Jano y el próximo bienio

Uno de los dioses más populares del panteón romano era Jano, el dios de las dos caras. Su origen parece estar vinculado a la cultura etrusca (legendariamente, fue introducido en Roma por Rómulo). Su representación habitual es la de una figura de dos caras mirando en direcciones opuestas. Asociado a las transiciones y los cambios, se le atribuía el don de decidir adecuadamente en las decisiones más importantes de la vida a partir de su capacidad de ver el pasado y el futuro en cada momento concreto. Era el dios de las puertas de las casas y de la ciudad, así como los caminos y los puertos. En su honor se llama Enero (Januarius) al primer mes del año -se le representa con una llave en la mano, símbolo de la apertura del año solar. Cada comienzo de mes se le rendía culto, especialmente en enero.

 

Se trata de un mito religioso que, como hacen la mayoría -sean politeístas o monoteístas-, expresan alguna necesidad humana. En los asuntos prácticos, cuando hay suficientes datos, disponemos de conocimientos y de técnicas que nos permiten reconstruir de forma verosímil el pasado, una de las direcciones hacia donde mira Jano. La historiografía nos permite tener una idea más o menos clara de qué, quién, cómo y por qué, los hechos del pasado fueron los que fueron. Sin embargo, la visión del futuro resulta demasiado compleja, especialmente en el ámbito político, para proyectarla con precisión. El futuro siempre está rodeado por la niebla de la incertidumbre. Queremos mirar el mundo en las dos direcciones del tiempo, pero vemos de manera más o menos clara sólo el pasado -aunque a menudo no nos guste lo que vemos-.

 

El hecho de no tener la doble capacidad de Jano provoca diversos grados de escepticismo sobre los proyectos colectivos. El escepticismo suele ser visto en los países latinos como una actitud más bien negativa. Se asocia a la desconfianza. Por el contrario, en los países anglosajones, especialmente en el Reino Unido, el escepticismo es más bien un valor, una salvaguarda frente a creencias o actitudes ingenuas. Comparto esta segunda actitud.

 

Hay escepticismos que se basan en los límites del conocimiento: sabemos que a partir de nuestras capacidades empíricas e intelectuales no podemos conocer más allá de determinados límites. Y siempre queda la duda de si estos límites sólo son los que ahora vemos. Es la línea Erasmo-Montaigne-Shakespeare-Hume-Kant-Heisenberg-Wittgenstein-Berlin. Pero también hay escepticismos que se basan en la incertidumbre del futuro. De que no sabemos exactamente qué pasará, algunos concluyen apresuradamente que ninguna de las alternativas previstas acabará realizándose, mientras que otros concluyen, más erróneamente, que todas las alternativas son igual de posibles y que todo depende de la voluntad llevarlas a término.

 

La política tiene que ver con estos dos tipos de escepticismo. No conocemos todas las variables que intervienen en las decisiones políticas, y siempre podemos cuestionar cualquier proyecto de futuro. La conclusión es que hay que pasar por los dos tipos de escepticismo, pero sin instalarnos en ninguno de ellos. Bertrand Russell (‘Mi concepción del mundo’) lo dice bien: «si alguien está seguro de lo que sea, ciertamente está equivocado, ya que no hay nada merecedor de una certeza absoluta y todos deberíamos considerar la posibilidad de añadir a nuestras creencias un determinado elemento de duda y ser capaces de actuar enérgicamente a pesar de esta duda».

 

Como en las tragedias de Shakespeare, los humanos somos personajes que nos transformamos a nosotros mismos a través de nuestras acciones. También a través de nuestras acciones colectivas. Unas acciones que a menudo emprendemos con poca luz, teniendo pocas certezas y que evaluamos de maneras diferentes a partir de una pluralidad de valores, de intereses y de identidades. La política siempre incluye un componente agonístico inevitable.

 

Gobernar es difícil. También, o sobre todo, en las democracias contemporáneas. De hecho, si se quiere evitar el populismo -de derechas o de izquierdas-, gobernar se convierte en la tarea paradójica de unos espíritus solitarios. Siempre rodeados de gente, siempre solos. T. Wilder (‘Los idus de marzo’) lo pone en boca de Julio César: «La condición de gobernante añade más grados de soledad a la soledad inherente del hombre. Cada orden que damos aumenta nuestro aislamiento, y cada muestra de deferencia que nos dedican nos separa de los demás».

 

En el próximo bienio, el Gobierno de la Generalitat necesitará brújulas bien orientadas para navegar en el lado de Jano que mira al futuro. Harán falta decisiones que permitan que Cataluña se libere de un Estado anacrónico y establezcan una democracia de bienestar de mucha más calidad. Los políticos catalanes se moverán, pero, entre realidades que de entrada son hostiles o indiferentes al futuro del país. Los principales argumentos serán los de la democracia (fórmulas de desobediencia civil y movilizaciones ciudadanas incluidas). Votos y reconocimiento internacional. La política exterior del Gobierno será un elemento clave. Pero lo será aún más el hecho de que la mayoría social y la clase política que apoya el proceso hacia un estado propio muestren el mundo, de manera reiterada, su voluntad de que la ubicación forzada de Cataluña en España pertenece al pasado. Y para tener éxito, ésto probablemente habrá que hacerlo desde el racionalismo escéptico que expresan dos personajes de W. Faulkner: «el mal tiene una estructura lógica», «no tenemos tanto tiempo como para consumirlo a toda prisa». ¡Que tengan un magnífico 2013!.

 

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