Para dialogar se necesitan dos

Un azar del calendario hizo coincidir el pasado miércoles en el mismo día y con pocas horas de diferencia el comienzo del año Espriu y la proclamación de la soberanía de Cataluña en el Parlamento. Con algunos protagonistas compartidos, como el propio presidente Mas. Algunos han querido ver en esta coincidencia el escenario de una contradicción: Espriu pasa por ser el poeta del mito de Sepharad, los puentes del diálogo con España, del entendimiento entre las culturas, mientras que la proclamación de soberanía de Cataluña ha sido presentada como un acto de ruptura unilateral. No estoy nada de acuerdo: la coincidencia me parece feliz, porque los dos eventos se retroalimentan. A partir de una constatación previa: para dialogar, hay que ser dos, como mínimo. Para hacer puentes, es necesario que haya dos orillas. Y que se reconozcan la una a la otra como interlocutores para el diálogo.

No entraré en una reflexión -que debe hacerse sobre la traducción política de la mirada poética de Espriu. Me parece más rica y llena de matices que alguna de sus lecturas más simplificadoras. Sepharad no es la España que ha existido, es un perímetro marcado por la geografía -la Piel de Toro-, «la Península inevitable», decía hace unos días López Burniol, citando a Pierre Vilar-, que contiene realidades diversas, varios hombres y diversas hablas, y que debe articularse a través del diálogo. Los puentes del diálogo. Y de un diálogo marcado por la libertad de todos: que sepa Sepharad que no podremos existir si no somos libres. Sepharad no es lo que tenemos: es lo que podría ser si quisiéramos y dialogásemos. Detengámonos aquí, aunque en la mirada de Espriu hay más profundidades. Quedémonos con los tradicionales y repetidos puentes del diálogo. Sin menos de dos interlocutores que se reconocen como tales sólo hay monólogo. Pero aunque haya dos, si no ves al otro como un igual que tiene tanto derecho a la palabra como tú, tampoco hay diálogo. Las órdenes no son diálogo. La conversación entre desiguales-la estremecedora escena que inspira el título de Si esto es un hombre de Primo Levi- tampoco.

Me comentaba un amigo, ya hace tiempo, que cuando los catalanes hablamos del actual proceso de rehacer o romper las relaciones con España usamos normalmente una serie de comparaciones y de metáforas sacadas de los procesos de divorcio: si dos no se quieren mejor que se separen, si una parte es maltratada, tiene derecho a marcharse, la parte abandonada en un proceso de divorcio muy a menudo prefiere amenazar a la otra parte que no intentarla convencer o seducir, en un divorcio se pactará qué se queda cada uno; es mejor siempre un divorcio de mutuo acuerdo que uno que acabe en los tribunales… Pero estas imágenes sólo se han utilizado desde Cataluña. Desde buena parte de la opinión pública y de la opinión publicada española, las imágenes y las metáforas utilizadas no son las de un divorcio sino las de una amputación. Que Cataluña se fuera de España no lo entenderían como una separación al final de un matrimonio -a las buenas o a las malas-, sino como si a alguien le cortaran una pierna. Y claro, en un proceso de amputación, la pierna no tiene nada que decir, es el conjunto de la persona la que decide. Entre dos personas, aunque se separen, es posible y necesario un diálogo. Entre una persona y su pierna no hay diálogo posible.

Por tanto, cuando el Parlamento proclamó a Cataluña sujeto político y jurídico soberano, estaba poniendo de hecho un fundamento imprescindible para el diálogo: sólo puedes dialogar si existes y si te reconocen que existes. Primero existo. Proclamo que existo. Aceptas que existo. Y, a partir de ahí, hablemos. Tanto como el otro quiera y tanto como sea necesario. Sin límites ni prejuicios. ¿Puentes de diálogo? ¡Nadie construye un puente si no hay dos orillas! Y en el Parlamento de Cataluña se confrontaron dos posiciones. Una decía que Catalunya existe y es sujeto, y por tanto en este proceso somos dos y podemos dialogar. Y debemos dialogar, porque entre Cataluña y España siempre y en todos los casos tiene que haber una relación muy importante y es mucho mejor que sea positiva: obligan la geografía física y la geografía humana. La otra decía que Catalunya o no existe políticamente o no es sujeto, no puede hablar desde la igualdad que el diálogo exige. En el Parlamento chocaron los que decían que Cataluña es, y por tanto puede participar en un diálogo, y los que decían que Cataluña no es (política, jurídicamente), y por tanto sólo puede obedecer. Los primeros se podían considerar herederos de los puentes del diálogo de Espriu. Los segundos, no. Los puentes del diálogo se niegan cuando se niega la existencia del otro.

Vivimos tiempos curiosos. En el que las palabras cambian de sentido. Se nos ha llegado a decir que votar es antidemocrático y que lo verdaderamente democrático es impedir que se vote. Extraño. Ahora nos dicen que no queremos dialogar, que hemos roto los puentes del diálogo, los que no han aceptado nunca la premisa previa: que para dialogar hacen falta dos, que para dialogar es necesario que se nos reconozca la existencia como interlocutores, el derecho a la palabra.

 

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