Debate sobre Catalunya

Jordi Cabré Trias

Nosotros, el pueblo

El Punt – Avui

Paradigmático y ejemplar que la Constitución americana empiece hablando del pueblo: » We, the people «, repitió el presidente Obama varias veces en su último discurso de investidura, haciendo referencia a una Constitución que, a diferencia de otras, no empieza diciendo: «A todos los que la presente vieren y entendieren, sabed que las Cortes Generales han aprobado y Yo [en mayúscula] vengo en sancionar la presente Ley

La diferencia cultural es evidente, se nota desde la primera letra: tanto por la referencia al «Yo» mayestático como por el tono distante y pretencioso, que continúa en el preámbulo hablando de antemano de » la Nación Española » (sí, también en mayúsculas). Cosas del lenguaje, pero no sólo del lenguaje, y tampoco es casual que el reelegido presidente americano haya querido hablar de «nosotros» y del «pueblo». Tiene que ver sin duda con el hecho de querer reaccionar ante la distancia y el escepticismo que han adoptado los votantes hacia la política, una distancia y un escepticismo que aquí se multiplica por veinte si tenemos que ver simplemente el tono en que se redactan las leyes supremas del Estado. Allí, los padres de la patria se autodefinían como pueblo. En España las leyes supremas parece que vengan de Dios o, aún más lejos, de las Cortes Generales. También notamos esta distancia inmensa si tenemos que escuchar, como hemos podido escuchar tantas veces en boca de algunos políticos, frases como «ahora hay que estar cerca de la gente».

Decir que se quiere estar cerca de la gente es, dejando de lado la indudable buena intención de la frase, asumir que el político es otra cosa. O que no es tan gente como los demás. «Hablar de los problemas que realmente interesan a la gente» marca una distancia que debe pasar demasiado desapercibida para quien lo pronuncia, cuando los problemas de «la gente» deberían ser problemas vividos, no sólo percibidos o comprendidos. En estos años que he tenido la oportunidad de ver la política por dentro, parece que hay una incapacidad grande para encontrar el tono: «Hemos escuchado la voz del pueblo» se entiende si creemos que el político es sólo un delegado que ha de trabajar para el pueblo, pero sin duda es mucho más sana y más real la fórmula » we «. Nosotros, el pueblo, decidimos ésto o lo otro porque sufrimos éste o aquel problema o vemos las cosas de ésta manera. Y hoy somos políticos, pero ayer no lo éramos y dentro de pocos años lo dejaremos de ser. Y tenemos familia e hipoteca y dolor de muelas y nos hemos subido a alguna mesa en alguna boda. No es tan necesario dar una imagen de proximidad a la gente cuando ya se es gente.

El matiz a esto, evidentemente, es que la política no se espera sólo gente, sino la mejor gente. O, como mínimo, gente con capacidad para escuchar y para hacer realidad lo que propone. Y, por tanto, deben ser buena gente, no gente y basta: con más energías para mejorar los asuntos públicos que para conspirar o escalar posiciones personales. Buena gente: este es un matiz importante. Competentes y buenos, como lo son tantos otros ciudadanos. Tendremos una reconciliación con nuestro sistema de partidos cuando, entre otras cosas, veamos que somos intercambiables, y que a veces se puede ser político (es el caso de los políticos de raza), pero que la mayoría de las veces se ‘está’ político. Como un estado civil, como una prestación social transitoria, como un honor trascendental, pero pasajero.

Mirar la política desde fuera y, pese a la distancia creada, saber decir «nosotros». Entrar y seguir diciendo «nosotros». Salir y mantener el mismo «nosotros» que el primer día.

 

 

Josep Gifreu Pinsach

Ellos y nosotros

El Punt – Avui

 

La construcción social de un «nosotros» es esencial para la constitución de un grupo humano y su identificación, cohesión y solidaridad. Uno de los hechos más espectaculares que se puede constatar en Cataluña estos últimos meses es un cambio sustancial del marco o frame identitario dominante respecto de las relaciones Cataluña-España. El nuevo marco conceptual, ya muy común tanto en el discurso público como en la conversación cotidiana, tiene esta formulación paradigmática: «nosotros y los españoles», o bien, «ellos y nosotros».

