siguen vigentes aunque cada vez de forma más compleja.

 

Una era una idea abstracta, jacobina, uniforme, la de los intelectuales castellanos y andaluces. La otra era la «real, historicista y pluralista de los pensadores del norte, desde Cataluña hasta la montaña santanderina». La primera era la que mantenía Ortega al decir que «había razones para ir sospechando que sólo cabezas castellanas tenían cabezas adecuadas para percibir el gran problema de la España integral». Esta visión de la conllevancia orteguiana ha fracasado por completo si tenemos en cuenta que hoy todavía no se ha encontrado la solución para esta convivencia política y pacífica entre los pueblos peninsulares.

 

La alternativa a esta fórmula estricta y cerrada, Vicens la contrapone a la aportación catalana del pacto construyendo una comunidad basada en el trabajo y en la creación de riqueza. Resalta la labor de los catalanes del siglo XIX para dar forma a España a imagen de Europa.

 

Esto se consiguió en buena parte, hasta el punto de que Cataluña ha influido, para bien y para mal, en la política española de los últimos dos siglos. La aportación catalana a la Constitución de 1978 y a la creación del Estado de las Autonomías es innegable. Esta influencia sigue vigente hoy aunque sólo sea para pedir una singularidad que nunca se nos otorga y teniendo que tragarnos la grotesca situación creada por un presidente del gobierno que para mantenerse un año más en el poder da a los vascos lo que en Cataluña se nos niega desde casi todas las instituciones del Estado.

 

Lo que pasa es que esta participación colectiva en los asuntos peninsulares es rechazada hoy por una España que dice basta de dar más competencias, más responsabilidades, más protagonismo y más capacidad de autogobierno a Cataluña, como se hace patente con las trabas grotescas de las instituciones del Estado, desde el Tribunal Constitucional hasta la totalidad del PP y algunos sectores con influencia del socialismo español, pasando por la maquinaria de los medios de comunicación madrileños que no aceptan otra pluralidad que la que ellos determinen.

 

Vicens Vives estudia el pactismo de los catalanes, el ‘seny’ y la ‘rauxa’, los momentos gloriosos y las etapas miserables de los catalanes a lo largo de la historia. La vida de los catalanes, dice, es un acto de afirmación continuada: es el Sí afirmativo y no el SI condicional. Por eso el primer resorte de la psicología catalana no es la razón, como en los franceses, la metafísica, como en los alemanes, el empirismo, como en los ingleses, la inteligencia como en los italianos, o la mística como en los castellanos. En Cataluña, añade, el móvil primario es la voluntad de ser.

 

Pienso que necesitamos buscar un nuevo paradigma para el catalanismo del siglo XXI, concretar una cierta idea de Cataluña, válida para las próximas generaciones, que vaya más allá del debate electoral que estos días está poniendo encima de la mesa proponiendo salidas a una situación que, al menos, ha creado un cierto desánimo en la opinión, los sentimientos, las ambiciones y los intereses de una buena parte de catalanes.

 

No nos podemos volver a equivocar o, por decirlo de otro modo, no podemos alimentar una nueva frustración dejándonos llevar, y vuelvo a citar a Vicens, «por desvelo de un sentimentalismo turbador, que nos lleva a medir el mundo con los latidos de nuestro corazón, y a menudo, en medio de la acción, nos nubla la mirada y nos hace claudicar la epidemia. Elevamos banderas solitarias, para luego rasgarlas y esconder con sus harapos nuestras debilidades».

 

Cada tiempo lleva sus exigencias y conlleva sus reglas políticas y sociales. Vicens invita a meditar sobre el «fondo pactista de nuestra mentalidad, que en esencia no es otra cosa que rehuir cualquier abstracción, ir a la realidad de la vida humana y establecer la más estrecha responsabilidad colectiva e individual en el tratamiento de la cosa pública».

 

¿Cómo podremos abordar, por ejemplo, la complejidad que plantea la nueva inmigración si no hemos resuelto las viejas disputas interhispánicas? Espriú y Vicens llegan a conclusiones similares partiendo de paradigmas diferentes.

