Prim es Artur Mas

La semana pasada las autoridades madrileñas rindieron homenaje al General Prim colocando una placa en la calle donde fue asesinado en diciembre de 1870, cuando era presidente del Estado. Como era de prever, el homenaje se convirtió en un mitin en favor de la unidad de España. Incluso hubo alguna sutil amenaza, aprovechando el pretexto de que ofrecía una frase famosa del militar catalán que incluía la palabra «sangre». Como ya ocurría con los tostones que tuvimos que oír sobre Josep Pla en la época de Aznar, los discursos sobre el General Prim que vienen de España hacen reír bastante, en Cataluña -aunque los catalanes importantes tiendan a reír, sólo , por lo bajo.

Aunque a los españoles les cueste digerirlo, las palabras no significan lo mismo para todos. Gracias a Dios, cada tribu tiene su memoria y los paradigmas políticos que ordenan el mundo van evolucionando y no siempre son los mismos. En la época del General Prim, los Estados Nación monopolizaban la vida europea y el ejército era el principal motor económico de los países y un gran ascensor social. Hoy los ejércitos tienden a defender civilizaciones, más que fronteras nacionales, y están formados por inmigrantes de las antiguas colonias. El patriotismo es cultural porque la cultura ha sustituido a las armas como base de los negocios, en los países avanzados. Además, el liberalismo y el boom de la tecnología han obligado a los estados a ceder una parte de su soberanía a organizaciones internacionales y regionales.

Prim, en resumen, vivió en una época en la que el Estado-nación era sagrado, y hoy lo sagrado es el estado del bienestar. Prim vivió en una Europa de grandes campos de batalla y de ejércitos multitudinarios, mientras que, en la época actual, la defensa de los países exige otras virtudes. Me parece que si traducimos la situación, veremos que, ahora mismo, el político que recuerda más el general Prim, no es Rajoy, ni Aznar, ni Rubalcaba, sino que, oh sorpresa, es el presidente Mas. Prim también se tuvo que enfrentar a una doble crisis, económica y de autoridad, así como la intentó solucionar con una sola receta: democracia. El general también recibía presiones de todas partes: de las clases populares, que querían ir más deprisa o que lo tomaban por un farsante, y de las élites, que vivían instaladas en su lujosa decadencia y que se sintieron traicionadas por un miembro de su grupo. Prim intentó expulsar a los borbones de España para dar a los catalanes la oportunidad de construir un país competitivo. 150 años después, se puede decir que las razones de Mas para reivindicar un Estado catalán son exactamente las mismas. No resulta difícil ver que, actualmente, los borbones son la hacienda española y la lonja del Bernabeu.

El otro día Manuel Trallero me dedicó un tuit que recogía una frase de Víctor Balaguer en la que el poeta decía que su sueño era españolizar a los catalanes. Prim y Balaguer querían españolizar a los catalanes, pero no castellanizarlos. Prim y Balaguer querían españolizar los catalanes igual que el presidente Mas los quiere europeizar. Trallero debería saber que, entonces, España era poco más que unas estructuras burocráticas y una noción geográfica, como hoy lo es Europa. En la Cataluña del siglo XIX, la mayoría de intelectuales estaban convencidos de que era posible modernizar el Estado de acuerdo con la tradición política de la Corona de Aragón, descabezada en 1714. Es natural que entonces se creyera que la manera más efectiva de liberar Cataluña era expulsar a los borbones, al igual que hoy, la mejor manera de regenerar España es dividirla de la manera que hoy se pueden dividir los territorios europeos.

Como me decía un amigo italiano, si el general Prim hubiera consolidado la monarquía de Amadeo de Saboya la historia de Europa podría haber sido muy diferente. Prim vivió en la época tumultuosa de las unificaciones nacionales, al igual que a Mas le ha tocado vivir el auge de las viejas naciones sin estado. El proyecto político de Prim pretendía cambiar el fracaso de 1714, reunificando España -con Portugal, incluida-, pero a la catalana. A largo plazo, el sueño del general y de Balaguer era una unión latina de carácter monetario y federalizante, que preservara el norte de Italia de la presión del Imperio Austríaco y los territorios occitanos y catalanes del expolio de París y de Madrid. Cataluña y el Piamonte, dos países pequeños, pero industrialmente fuertes, eran las dos columnas sobre las que descansaba la esperanza de una Europa del sur más próspera. Cataluña y el Piamonte, aliados a través de sus élites, debían resucitar aquel espacio de relaciones que había impulsado la Barcelona y la Génova medieval. Se trataba de ligar el orden político europeo a la geografía, y de matizar las abstracciones cuadriculadas de franceses y germanos que llevaron a las dos guerras mundiales.

Con el asesinato de Prim, todo se fue al traste. Barcelona fue quedando acorralada por las ideologías, y el Piamonte perdió su carácter, disolviéndose en un estado corrupto y centralista. Ahora, la suerte de Mas también condicionará el futuro del mediterráneo y del conjunto de Europa, de esta Europa que no acaba de integrar con suficiente eficacia las relaciones entre política y territorio. Precisamente esta semana, La Vanguardia publica en su Dossier un mapa de la red urbana del continente muy interesante. Queriendo pintar las tierras pobres de la Unión, los ilustradores han pintado de rojo el mundo que vio derrumbadas sus esperanzas con el asesinato de Prim. Veanlo. En Pedralbes harían bien en observar con atención el mapa. Verán que, al igual que en 1870, Barcelona tiene mucho que ganar y también mucho que perder.

Con respecto a los historiadores que utilizan a Prim para hacer mítines a favor de la unidad de España, si en sus libros se molestaran en transcribir los discursos en catalán del general correctamente, sin faltas de ortografía escandalosas, quizás resultarían más creíbles.

 

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