La relevancia de un cambio de cuadro cognitivo y discursivo en un tema tan crucial no admite ninguna duda. Designar y señalar a los españoles como parte separada y posiblemente opuesta a un «nosotros» con voluntad de constituirnos en sujeto político soberano, ayuda notablemente a centrar el conflicto (político), a interpelar a las partes y a redefinir un nuevo marco de percepciones y de relaciones. El cambio se puede detectar en tres grandes ámbitos de influencia: los políticos, los medios de comunicación y el sector cultural.

En efecto, buena parte de los políticos catalanes, empezando por Artur Mas y muchos otros líderes y representantes institucionales (consejeros, diputados, alcaldes…), se refieren a menudo a «ellos» cuando hablan de Madrid, del gobierno del PP o simplemente España. Es justamente el cuadro terminológico lo que acaba por discriminar los dos tipos de discurso político en Cataluña: el de los soberanistas («nosotros y ellos») y el de los unionistas («nosotros y el resto de España»). A partir de la división entre las élites políticas catalanas, también los diversos medios de comunicación de Cataluña están adoptando uno de los dos marcos de referencia (los de Madrid no admiten fisura). Y los sectores culturales más sensibles, desde los círculos intelectuales y académicos hasta los empresariales y sindicales, están haciendo lo mismo.

Esta oposición entre frames identitarios básicos en el discurso público (y privado) debía hacerse diáfano si el catalanismo quería superar los estadios de indefinición y llegar al ejercicio del derecho de autodeterminación y a la independencia. En realidad, la (re) construcción del «nosotros» comenzó al día siguiente de la derrota franquista, en las cárceles, en el exilio, a las manifestaciones clandestinas durante la dictadura. Tras la Transición, ha avanzado hasta la explosión de las dos grandes manifestaciones, la del 10-J de 2010 (por la nación) y la del Once de Septiembre de 2012 (por el Estado propio). La separación progresiva entre los dos cuadros identitarios es ahora un prerrequisito de la futura consulta entre el sí (el «nosotros» soberano) y el no.

La Declaración de Soberanía del Pueblo Catalán, aprobada el miércoles por el Parlamento de Cataluña, culmina y sanciona la validez del proceso de formación de un «nosotros». El Parlamento declara que nosotros, los catalanes, los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña, somos «sujeto político y jurídico soberano». Y declarándolo, el Parlamento efectúa un mandato democrático. Las consecuencias de este mandato son entendidas sin más ambigüedades en Cataluña y en el Estado, en Europa y en el mundo (la prensa internacional lo ha captado bien).

Pero, el proceso de redefinición del «nosotros» no se detiene. Ahora mismo dos fuerzas políticas emergentes se esfuerzan por definir nuevos marcos de comprensión. Por un lado, Ciutadans se presenta como fuerza unionista, pero de obediencia catalana (a diferencia del PSC y el PPC). Y la CUP reta a los demás partidos soberanistas a ampliar la comunidad del «nosotros» para incluir la propuesta fusteriana de los Países Catalanes.

Estos días, el presidente Obama ha recordado al mundo en su discurso de juramento del segundo mandato: «Lo que nos une y nos hace americanos es la lealtad con la declaración de independencia de hace más de doscientos años». Dentro de pocos años, confiamos en que nuestro presidente podrá pronunciar unas palabras parecidas: «Lo que nos hace catalanes es la lealtad hacia la Declaración de Soberanía, que aprobó el Parlamento el 23 de enero de 2013.»

 

La Declaración de Soberanía del Pueblo Catalán, aprobada el miércoles por el parlamento de Cataluña, culmina y sanciona la validez del proceso de formación de un «nosotros»

 

Jaume Clotet

¿Por qué no habrá consulta

El Singular Digital

 

El otro día Oriol Junqueras y Quico Homs hicieron unas afirmaciones en voz alta que levantaron cierta polvareda. El presidente de ERC afirmó que, si no puede haber consulta, se convocarán unas elecciones verdaderamente plebiscitarias. Por su parte, el consejero de Presidencia anunció que la consulta, si se hace, muy posiblemente no tendrá carácter vinculante. Ni uno ni otro dijeron nada del otro mundo, pero un buen grupo de independentistas presurosos comenzaron a hacer sonar las trompetas inquisitoriales y a acusar a unos y otros de rebajar las expectativas y de aguar el proceso. Un clásico de nuestra casa. En consecuencia, intentaré explicar brevemente por qué creo que no puede haber consulta vinculante y por qué creo que no habrá ninguna consulta a la postre, al menos antes de alcanzar el Estado propio.

