Cataluña y España, una incompatibilidad histórica

Cataluña se encuentra en uno de los momentos más importantes de su historia, un momento de una trascendencia extraordinaria que la sitúa en el umbral de un nuevo estatus político y que la marcará para siempre. Hay voces que afirman que este momento es fruto de la manifestación del Once de Septiembre pasado, pero no es cierto. Este momento tiene raíces mucho más profundas. La manifestación fue importante, no hay duda -la manifestación independentista más multitudinaria que se ha hecho nunca en Europa-, pero sería erróneo considerarla causa en lugar de detonante. La causa tiene muchos años de historia y la manifestación no fue más que una etapa -una etapa espléndida, eso sí- del proceso de toma de conciencia nacional que Catalunya está experimentando y que, finalmente, ha entrado en fase de culminación.

 

Queda claro, pues, que no se trata de ninguna llamarada. Cerca de dos millones de personas no salen a la calle a manifestarse a favor de la independencia de manera voluble. Para que esto suceda es necesario que antes hayan pasado muchas cosas. Y ciertamente han pasado. En los últimos cuatro siglos ha habido tantas agresiones españolas contra Cataluña, tantos intentos de derrumbarla para siempre y de extinguir su lengua, que resulta incomprensible la resignación con que lo hemos aceptado.

 

Sin embargo, todo tiene una explicación. Y, en este sentido, el libro ‘La història indignada dels catalans’ (Rafael Dalmau, Editor, 2012), de Xavier Escura, es de lectura necesaria para tener una visión global del proceso que nos ha llevado hasta aquí. Veamos un fragmento:

 

«La interiorización de la amenaza latente y el miedo subsiguiente han atenazado históricamente, sin ser conscientes, a muchas generaciones de catalanes. Un instinto hipertrofiado de supervivencia hizo que de padres a hijos -de una manera similar a lo que ha sucedido ancestralmente entre muchos judíos- se desarrollara una psicología colectiva neurotitzada, basada en el recelo y la desconfianza permanentes del perro apaleado».

 

Ciertamente es así, lo que explica el montón de dilaciones que Cataluña ha sacado del sombrero para retrasar, cuanto más mejor, la decisión de abrir la puerta de la jaula y vivir como lo hacen los pueblos libres. Por ello, de la vida en prisión española hemos dicho libertad volviendo la espalda a la libertad real exterior. Y por eso mismo, también, el libro de Escura es altamente recomendable. Sobre todo para aquellos catalanes que buscan argumentos serios con los que construir sus sentimientos y quitarse de encima el síndrome de Estocolmo, siempre inherente a los pueblos largamente oprimidos. Dividido en setenta y tres apartados, el libro aporta al lector interesantísimas reflexiones en ámbitos como la catalanofobia, la adulteración de nuestra historia, la trampa asimilacionista de un falso progresismo, los verdugos de la lengua, el nacionalismo español actual, los complejos catalanes y españoles, los no-nacionalistas, los falsos universalistas, los tránsfugas de nación o la falacia de la unidad de España.

 

 

Con respecto a los sentimientos latentes de confrontación, Escura dice esto:

 

«La mentalidad castellanoespañola actual no puede esconderse ni lo pretende -los fondos de animadversión hacia los catalanes. Una animadversión que, insistimos, siempre encuentra promotores, dada su rentabilidad electoral. Una antipatía, sin embargo, que si se moviliza y se proyecta con tanta facilidad contra la sociedad catalana es -y aquí radica la clave de la cuestión- porque no se le llega a comprender, de tan diferente que es, aún hoy, de la española. Una diferencia que en nuestros días cualquier turista observador advierte poco después de entrar en contacto con unos y otros».

 

Uno de los valores de este ensayo es su claridad expositiva, así como la voluntad de responder al mayor número de preguntas que se a menudo obvian, ya sea por incomodidad o por una prudencia mal entendida. Durante muchos años, los catalanes hemos sido más proclives a la queja y al lamento que a encontrar las herramientas necesarias para cambiar definitivamente la situación. Tal como el enfermo que se lamenta día tras día y año tras año del daño que le hace el cuerpo, pero que no se ve con valor de seguir el consejo de los médicos y pasar por la sala de operaciones para remediarlo. Y es que son tantas las excusas que hemos llegado a buscar para no tener que dar el paso, que si un día las recopilamos tendremos que crear un museo específico para poder ponerlas. Como dice Escura, «es fácil constatar que entre muchos intelectuales catalanes se fue extendiendo, durante muchos años, un desconcierto y una desorientación ante el desparpajo de un nacionalismo español rejuvenecido, democratizado y modernizado».

 

En este caso, yo diría que la democratización del nacionalismo español no ha existido nunca. Ha cambiado las formas, eso sí, pero todo ello no ha sido más que una operación dermoestética forzada por las circunstancias. Y como este nacionalismo siempre se ha reafirmado a través de la catalanofobia -es el gran nexo de unión entre la derecha y la izquierda españolas-, el acoso a Cataluña se mantiene vivo como el primer día. Basta con que miremos atrás para comprobar que los valores totalitarios y absolutistas de España permanecen inalterables a pesar del paso de los siglos. Escura, siguiendo este hilo, también dedica un buen número de páginas al nacionalismo español y describe muy bien la instrumentalización que el Gobierno del Estado y sus medios de comunicación -con la ayuda irreflexiva de muchos medios catalanes, podríamos añadir- llegan a hacer de personas, hitos y premios que no son suyos: «Sólo hay que ver cómo explota los iconos líderes del mundo de la cultura, el deporte y el espectáculo -muchos catalanes- y los convierte en portaestandartes de un nacionalismo español insolente y fanfarrón inimaginable hace sólo treinta años.

 

‘La historia indignada de los catalanes’, de Xavier Escura, es un libro que, aparte de ser muy agradecido de leer por su fluidez, mantiene al lector en estado de reflexión constante y lo enlaza con el nuevo horizonte nacional de Cataluña. Un horizonte que nunca habría sido posible sin la pérdida del miedo del pueblo catalán y la presión que está ejerciendo sobre su clase política a fin de recuperar los atributos propios de un Estado independiente. Y digo recuperar porque Cataluña no es ninguna nación novel que aspira a ser un Estado; Cataluña ya era un Estado.

 

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