Sobre la violencia

En un artículo publicado el pasado domingo, Xevi Xirgo, director de este medio, formulaba dos preguntas clave para analizar el momento político actual: «Pero, ¿qué es la violencia? La violencia verbal ¿no es violencia?» La nula respuesta democrática que han revelado la clase política y la sociedad civil españolas ante el punto de inflexión de Cataluña, hace que nos demos cuenta de hasta qué punto, ahora y aquí, es necesario preguntarnos sobre el alcance de la violencia. No es una cuestión menor. En estos momentos, más que un desenlace político concreto, está en juego la democracia y, por tanto, nuestra libertad futura. Quizás dentro de un tiempo, a golpes de eslóganes oficiales y sobre los pretextos del olvido y la estafa, algún insensato pretenderá construir una nueva era, como si durante estos días no hubiera pasado nada. Pero a estas alturas, teniendo en cuenta la reacción política y civil originada ante las nuevas demandas que propone Cataluña, ya se puede afirmar que caminamos hacia una calamitosa incultura política.

 

Hay muchas formas de violencia, claro. Los boicots, los insultos, los vuelos rasantes del ejército del Aire y las agresiones son formas de violencia absolutamente evidentes. Pero tan preocupante como esta violencia explícita es aquella violencia más invisible y invisibilizada. Me refiero a la violencia que obliga a mis amigos que viven en Canadá a agachar la cabeza haciendo tres (¡tres!) viajes de 16 horas cada uno hasta Toronto con el resultado incierto de no saber si podrán votar en las elecciones del 25-N. Me refiero a los llamamientos étnicos. Me refiero a los políticos que prefieren no profundizar en cómo afrontarán esta pavorosa cifra de parados, que deja casi al 25% de la población en régimen de exclusión social y que mediatiza cualquier otro proyecto político. Me refiero a la violencia de las palabras de Montilla, de Chacón, de los intelectuales que después de años y años de silencio ante la catalanofobia irrumpen ahora con la musiquita de la concordia y la unidad, y me refiero a las declaraciones casi siempre inflamadas de los miembros de Ciudadanos, sectores todos ellos que han querido olvidar el riquísimo legado de Austin: el lenguaje no es un simple instrumento de representación de la realidad, sino que también es performativo. Como el lenguaje crea realidades, hay enunciados que llevan a cabo las acciones que describen. Por lo tanto: amenazar y diagnosticar de manera infame ya es, de hecho, una forma de ejercer la violencia.

 

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