El derecho a decidirlo todo

Confieso que cuando se empezó a usar el término derecho a decidir no me provocó un gran entusiasmo: me parecía una especie de sucedáneo blando de la palabra independencia, un eufemismo para no decir las cosas claras. Pero con el paso del tiempo, la fórmula me gusta cada vez más. Reivindicar que los catalanes tenemos derecho a decidir. A decidirlo todo. A decidir si queremos ser o no queremos ser independientes, pero también a decidir en cada momento cómo queremos usar la independencia, a usar este terreno de juego para nuestro debate ideológico, a arbitrar con nuestra decisión democrática entre las infinitas posibilidades que se nos abren por delante. Tener derecho a decidir significa también tener la posibilidad real de decidir: el derecho no es una abstracción teórica, los derechos sólo son efectivos si se pueden materializar. Decidir entre lo posible y lo imposible no es decidir.

Una de las razones por las que me gusta más la fórmula derecho a decidir es la aparición de varios debates sobre cómo quisiéramos que fuera y que no fuera la Cataluña independiente. Me parecen debates prematuros. Cuando una familia debate sobre si se quiere comprar un coche, me parecería prematuro que empezaran a discutir si lo quieren para ir a la playa o a la montaña. Porque, según cómo, quién quiere ir a la montaña puede acabar votando contra el coche nuevo por el miedo que acabe sirviendo para llevarlo junto al mar. Quiero decir que en algunos debates sobre cómo debe ser la Cataluña futura se fijan condiciones y exclusiones que acaban restando votos a la independencia. Aparecen opiniones que vienen a decir que la independencia sólo les interesa si significa bajar impuestos o subir subsidios o que la carretera pase cerca de su casa o que no pase en ningún caso. Sería la versión moderna de algunos viejos eslóganes que nunca me han gustado: «Cataluña será cristiana o no será» o «Cataluña será socialista o no será», pongamos por caso. Es decir, el país, el autogobierno, la independencia, no aparecen como un marco que podemos compartir los que queremos algo y los que quieren la contraria -y ya nos lo discutiremos-, sino que son un instrumento que sólo nos interesa para usarlo a favor de nuestro proyecto ideológico. Si lo utiliza un proyecto ideológico diferente, nos deja de interesar y hasta nos molesta. Por este camino, nunca llegaremos a la independencia. Y si llegáramos, la malbarataríamos.

¿Catalunya debe ser liberal o socialdemócrata? ¿La independencia debe significar más impuestos o menos subsidios? ¿Debe haber más o menos carreteras, nucleares o campos de golf? ¿Toros o no? Pues depende de lo que quieran los catalanes. Derecho a decidir. A decidirlo todo. Proclamar el derecho a decidir es proclamar la existencia de un sujeto soberano que decide qué quiere ser, pero también qué políticas quiere aplicar. Todo esto lo decidimos nosotros, no nos lo deciden. Todo abierto. ¿Todo? ¡ No! Hablar del derecho a decidir significa, en la misma expresión, marcar un límite. Proclamar que Catalunya tiene el derecho a decidir, ya decidir todo, significa proclamar la exigencia de democracia. Una dictadura del signo que fuera, donde las cosas no las decidieran los catalanes con su voto libre, quedaría fuera. Hay una formulación que sí está implícita en la expresión derecho a decidir: Cataluña será democrática o no será. O dicho de otro modo, una Cataluña independiente pero no democrática, que no pudiera ejercer siempre y en todo su derecho a decidir, aunque sea en una dirección contraria a la mía, no me interesa.

¿Cómo debe ser la Catalunya independiente? Como los catalanes decidan libremente en cada momento. La Liga se hundió definitivamente el año 34, cuando prefirió, ante la ley de contratos de cultivo, lo que decía Madrid -y que iba a favor de sus intereses y convicciones-  antes de que lo que decía la Generalitat. En contra, por tanto, de la autonomía que decía que reclamaba. Ha habido más ejemplos. La independencia es una herramienta. Se puede usar para cosas diversas. Los que creemos la vemos como una herramienta más eficaz: será mejor si somos nosotros los que podemos decidir; tendremos más recursos, podremos organizarnos mejor. Querer una herramienta no puede prefigurar cómo la hemos de usar. ¿Iremos de vacaciones al mar o a la montaña? De momento, compramos el coche. Porque si no nos ponemos todos de acuerdo -los del mar y los de la montaña- para comprar el coche, el acabaremos no comprándolo. Y si no compramos el coche puede acabar pasando que no vamos ni al mar ni a la montaña. Que nos tengamos que quedar encerrados en casa.


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