 

Volviendo a los tiempos de Espriú debe citarse en los intentos reconciliador entre Catalunya y España. Hubo encuentros de intelectuales en Cataluña y Castilla. Barcelona era el centro más emblemático del movimiento literario que cultivaba con aquella socarronería campesina Josep Pla, desconfiado y descreído, dedicado a escribir paseándose por el mundo gracias a la cobertura del editor Vergés. Baltasar Porcel hacía entrevistas y publicaba sus primeros libros. Vargas Llosa y García Márquez sembraban la semilla de un movimiento literario que ha dado Premios Nobel de la mano de Carlos Barral, José María Castellet, Jaime Gil de Biedma, los hermanos Goytisolo y un grupo de escritores que se refugiaban en el escritura ignorando la censura y la vestimenta rígida de las leyes vigentes.

 

La joven burguesía snob pasaba horas en Boccacio saltándose las normas de conducta tradicional de la Cataluña conservadora que convivía con el franquismo y participaba de sus políticas para mantener su condición de clase dominante y que siempre se ha dejado llevar, ayer y hoy, por el viento que sopla. La Fira (Feria) de Barcelona era un lugar donde se exhibía cada año el inicio del progreso económico del país.

 

Pero había muchas maneras de vivir en Cataluña al margen de las exigencias del régimen y su falta de libertades. Recuerdo las primeras excursiones que hice aquellos años sesenta por el Pirineo catalán. Me sorprendía ver pintadas en los lugares más inverosímiles de las montañas que simplemente decían ‘Jordi Pujol’, ‘libertad para Pujol’ o ‘Visca Catalunya’.

 

El movimiento excursionista fue un refugio incontrolable para cultivar otra manera de hacer país. Dos casos muy relacionados explican cómo el catalanismo seguía activo y no claudicaba. Me refiero al célebre caso Galinsoga y los hechos del Palau de la Música. Luís de Galinsoga fue un antecesor mío como director de La Vanguardia, nombrado por Franco poco después de la guerra. Cuando entré a trabajar en el diario contaban anécdotas de aquel personaje que perdió la dirección del diario porque un día dijo en una misa de domingo en la que se predicaba en catalán en la iglesia de San Ildefonso que «todos los catalanes son una mierda». Era tal su seguridad que cuando el rector de la iglesia le escribió diciéndole que una persona había dejado su tarjeta en la sacristía después de pronunciar la célebre sentencia y abandonar el templo. Galinsoga le contestó que, efectivamente, era él sin sospechar que comenzaría su fin y la aparición de Jordi Pujol que se puso al frente de la campaña contra La Vanguardia repartiendo panfletos en el Camp del Barça recién estrenado, quemando ejemplares de la Vanguardia en las calles y haciendo una llamada a que los anunciantes retiraran la publicidad del diario.

 

La cuenta de Godó no tuvo más remedio que pedir al gobierno que ordenara la sustitución del director que fue reemplazado por Manuel Aznar, abuelo del que años más tarde sería el presidente del gobierno que aún hoy quisiera que el hecho diferencial catalán desapareciera del mapa y juntase al concepto unitario de la España jacobina y centralizada.

 

Decían de Galinsoga que se paseaba por los pasillos de La Vanguardia gritando que «estoy en territorio conquistado» y haciendo alabanzas desmesuradas al dictador y a su régimen. Se cuenta también que era tal su resistencia a abandonar el cargo que el conde de Godó ordenó tapiar la puerta de su despacho para impedir su entrada invitandole a no volver más a la calle Pelai. Fue la primera victoria clara y sonada contra el régimen.

 

El otro hecho destacable del año 1960 fueron los hechos del Palau que a pesar de las advertencias previas a un concierto al que asistirían algunos ministros de Franco se cantó el Cant de la Senyera. Jordi Pujol no estaba en el Palau pero era el principal instigador de aquel desafío al franquismo. Fue detenido, torturado, condenado a prisión que cumplió tres años en Zaragoza. Se puede tener la opinión que se quiera de los muchos años de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat. Lo que no se puede negar, sin embargo, es su valentía al hacer una proclamación sin matices de su catalanidad y del hecho nacional de Cataluña ante el tribunal que lo juzgaba.

 

Detrás de Pujol había muchas más personas que habían mostrado su oposición a la españolización de Cataluña. Albert Manent, Joan Triadú, Josep Maria Ainaud de Lasarte, Joan Reventós y tantos otros hicieron una tarea que hay que reconocer con orgullo por defender la lengua y la catalanidad. Luego, cada uno tuvo su propia trayectoria. Pero en aquellos momentos tuvieron una actitud que se puede calificar de ejemplar o de heroica.

