Balance de campaña

La primera lección de este otoño es que España no tiene ningún proyecto político a ofrecer en Cataluña. Todavía no he oído ni un solo argumento racional sobre la conveniencia de continuar formando parte del Estado español. Y para llenar tanto vacío, los políticos unionistas han generado todo tipo de distorsiones informativas -no sabría decir si con mala fe o, peor aún, por pura incompetencia-. En lugar de reconocer la discriminación fiscal que sufre Catalunya, se han aferrado a los sentimientos, a la mitificación interesada de la Constitución o este concepto de la solidaridad sin límites que está llevando a la ruina tanto a los catalanes como, a la postre, a los españoles. En lugar de explicar que la autodeterminación es un derecho permitido internacionalmente y que los tratados de la UE son neutrales al respecto, han intentado torcer el brazo de la Comisión hasta el límite (sin sacárselo nunca del todo). En lugar de callar y utilizar la prudencia del poco entendido, han desbarrado diciendo, contra lo que sabe cualquier experto, que Cataluña saldría del euro o que un hipotético Estado catalán no podría pagar las pensiones de los ancianos catalanes.

 

Como con la desinformación y la mentira no era suficiente, el siguiente paso ha sido el insulto y la amenaza. En las redes sociales, utilizando las descalificaciones más burdas, que en otros países probablemente estarían penadas bajo la categoría de lo que el mundo anglosajón conoce como ‘hate crime’. Desde los diarios, con portadas ridículas y con campañas difamatorias, hasta las instituciones del Estado, con declaraciones de militares nunca desmentidas y con promesas de excomunión de los herejes separatistas a diestro y derecho.

 

Y cuando todo esto tampoco hacía mella, han tirado de la metáfora sublime y el verbo castizo. El domingo el señor Zapatero hablaba de la separación como una «soledad fría y ahistórica»: parece que si Catalunya hace su camino, a los catalanes los internarán en una cámara frigorífica inmensa por los siglos de los siglos amén. Haciéndose la pregunta «¿qué es España?», el señor Arcadi Espada contestaba, en un mitin este sábado, «Cervantes, los Borbones, el jamón serrano, el sol y las moscas». A esta retahíla seguro que los lectores del ARA añadirán muchas cosas. Yo, por si acaso, quiero hacer una mención especial a favor de las patatas bravas y la cerveza espumosa de un aperitivo eterno y perezoso bajo una plaza porticada de la Meseta. No quisiera, sin embargo, ser injusto. He leído que, después de decir que ser español «es la única manera decente de ser un hombre», el Sr. Espada precisó por qué. «España -aclaró- es un pequeño laboratorio europeo donde personas diversas viven en la mejor experiencia civil de toda su historia». Debía de pensar en la tasa juvenil de paro de más de un 50% o en la burbuja financiera e inmobiliaria actual, todas hijas de una cultura política (y social) en descomposición. ¡Claro que si quitamos todas las fronteras identitarias de Europa, la media de paro real (la del continente) baja muchísimo!

 

La segunda lección de estos meses es que España es un lastre extraordinario, incluso por sí misma, que sólo puede llevar a la miseria nacional. Recordemos algunos datos. Cataluña aporta el 19,5% de los ingresos públicos en España pero recibe el 14%. Si se excluyen las transferencias a título individual (pensiones, beneficios por desempleo, etc.), El gasto público es del 11,2%. En inversión pública, la cifra baja al 8,4%. Como, por ley, los gobiernos autonómicos deben cubrir los servicios en salud y educación, ese saldo negativo persistente obliga a la Generalitat a endeudarse indefinidamente. Por eso hay una relación causal muy fuerte entre los niveles de déficit fiscal y de deuda pública autonómica. Y por eso la Generalitat tuvo que pedir ayuda al fondo de liquidez autonómico (FLA) a finales de verano. Una petición que da al Estado la capacidad de intervenir directamente la Generalitat (art. 5, 6 y 14 del decreto ley regulador del FLA). Si el gobierno central aún no lo ha hecho ha sido por el estado de ebullición política actual y porque una maniobra en falso podría arruinar la poca credibilidad española en los mercados internacionales.

 

Considerando la respuesta electoral española y considerando, como dijo John Adams durante la revolución americana, que los hechos son cosas muy obstinadas, el único voto racional el 25-N es el soberanista. Votar partidos de obediencia española es querer esconder la cabeza bajo el ala, retrasar las soluciones necesarias para rehacer una Cataluña próspera y, de hecho, impedir que España pueda superar su propia incapacidad para reformarse. Como el amigo y editor Quim Torra, yo también quisiera que el resultado fuera el que los partidos se desean a sí mismos: una mayoría para CiU, la segunda posición para ERC; buenos resultados para SI. Pero, sobre todo, les pediría una cosa. Cerradas las urnas y hecho el recuento, les pido que hagan una declaración conjunta para celebrar la mayoría excepcional (2/3 del Parlamento si las encuestas aciertan) a favor de la celebración de un referéndum y de la autodeterminación.

 

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