 

Si queremos hacer una consulta vinculante, es decir con consecuencias jurídicas y legales, debe ser reconocida por el Estado español. Es ciertamente una posibilidad, pero no creo que nadie con dos dedos de frente pueda pensar, ahora, que este escenario es realista. Esta posibilidad remota sólo podría ser una realidad en el caso de que las instituciones europeas forzaran una negociación bilateral bajo su arbitraje, lo que también es poco probable. Aunque hubiera una oferta de Bruselas, estoy más que convencido de que España la rechazaría.

 

Esto nos lleva a una consulta no vinculante, es decir montada unilateralmente por la Generalitat de Cataluña. Hay que decir que, en este caso, el Gobierno no dispondrá del censo electoral para que sólo está en posesión del Estado, lo que lleva a la necesidad de emplear el padrón municipal, donde no hay distinciones entre nacionalidades. Es aquí donde algunas voces, a las que me sumo, proponen permitir el voto de autodeterminación a los jóvenes entre 16 y 18 años. Esta consulta no vinculante tiene algunos problemas graves: no es legal y el Estado podría actuar contra todo aquel que participe, ya sean los Mossos que la vigilen o los miles de ciudadanos que serían requeridos en las mesas electorales. Dejando de lado el posible boicot de los ciudadanos unionistas, ¿cuántos ciudadanos llamados a ser presidente o vocal de mesa irían si son advertidos de penas de prisión o multas económicas?

 

Esto sería traspasar la responsabilidad de la autodeterminación a la gente, con el riesgo de fractura interna que conlleva. Llegados a este punto, al Gobierno sólo le queda una salida: no hacer ninguna consulta y convocar unas elecciones verdaderamente plebiscitarias con el compromiso de votar, en el primer pleno, una declaración unilateral de independencia con presencia de partidos internacionales, observadores y periodistas. Se entiende que los partidos que apoyaron la declaración de soberanía (CiU, ERC e ICV) forman, con matices, el bloque del SI. Y los que se opusieron (PP, PSC y Ciutadans) conforman, también con matices, el bloque del NO. Y a ver quién supera los 68 escaños, convirtiendo las elecciones en un referéndum de autodeterminación. ¿Es el escenario óptimo? No, pero es el único escenario legal y legítimo posible. Por ello es imprescindible agotar la vía de la consulta, para cargarnos de razones ante el mundo y demostrar que España no es un Estado democrático y al que le da miedo la democracia.

 

Tribuna Catalana

Un CNI desacomplejado contra Cataluña

 

A pocos días de la entrevista del Presidente de la Generalitat, Artur Mas, con las más altas autoridades del Estado, la ofensiva de este último es aún más implacable que nunca. Aparte de las cloacas, el Estado también usa, de una forma aún más desacomplejada, el CNI (Centro Nacional de Inteligencia), un ente que ha movido su estrategia: antes dirigida fundamentalmente contra ETA, el mundo abertzale y el amenaza jihaidista, y ahora contra el enemigo que supone el soberanismo catalán.

 

Grupo de analistas del CEEC

El CNI apunta ahora en contra del intento de la última colonia española de alcanzar su derecho a decidir y su soberanía nacional.

Tras una burda actuación de las cloacas del Estado, a través de El Mundo, La Razón, Intereconomía, etc., abriendo de esta manera el ventilador de las pseudo-informaciones sobre posibles corrupciones en Cataluña, ahora parece, según el analista de prestigio de los servicios de inteligencia españoles, Fernando Rueda, que el jefe del Estado y el presidente del Gobierno han creado una célula de inteligencia dirigida por Félix Sanz para evitar, por todos los medios, el estado favorable de la población, la sociedad, el mundo económico y financiero a la propuesta del derecho a decidir y la soberanía del pueblo catalán impulsados ​​el pasado 25 de enero desde el Parlamento de Cataluña.

Fernando Rueda ha publicado un excelente artículo en el semanario Tiempo escrito, evidentemente, al servicio del CNI y del Estado, donde se demuestra el desacomplejamiento del Estado en contra de Cataluña y también donde se deja entrever el intento de acojonar una sociedad que creen miedosa como es la catalana. Tiempo , dentro de la órbita del Grupo Zeta, es la última muestra ─ a través de sus páginas ─ de la fuerza del Estado manipulando un medio que se edita en Cataluña.

