Una nación nueva

Sería, quizás, un poco decepcionante que, los esfuerzos para hacer un nuevo país, quedaran reducidos a construir sólo un nuevo Estado. Al margen de la dimensión más estrictamente política, institucional, jurídica, de articulación de toda una arquitectura administrativa estatal (diplomacia, defensa, seguridad, etc.) existe también la posibilidad de construir una sociedad nueva, los valores compartidos, el código ético colectivo y la nueva cultura democrática a construir conjuntamente. Pero hay aún otro, de reto pendiente, como es vertebrar una nación nueva, en un país y en un Estado también nuevos. Una nueva nación, catalana, lógicamente, pero también nueva.

 

Más de una vez he dicho que tenemos la suerte de no ser una raza, sino una cultura. Y ésto nos facilita enormemente las cosas, a la hora de tejer los fundamentos comunes sobre los que construirnos como pueblo, como nación diferenciada. Si fuéramos todos negros, o amarillos, sólo podrían ser catalanes los negros o los amarillos y nadie más. Pero no somos una raza, felizmente. La cultura que somos, como el resto de naciones europeas, tiene un instrumento esencial que la hace posible y le da cohesión, como es la lengua. Y una lengua, todas las lenguas, se puede aprender y pueden aprenderla todos. La nuestra, también. Quien traspasa la puerta de la lengua tiene mucho más fácil el acceso a la nación, porque los otros, los que ya estaban, lo ven no como alguien de fuera, sino como alguien que ha querido entrar más allá del umbral, conscientemente, y ya es de dentro y está adentro. Claro que también se puede ser sin un uso activo del idioma, pero, en este caso, todo ya es un poco más complicado.

 

Hace muchos siglos que existe la nación catalana, pero no siempre ha existido la misma nación catalana. Jaume I nació en Montpellier y no vio en su vida una rebanada de pan con tomate: y era catalán. Antes, los catalanes éramos gente de espíritu belicoso y algún recuerdo tienen de ello en Grecia, pero, hasta anoche, éramos tenidos por la quintaesencia del pactismo, la negociación y la concertación. Y en ningún momento hemos dejado de ser catalanes. Ha habido varias naciones catalanas a lo largo de la historia, pero no ha habido siempre la misma. Un país permanentemente igual, inmóvil y estático no tiene futuro, porque impone a los vivos la nación de los muertos y no les deja ningún espacio democrático para hacer su propia contribución a la construcción permanente de la nación con la que se identifican

 

Plantear a la gente venida de fuera -hace un mes, un año o veintisiete- que se sume a la idea de soberanía, con el único argumento de que vivirá mejor, quizás es mucho, pero no es el todo. Más bien parece una operación de puro intercambio mercantil. No sólo vivirán seguramente mejor, sino que deben ser invitados a la construcción permanente de la nueva nación catalana, a hacer su aportación, a mejorarla y, lo que es más importante, a responsabilizarse también de su futuro, junto con los suyos. Concebir la nación como un proyecto inacabado le asegura larga vida, porque es algo incompleto, que necesita de todos los que se identifican con ella para darle la máxima plenitud posible. Por eso, conceptos como «nuevos catalanes» o bien «inmigrantes» pueden ser inadecuados para definir la etapa que tenemos por delante. Si una nación como la nuestra es la suma de la cultura heredada de la historia, más la vitalidad plural de la cotidianidad más diversa, en realidad ésto ya es una nueva nación catalana y, por tanto, todos seremos nuevos catalanes. Tanto los de toda la vida, con linajes medievales demostrados, como aquellos que acaban de comenzar toda su vida como catalanes. Tendremos en común la responsabilidad de autogobernarnos, sólo nosotros. Porque, de hecho, la independencia no es más que la expresión máxima de la responsabilidad de un pueblo, ejercida colectivamente. Es la madurez civil y política. Y una nación es eso: un espacio compartido de intereses, emociones, complicidades y referentes. Y esto no tiene color de piel, ni origen geográfico. Sólo voluntad de ser.

 

 

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