Los retos del españolismo

Comprensiblemente absorbidos desde el 25-N, por el análisis de los decepcionantes resultados de Convergencia, del espectacular rebote de Esquerra, de la consolidación de Iniciativa o del estreno parlamentario de la CUP, tal vez hemos dedicado menos atención de la que se merecía el comportamiento electoral de las fuerzas españolistas, a la relación entre ellas y las perspectivas que se les presentan de cara a la consulta autodeterminista de 2014. Porque si esta consulta resulta crucial para los que quieren la independencia, lo es tanto o más para los que la rechazan.

 

Sin embargo, antes de examinar el españolismo -o el unionismo- en la Cataluña de hoy hay que resolver un problema de fronteras: ¿forma parte o no el PSC de este espacio político? Ante la pasada contienda electoral, el partido enarboló una problemática tercera vía federalista y, en el debate de investidura de Artur Mas, Pere Navarro anunció la abstención sistemática del PSC para no obstaculizar los preparativos de la consulta.

 

Sin embargo, las presiones sobre la calle Nicaragua (las del PSOE, las de Carme Chacón y sus supporters locales, las de determinados poderes económicos…) son intensas, y esta misma semana la dirección socialista ya ha anunciado el abandono del neutralismo para insinuar una oposición beligerante a la dinámica soberanista. ¿Cómo de beligerante? Esto no se sabe, pero resulta notorio que si la actual cúpula instala al PSC en el redil unionista (la consulta es ilegal y no se puede hacer, una Cataluña Estado es el apocalipsis…), no serán pocos los cuadros y militantes que se marcharán, ya sea hacia la Nueva Izquierda Catalana de Ernest Maragall, hacia otras opciones políticas, o para casa.

 

Dejemos, pues, al PSC incómodamente situado en el umbral del españolismo, pero de momento por la banda de fuera, y fijémonos en las fuerzas domiciliadas en el lado de dentro. Estas son dos, si bien de características muy diferentes: el PP catalán y Ciutadans.

 

Por mucho que un diario barcelonés titulara «El PP obtiene los mejores resultados de la historia», lo cierto es que el 25-N fue, para las tropas de Alicia Sánchez-Camacho, un rotundo fiasco. En la campaña electoral con más tensión identitaria desde los días de Solidaritat Catalana (1907), el partido que gobierna España con mayoría absoluta y que siempre va envuelto con la bandera roja y gualda, que exhibió en sus mítines el peso del apoyo del gobierno Rajoy, que se presentaba como el irreductible baluarte antiseparatista, consiguió apenas ganar un escueto diputado. En un contexto de radicalización de CiU, de derrumbe del PSC y de participación muy al alza, el partido español por excelencia subió apenas 6 décimas de punto y, con el 12,97% de los votos, quedó a una distancia sideral del 22,8% obtenido por Piqué en las generales del 2000, incluso por debajo del esforzado 13,08% alcanzado por Vidal-Quadras en las catalanas del 1995.

 

Por el contrario, Ciutadans, un partido con tan sólo 6 años, sin ministros ni, de hecho, ningún cargo institucional fuera de Cataluña y un presupuesto de campaña irrisorio en comparación con el del PP, conseguía triplicar votos y escaños, y se erigía en la fuerza emergente del españolismo. ¿Por qué? En mi opinión, por lo menos por tres razones: ofrecer un unionismo químicamente puro, limpio de pasadas connivencias con CiU (sin Enrics Millos ni Majestic, vaya) y libre del riesgo de que órdenes provenientes de Madrid le obliguen en un futuro a recaer en él; defender la unidad de España sin adherencias carcas (a propósito del matrimonio gay, o del aborto, o de la relación con la Iglesia…), incluso con unos toques progres que le han permitido atraer muchísimos votos socialistas incapaces de pasarse al PP y, en esta misma línea, proyectar una imagen de partido casi antisistema, implacable contra la corrupción, severísimo ante la partitocracia y los privilegios de los políticos, etcétera.

 

Así pues, la situación es bien paradójica. Incluso en el actual escenario dominado por el pulso soberanismo-unionismo, el PP catalán sigue sufriendo ese lastre que le frena desde hace tres décadas y media: la condición de sucursal, la indisimulable subordinación a los designios de Madrid (como se ha vuelto a ver con la ley Wert), la falta de libertad de maniobra. Y lo peor es que nada en el horizonte hace prever que ésto pueda cambiar, en la probable escalada de la tensión institucional de los próximos meses, Sánchez-Camacho y los suyos seguirán siendo simples peones locales del gobierno Rajoy, ‘la voz de su amo’, sin ninguna capacidad de aplicar una estrategia propia.

 

En cambio, el españolismo en ascenso lo representa Ciutadans, un partido de estricta obediencia catalana que, además, ha resistido sin pestañear la competencia centralista de la UPyD de Rosa Díez. ¿Significa ésto que los de Albert Rivera serán unos adversarios menos temibles de la consulta soberanista? Seguramente lo serán más, pero esto demuestra que incluso los que lo niegan prueban que Catalunya es un país diferente.

 

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