 

Fue la misma generación de catalanes que organizaron la famosa huelga de tranvías de 1951 que era contra la subida del precio del billete de tranvía pero que alertó al régimen al ver como un movimiento clandestino, organizado, cívico, hacía que ningún barcelonés subiera al tranvía hasta que la compañía se vio obligada a volver a bajar los precios de los billetes.

 

El mundo oficial iba por un lado y la resistencia tímida pero clara iba por otro. Había concurrencias. No todo el mundo lo hacía desde las mismas posiciones ni por motivos similares. El denominador común era que Cataluña podía estar vencida pero no rendida ni entregada. Volvía a renacer como lo han hecho siempre.

 

En la Universidad el movimiento contestatario estaba difundido pero estaba. Recuerdo las clases en la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona donde, paradójicamente, el catedrático granadino, Manuel Jiménez de Parga, era el abrigo de un grupo de gente como Jordi Solé Tura, Josep Maria Vallès y otros profesores ayudantes que explicaban Derecho político con una cierta libertad.

 

Eran los primeros pasos del Sindicato de Estudiantes de Cataluña que acabó cerrándose en la Iglesia de los Capuchinos de Sarrià desafiando a las autoridades y al orden establecido. Era el año 1967, vísperas del Mayo Francés que tanta repercusión tuvo en toda Europa.

 

El sindicalismo estaba muy activo y marchaba en la misma dirección que desembocó en la Asamblea de Cataluña que fue una rebelión política de la mayoría de fuerzas que luchaban contra el franquismo y que contribuyó también a acabar con el régimen.

 

La prensa estaba muy controlada. Sin embargo, el semanario Destino era una escapatoria suave pero digna de oposición a la dictadura y a la falta de libertades. El semanario El Ciervo, hoy todavía milagrosamente vivo, daba una versión alternativa a la iglesia oficial apoyándose el Concilio Vaticano II que se debatía en Roma a comienzos de los años sesenta. Era un periodismo de insinuación, de mensajes entre líneas, de provocaciones desde muchos lugares como aquel joven periodista del Tele Express que se encargaba del tiempo y que escribió que «reina un fresco general que procedente de Galicia se ha extendido por toda España «.

 

Ahora se publicará una selección de crónicas de Augusto Assia cuando era corresponsal en Berlín hasta que fue expulsado por Hitler en 1933 tras una discusión con Goebbels en una rueda de prensa. Augusto Assia fue destinado a Londres y envió crónicas con marcado sentido aliadófilo y dando una visión liberal y democrática que no coincidía con los parámetros del régimen. Era muy seguido por los lectores de La Vanguardia, aunque su director fuera un personaje como Luis de Galinsoga.

 

Ustedes pueden tener muchas más vivencias desde las afueras de Barcelona. Es notable lo que se hizo desde pueblos y ciudades para recuperar la lengua y para contribuir a poner fin a la dictadura. También sabrán que el país no estaba mayoritariamente en este movimiento de oposición al franquismo. Era cuestión de minorías que serían las que luego conformarían el futuro político del país.

 

Pasados tantos años, después del período de democracia más largo de nuestra historia, con todas sus luces y sombras, el problema que plantea Espriú en la ‘Piel de Toro’ sigue vivo. También el análisis de Jaume Vicens Vives. España no está terminada y Cataluña tampoco. Y parece que vamos hacia un nuevo intento de ruptura de consecuencias inciertas.

 

Aún diviso la posibilidad de que no se rompan todos los puentes y que no llegue una confrontación que nos pueda llevar a una nueva frustración. Aún pienso, con Rafael Jorba, igualadino, que una nueva oportunidad de afrontar la reforma del Estado sin apriorismos y sin caer en prácticas del tacticistas del pasado. Es la hora de afirmar que si no somos capaces de articular la convivencia entre «los pueblos de España, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones», según dice el preámbulo de la vigente Constitución, de cerrar un debate que se remonta al siglo XIX, difícilmente estaremos, unos y otros, en condiciones de responder a los retos del siglo XXI.

