Es serenidad, no desánimo

Observo que se hace circular el rumor de que el proceso hacia la independencia se está desinflando. A la sorpresa por los resultados del 25-N, sobre los cuales se hicieron caer sospechas de un supuesto retraimiento soberanista, ahora se suma la excusa del debate por la declaración soberanista del Parlamento de Cataluña, que algunos han querido interpretar en clave de error o de fracaso. Y, para dar más verosimilitud al retroceso, se ha recurrido a los viejos estereotipos sobre la incapacidad «genética» de los catalanes para encarar grandes empresas y a su carácter ciclotímico expresado en grandes euforias seguidas de grandes depresiones.

Nada de todo esto. De hecho, no hay ni el más mínimo indicador objetivo que permita sostener la credibilidad de estas especulaciones sobre un clima político enrarecido. La última encuesta con que se cuenta, el Barómetro político de invierno de El Periódico, no señala ningún retroceso en el apoyo a la independencia. El 69 por ciento de los catalanes quieren que se celebre un referéndum, el 63 por ciento quieren que se haga tanto si hay autorización del gobierno español como si no, y el 57 por ciento quieren que Cataluña se independice de España. Y, desde el punto de vista del decante electorales, el voto parece que busca ideas claras -algunos dirían que se radicaliza o que se polariza-, y si bien crecen ERC y la CUP a cuenta de CiU, y C ‘s a cuenta del PP y el PSC, las distribuciones en el eje nacional son estables. A la vista de que el Estado y sus aparatos de propaganda no sólo no han cesado de presionar sino que han incrementado sus campañas de intimidación y descalificación en contra de las aspiraciones soberanistas catalanas, hay que decir que aguantamos con más firmeza de la prevista.

Sobre los supuestos «malos resultados» del 25-N, esta interpretación sólo tenía sentido o bien desde la perspectiva española que interpretaba que todo era culpa de un Artur Mas enloquecido, o bien desde el cálculo partidista que hacía CiU, pero no en cuanto a los resultados globales. Desde mi punto de vista, ni siquiera se puede decir que los resultados hayan sido negativos para el liderazgo de Artur Mas, que si bien ahora trabaja en compañía de Oriol Junqueras, este tándem no hace otra cosa que añadir fuerza y equilibrio y hace más difícil la desestabilización. Ya se ha dicho, pero no me cansaré de repetirlo, que la conjunción de los dos líderes, Mas y Junqueras, es la mejor noticia que podíamos haber imaginado para garantizar el éxito del proceso. Mas y Junqueras ofrecen dos tipos de discurso complementarios -institucionalmente impecable uno, pedagógicamente eficaz el otro-, ambos de una serenísima radicalidad y de una solidez argumental hasta ahora insólitas en la política catalana. En este sentido, estamos de enhorabuena.

En cuanto a la Declaración de soberanía, todavía no entiendo de dónde resulta que CiU y ERC se han equivocado. Sí hemos visto, en cambio, hasta dónde llegaba el seguidismo del PSC de los intereses de la señora Chacón, poniendo en riesgo el futuro del propio partido. Hemos visto, también, las incomodidades del señor Duran i Lleida y se han notado los movimientos inquietos de algunos agentes económicos -patronales y financieros, pero no directamente empresariales-, a saber espoleados desde dónde. Pero, en cambio, la declaración ha logrado un apoyo mayoritario que más que dobla a los que nos niegan nuestra soberanía, y volvió a mostrar nuestra fortaleza ante un Estado cada día más nervioso.

Finalmente, a la opinión pública consolidada y al liderazgo político bien trabado e insobornable, hay que añadir la acción sostenida de una sociedad civil cada día más madura, eficaz y capaz de cooperar, consciente de su alta responsabilidad. Nadie, si no es con malas intenciones, puede reclamar un estado de inflamación emocional como el alcanzado el 11-S o de estrés político como el del 25-N. Precisamente, ahora hay que evitar las tensiones improductivas y trabajar discretamente haciendo un uso cuanto más racional mejor de las energías de que disponemos. Contra la provocación, serenidad. Y que nadie confunda la serenidad con el desánimo. Nuestra prisa no quiere impaciencias.

 

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