Una firma contra los catalanes

El amor del pueblo español a los catalanes ha sido siempre, y es, tal como ustedes pueden comprobar leyendo la prensa, viendo la tele o escuchando la radio, un amor entrañable y profundo. Ahora, por cierto, más que nunca, según van repitiendo todo los políticos del partido más popular que representa a este pueblo. Tan fuerte y profundo es este amor, tan intenso, que se asemeja muchísimo al sentimiento del marido del que quiere separarse la mujer y entonces amenaza que le hará todo el daño posible antes de consentirlo: te quedarás sin casa (la casa europea), te llevaré a la ruina, te pegaré una paliza, te mataré. Te amo tanto, que te considero mía: tan mía, que no podrás nunca separarte de mí. Es un amor, por tanto, de calidad dudosa, un sentimiento suspicaz, invasor. Al menos desde el tiempo (no sé si desde la ‘Guerra dels Segadors’ o la de Sucesión) cuando nació aquella cancioncilla infantil que comienza: «¡De Cataluña vengo de servir al rey, ay, ay, de servir al rey, de servir al rey!». El rey, Austria o Borbón, era servido ocupando Cataluña, y la canción no era nada inocente. Ni eran inocentes las innumerables señoras que, hace pocos años, servían al rey por las calles y las plazas de España recogiendo firmas contra el nuevo Estatuto catalán, con resultados espléndidos, como se ha visto. Tal como recordaba en La Vanguardia el periodista Enric Juliana : «¿Quiere usted echar una firma contra los catalanes?, me preguntó hace seis años una señora de mediana edad, activa y sonriente, en una mesa petitoria ubicada en la calle Potosí de Madrid, justo delante del mercado de Chamartín. Señora -le respondí-, tengo un impedimento: soy catalán. Hubo unas sonrisas nerviosas y nos dijimos buenos días». La misma señora, y muchas señoras y señores, también habrían recogido ciertamente firmas contra ETA, contra Batasuna o contra el famoso «plan Ibarretxe», pero nunca habrían pedido una firma «contra los vascos» con tanta inocencia y tanta naturalidad. Contra los vascos no se piden nunca firmas: sólo, en todo caso, contra los vascos «malos». Contra los catalanes, sí: observen ustedes la pequeña diferencia. Debe ser una cuestión de amor fatal.

 

 

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/11/13/quadern/1352827620_086156.html