 

¿Seremos capaces de definir un nuevo catalanismo transversal que nos permita encarar la complejidad del siglo XXI? Es importante que recuperemos una cierta manera de hacer las cosas que tan bien retrataba Josep Pla en el Homenot que dedicó a Enric Prat de la Riba: En Prat hay siempre dos factores decisivos: unas ideas y un modus operandi. No tuvo ningún inconveniente, al contrario, a tomar como colaborador a un hombre que pensara lo contrario que él pensaba. Aceptó todas las iniciativas útiles aunque tuvieran una procedencia diversa de su propio ambiente.

 

Ahora asistimos a un cierto agotamiento de las élites catalanas que han llevado al país hasta ahora. Es necesario, en mi opinión, una renovación que pasa por poner al día las instituciones, públicas y privadas, y por la integración efectiva de los nuevos sectores sociales, la llamada primera y, muy pronto, la segunda inmigración, en esta tarea colectiva. ¿Hasta cuándo será sostenible socialmente mantener sin la plenitud de derechos políticos a una inmigración extranjera que representa más del 13 por ciento de la población catalana? Uno de los fenómenos más positivos de los últimos diez años ha sido el hecho de acoger tanta gente sin que hubiera grandes tensiones sociales. Esto ha sido mérito de la mayoría de los recién llegados pero, sobre todo, ha sido un gran mérito de la sociedad catalana que ha tenido la voluntad de integrar tanta gente en un período tan corto de tiempo. No hay otro camino más sensato que la integración, como lo decía ayer precisamente la canciller Merkel salió al paso de los debates en Alemania sobre la situación creada por la inmigración de culturas ajenas a la alemana.

 

Ha habido tensiones. Es cierto. Y más que habrá. No porque seamos catalanes sino porque las vemos en una Europa que vive los golpes de la crisis iniciando un debate que lleva a un desprecio al otro que llega a enfrentar a los mismos jefes de gobierno como hemos visto en la última cumbre de la Unión Europea .

 

Me pregunto a menudo, ¿dónde estás Europa? ¿Qué haces con la gente que te es extraña? ¿Cómo permites los brotes de racismo que vemos en tantos lugares, también en nuestro país, como hemos podido comprobar en Badalona? Esta Europa no la reconozco ni la encuentro en la mente de aquellas personalidades que después de la derrota de la Guerra Mundial dijeron basta a las endémicas guerras continentales y proyectaron una nueva Europa en la que el humanismo cierre el paso al populismo que suele ser la antesala del autoritarismo.

 

Un país debe tener elites que salgan adelante la sociedad en su conjunto. El problema es cuando estas elites sean sólo la reproducción de las élites del pasado, como lo demuestra el caso Millet, y no el resultado de la meritocracia, la afectiva igualdad de oportunidades y, por qué no, de la excelencia.

 

Mi opinión es que no es necesario construir el futuro sólo sobre los derechos pasados, sino hacerlo sobre los derechos y deberes futuros que queremos ejercer y compartir. Y esta tarea no exige el aislamiento sino la apertura con un catalanismo que no vaya contra nada ni contra nadie, sino que defienda libre, democráticamente, nuestros intereses y nuestra voluntad de ser.

 

La gran pregunta que hay que formular hoy es si este camino lo queremos hacer solos o bien volver a abrir la caja de las herramientas y ver si podemos compartir el camino con España. La hegemonía cultural del nacionalismo, su universo simbólico, no lo aconseja. Es más, está muy en contra, hasta el punto de que un conocido actor dijo hace poco que «cuando se dé la vuelta a la tortilla los que no son independentistas, serán considerados traidores». El lenguaje no me gusta.

 

Salvador Cardús dice en su libro sobre el ‘Camino de la independencia’ que muchos catalanes ya estamos hartos del ‘ir tirando’ y que hemos comprobado que no lleva a ninguna parte. Habla del cambio de circunstancias políticas que explican el despertar nacional. Toma partido abierta, y reflexivamente, a favor de la independencia y sugiere unos criterios para la independencia sea nuestro próximo destino nacional, sin retrasos inútiles. Dirige su discurso no a los convencidos sino a los que no lo acaban de ver claro, a los que dicen ya me gustaría pero no es posible. Es cierto que el agotamiento de una España que no nos comprende ni nos quiere comprender ha calado entre muchos catalanes. Yo también estoy muy harto.

