¿Qué independentismo?

La mayoría de conceptos que sirven para designar ideologías políticas han sido objeto de profundas transformaciones. Términos como socialismo, liberalismo o nacionalismo, entre otros, no quieren decir lo mismo ahora que en la década de 1930, la de 1960, o hace sólo veinticinco años. Ni quieren decir lo mismo ni están representados por los mismos partidos, ni forman parte de las aspiraciones de las mismas clases sociales, franjas de edad y otros parámetros igualmente importantes. Últimamente hablamos de independentismo (o soberanismo, o como ustedes quieran decir) como si se tratara de un concepto ahistórico, igual a sí mismo, que no ha sufrido ningún cambio que valga la pena de ser subrayado. Todos sabemos que esto no es así, pero el tema suscita una cierta incomodidad. El pasado domingo, tenía razón Toni Soler reivindicando el legado histórico de este movimiento. Otra cosa bien distinta, sin embargo, es identificar una herencia con unas expectativas de futuro. No es lo mismo. El pasado, por definición, ya ha pasado. El presente, también por definición, es abierto.

 

Podemos señalar, por lo menos, cuatro momentos que representan partidos, estratos sociales, connotaciones generacionales, estilos, maneras de decir y de hacer, etc, muy diversos. El primero, muy minoritario, lo localizamos en las décadas del 1920-30 (bajo las siglas de Estat Català y otros). El segundo está asociado a posiciones ultraizquierdistas y más o menos abarca las décadas de 1960 hasta finales del 1980 (PSAN, etc). El tercero es el ERC de Àngel Colom y posteriormente de Carod, con las escisiones derivadas de la alianza con el socialismo español -es decir, con un tripartito- imposible de reeditar ahora. En cuarto lugar, se ha generado un movimiento muy reciente ligado con claridad a las clases medias que, según todos los indicadores, confía en el liderazgo de Artur Mas. Tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo, este cambio es inédito, hasta el punto de dejar literalmente descolocados a los líderes de todos los partidos políticos, sin excepciones.

 

La tentación de identificar estos diferentes movimientos políticos, especialmente el tercero y el cuarto, es grande, pero los números no cuadran. Los resultados de todas y cada una de las encuestas que se han publicado hasta ahora, sin excepciones, son claros: el independentismo actual parece estar focalizado en una formación, CiU, que programáticamente no era hasta ahora independentista. Es obvio, pues, que estamos hablando de dos cosas muy diferentes, a pesar de que existan intersecciones y conexiones innegables. El ERC del tripartito practicó una determinada estrategia de emancipación nacional, ahora no es el contexto para analizarla pero, en todo caso, es evidente que no tuvo éxito. Mas practica otra y el tiempo dirá si es efectiva o no. Sea como sea, se trata de dos estrategias, de dos liderazgos, de dos estilos, etc, muy diferentes, ahora y antes. Lo que condicionará el tipo de soberanismo por el que se apostará, sin embargo, está más relacionado con la forma en que se entiendan estos comicios que con la naturaleza de las diferencias.

 

Quien piense que estas elecciones son muy importantes sin más, votarán una cosa. Quien, en cambio, opine que estos comicios marcarán un punto de no retorno, tendrán que votar otra por coherencia. Todo dependerá, en definitiva, de si entendemos que nos están observando, y no sólo desde España sino también desde Europa, desde el mundo. Todos sabemos que cualquier resultado que no muestre un apoyo ciudadano llamativamente mayoritario a quien ha asumido el liderazgo de este proceso será leído como una tentativa fracasada, como un fiasco. El hecho de que el PSC suba o baje mucho o poco, o que el segundo partido más votado sea ERC o el PP, o que entre o deje de entrar la CUP en el Parlamento, o que C’s o SI hagan ésto o lo otro ni tan siquiera será tenido en cuenta. Desde la perspectiva de la legitimidad política, se tomará nota de si el líder que ha puesto en marcha el proceso tiene un apoyo popular indiscutiblemente amplio o no. Esto es lo que mirarán desde Bruselas, desde Madrid o desde Washington. El resto, aunque sea importantísimo, les interesa muy poco, por no decir nada. Se trata de una enorme distorsión, sin duda, pero es absurdo ignorarla.

 

La manera como se han precipitado los hechos desde la pasada Diada invita a pensar eso de que «todo es posible». Creo que esta apreciación es demasiado optimista. La única conclusión real y tangible que podemos extraer de estos últimos dos meses es que, en realidad, todo es imprevisible. Bueno, todo exactamente no: sabemos con certeza quién nos está mirando y cómo evaluará el triunfo o el fracaso de este proceso.

 

http://www.ara.cat/