Por primera vez Fernando Rueda insinúa actuaciones, espionajes telefónicos y controles, y ofrece de manera muy clara, cuál es el objetivo del CNI y de los sus muy reforzados objetivos en Cataluña: intentar hacer que los catalanes se convenzan de que vale la pena seguir viviendo de manera conjunta con los españoles.

La inteligencia del Estado, pues, es solamente una de las muchas acciones que se están llevando a cabo en Cataluña para destruir la moral de los dirigentes y de las fuerzas políticas soberanistas del territorio. También se intenta la manipulación clarísima de algunos dirigentes catalanes, a los que la inteligencia del Estado les ha recordado sus debilidades y a los que ha amenazado con publicar informaciones que tienen sobre ellos y que pueden salir a la luz en cualquier momento.

El Estado, a través de la mano de Fernando Rueda por medio del artículo, también explica los intentos inocentes y cándidos de la Generalitat de Cataluña de crear un servicio de inteligencia propio dirigido por Xavier Martorell, un proyecto que fue abortado por falta de credibilidad y por la falta de fiabilidad de algunos de sus integrantes, considerados como «bocazas». En este sentido, el equipo de analistas del CEEC continuará su labor en el estudio de toda la ofensiva que está llevando a cabo el Estado en contra de Cataluña.

Francesc-Marc Álvaro

Mapa y territorio

La Vanguardia

 

Hace meses que lo escribimos: antes de que se dé un proceso de divorcio Catalunya-España, el PSC se romperá. Lo que pasó el miércoles en el Parlament, cuando cinco diputados del grupo socialista se negaron a votar no a la declaración de soberanía, confirma este pronóstico. La llamada transición nacional -según etiqueta de Mas- acelera las contradicciones y subordinaciones del socialismo catalán. Pero hay que abrir el foco: la crisis del PSC es sólo uno de los fenómenos que se producen, al lado de la crisis entre Unió y CDC, y el crecimiento de otras opciones. El espacio central del país, articulado por las dos principales formaciones hasta hoy, se ve erosionado por dinámicas nuevas.

El mapa catalán de partidos ha entrado en una etapa de reconfiguración importante. Eso no es ni bueno ni malo, es sencillamente el resultado de un hecho evidente: la sociedad catalana evoluciona, no está muerta. Mapa nuevo para un territorio inédito. Cambios generacionales, sociales y culturales de todo tipo influyen en ello. No hay que ser profeta para decir que, antes de diez años, ni el PSC ni CiU existirán como lo que hoy son. También tenemos escrito que se darán varios procesos de división y reagrupación, con desaparición de líderes y surgimiento de caras nuevas. No es la primera vez. La transición representó la desaparición de muchas siglas importantes (por ejemplo, el Partido del Trabajo de España) y la concentración de sensibilidades diversas en un número reducido de partidos.

Decir que todo eso tiene lugar por impacto del proceso soberanista, que ha resquebrajado las viejas ambigüedades, es decir sólo una de las causas de la mutación. No se puede obviar ni la fatiga ciudadana ante las opciones de siempre, ni el descrédito que genera la corrupción, ni el desgaste extraordinario de las siglas que llevan muchas décadas con responsabilidades de gobierno. El proceso soberanista sólo introduce velocidad a una transformación que debía llegar forzosamente. La España bipartidista de PP-PSOE vivirá un proceso equivalente, pero la sociedad tendrá menos margen para provocar reconfiguraciones espectaculares, a causa del fuerte dominio provincial de las dos marcas. Andalucía y Valencia son escaparates bonitos.

Según algunos analistas, una posible ruptura del PSC (y de CiU) sería la prueba definitiva de la llamada fractura social, causada por las ideas soberanistas. La cuestión merece un artículo aparte, pero apuntemos un argumento para rebatir esta creencia: cuando el PSUC -que hizo tanto por integrar la inmigración- perdió su peso electoral y social, no se produjo ninguna tragedia. Es verdad que las lealtades identitarias son diversas, pero eso no lo ha generado la hipótesis independentista. Eso ya existía y lo ha alimentado la escasa inteligencia de Madrid ante las reclamaciones catalanas.