Cinco novedades en el independentismo catalán

Parto de la base de que los catalanes no hemos aceptado nunca la derrota de 1714 y por ello celebramos cada año el Once de Septiembre como Día Nacional. La Constitución de 1978, que blanden a diestro y siniestro, la votamos por miedo, y el miedo irresistible, en las votaciones como en el matrimonio, es causa de nulidad. Pero los últimos años se han producido novedades importantes con respecto al independentismo catalán.

Primera novedad: ahora vemos la independencia posible. Dábamos por supuesto que no había nada que hacer, y durante mucho tiempo -¡siglos!-. Cuando alguien nos hablaba de la independencia respondíamos: «¡Ojalá! ¡Qué más quisiéramos!» La novedad es que, sobre todo por los cambios producidos en el contexto internacional, ahora lo vemos perfectamente factible. Dicen que el hecho demuestra la posibilidad. En 1989, en un seminario de imagen motivacional organizado por el profesor Carlos Muñoz Espinalt (de cuya muerte el 2 de marzo hará veinte años) recordé el viaje del etnólogo sueco Thor Heyerdahl y unos compañeros en una balsa, la Kon -Tiki , desde Perú hasta la Polinesia. Heyerdahl sostenía que los polinesios procedían del continente americano y le objetaban que con los medios de navegación de aquel tiempo la travesía del Pacífico era imposible. Hecho el viaje, dijo, modestamente, que el éxito de aquel viaje no demostraba su teoría, sino sólo que no era válida la única razón que daban contra su teoría, o sea, que era imposible. También, contra la opinión demasiado generalizada de que la independencia catalana es imposible, yo invitaba a demostrar la posibilidad con el hecho, y terminaba preguntando: «¿Quién se embarca en la Kon-Tiki ? «

Segunda: no tenemos miedo de decir públicamente qué queremos. Hemos sufrido demasiado tiempo lo que Muñoz Espinalt llamaba «el síndrome de perro apaleado». La secular represión, que el general Prim tuvo el coraje de denunciar en las Cortes, nos había enmudecido, pero ahora hemos comprobado que podemos decir claro y catalán qué pensamos y qué queremos, y no pasa nada. En esto ha sido un punto de inflexión la consulta popular de Arenys de Munt. La proporción entre los partidarios de la independencia y los adversarios fue tan contundente como la que resultaría más adelante entre la masiva manifestación de la Diada y la miserable asistencia a la convocatoria españolista del 12 de octubre siguiente, que ni pudo llenar la plaza de Cataluña.

Tercera: ya no se puede decir que sea un impulso romántico y sentimental de cuatro soñadores tildados de irresponsables. Vemos que hay un grupo de personas muy preparadas, profesores en las más prestigiosas universidades del país y del extranjero, expertos no sólo en historia, sino también en derecho constitucional, derecho administrativo, derecho internacional, economía, relaciones públicas y medios de comunicación, que estudian rigurosamente la situación actual, prevén las dificultades que encontraremos, sopesan los pasos que habrá que dar y preparan minuciosamente la hoja de ruta.

Cuarta: en los últimos años las sucesivas encuestas de opinión han mostrado un incremento constante de los partidarios de tener un Estado propio dentro de la Unión Europea. Tras las elecciones del 25 de noviembre, algunos han pensado que ya se había tocado techo, o incluso que se había retrocedido, cuando la realidad es que se ha producido un desplazamiento del nacionalismo hacia la tendencia más radical. Por una sola vez daré la razón al Aznar, cuando comentó que no compartía las alegrías de Rajoy y Cospedal que exultaban por el resultado electoral, porque -decía Aznar- la situación ha empeorado. No veo razones para pensar que la línea ascendente se deba romper. Más aún: una importante novedad, que puede resultar decisiva, es que a los nacionalistas por razones identitarias e históricas se le están añadiendo otros movidos por razones económicas: los inmigrantes, e hijos de inmigrantes, que no se creen la mentirosa propaganda españolista que les asegura que en una Cataluña independiente perderán las pensiones, les castigarán si hablan en castellano y sufrirán toda clase de perjuicios, sino que han visto claro que, al contrario, liberados de la sangría del expolio fiscal, recibirán mejores prestaciones sociales y educativas y las cercanías funcionarán mejor. Es una motivación que impulsa aún más a los de convicción identitaria, pero que, además, está incorporando a la opción independentista a muchos empiristas no identitarios.

Y quinta, la más importante: el proceso soberanista ya no admite marcha atrás, porque con tantas mentiras, promesas incumplidas y maniobras sucias, ya no nos podemos creer nada de lo que nos digan, prometan o propongan los políticos españoles. Ni los que gobiernan ni los de la oposición, ya que en cuanto a Cataluña todos piensan igual y se dan a una demagogia desenfrenada porque saben que yendo contra Catalunya todos sus electores los aplauden. Ya han hecho tarde para invitar al diálogo e inventar fórmulas, como lo que llaman federalismo, que ni ellos se lo creen. No nos podemos fiar. Para nosotros ya ha pasado el tiempo de negociar. Ahora es la hora de, simplemente, proclamar y notificar.

 

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