 

Yo soy de los que no lo acaba de ver claro. Quizás porque he repasado con atención nuestra historia y he visto cómo estos momentos de entusiasmo han sido a menudo desvirtuados por hacer las cosas deprisa y algo más con el corazón que con la cabeza. La independencia planteada como una delimitación de fronteras geográficas es un concepto que ha llevado a la creación de más de cien estados nuevos en el siglo XX. Si tantos ha habido, ¿porque Cataluña no puede tener uno?

 

Acabaré haciendo mención a lo que dije hace unos días en la Paeria de Lleida el pasado 21 de septiembre. Aunque parezca una quimera pienso que todavía tenemos que definir qué queremos hacer juntos con los vecinos españoles con los que hemos compartido tantas tragedias colectivas. Y también con los vecinos del norte, con Francia muy concretamente. Nada, dice el discurso del nacionalismo dominante que ha derivado últimamente en el soberanismo y ahora claramente a favor de la independencia. Catalanismo, nacionalismo, soberanismo, independentismo y ahora unionismo. Demasiado ismos en tan poco tiempo, demasiado sentimientos y demasiado poca racionalidad, muchas abstracciones sin antes pensar la viabilidad de poner en práctica. No tengo una respuesta a cómo será el catalanismo en el siglo XXI. La historia siempre es una ciencia que se inventa y aporta situaciones inesperadas.

 

La clave del arco del siglo XXI, más allá del marco de soberanías nacionales únicas en el que nos movemos hoy mayoritariamente, está en saber cultivar el ejercicio efectivo de las ciudadanías compartidas, es decir, aquellos instrumentos que permiten ser a la vez ciudadanos de Cataluña, de España y de Europa. Que nadie, aquí o allá, nos obligue a tener que escoger, y que todos puedan sentirse lo que le dé la gana, pero que actúe como ciudadano, sujeto al mismo código de derechos y de deberes, entre los que hay uno muy importante que es el ligado a la residencia. Un nuevo paradigma del catalanismo del siglo XXI puede ser reivindicar los testimonios y actitudes de aquel primer novecientos que comportaba la voluntad de ser, el modus operandi, el fomento de la igualdad de oportunidades y la meritocracia. Las ideas fuerza ya las podemos aplicar desde ahora. Se moverán en los ámbitos de la transversalidad, el mestizaje, la cohesión social, la convivencia, la civilidad, la renovación de las élites y, no lo olvidemos, la necesidad de construir una sociedad más justa.

 

Para que ésto sea así es necesario que Cataluña pueda seguir siendo Cataluña, con más reconocimiento institucional, más competencias y, sobre todo, una financiación más justa respecto a lo que los catalanes aportamos en España. En todo caso, soy partidario de que los catalanes decidamos por nosotros mismos y en el tiempo más razonable posible se nos convoque a un referéndum vinculante o bien orientativo. Sabríamos donde estamos, cosa en la que ahora nos movemos a tientas bajo los efectos de la demoscópica y de la cultura de los tertulianos.

 

Las propuestas centrales de las próximas elecciones de las tres corrientes principales que están en juego no podrán ser realizadas la próxima legislatura, gane quien gane. La independencia no será en los próximos cuatro años. El federalismo es muy difícil por el solo hecho de que no hay cultura federal, ni a la derecha, y por supuesto, tampoco a la izquierda. El concierto económico lo veo tan lejos como las otras dos fórmulas.

 

¿Qué nos queda? A mí me parece que defender lo que tenemos, mejorarlo, mientras buscamos nuevas fórmulas que nos garanticen nuestra voluntad de ser. Antes de caer en una nueva frustración, más vale que nos lo pensamos un poco, preparemos, en todo caso, el país para llegar, si se dan las circunstancias, a tener una independencia no tutelada por España.

 

Hemos vivido ya tantos cambios, la mayoría muy positivos, que nada me sorprenderá. Lo que reivindico es que la nueva arquitectura política sólo será posible si somos un pueblo libre en el que nadie se pueda sentir marginado por sus ideas, sus convicciones y su procedencia cultural o étnica.

 

Quizás he proyectado demasiado el título de la conferencia, Espriú y su tiempo, a la realidad de hoy. Pero me parece inevitable porque los problemas que plantea el poeta de Arenys, de Sinera, siguen vigentes y no están resueltos.

 

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