ANC: civismo y soberanía

La Asamblea Nacional Catalana ha cumplido un año. Este sábado, en Girona, la Asamblea podrá hacer balance del trabajo hecho y revisar el motor, el desgaste de las ruedas, el estado de los filtros y niveles. En un año han pasado muchas cosas. El cambio de escenario político en Cataluña responde, evidentemente, a causas sociales muy profundas, a fuerzas que se acumulan a lo largo de muchos años y tardan en manifestarse. La mecha sola, sin pólvora, no hace estallar nada. La bombilla, sin la energía que la enciende, no ilumina. La ANC no ha sido el protagonista único responsable del cambio de ciclo. Pero ha sido el catalizador. Ha sido el instrumento nuevo, necesario, de libre adscripción, situado en el corazón de la política, pero al margen del sistema político de partidos en sentido estricto. Ha sido la semilla organizativa que ha sacudido el entorno y ha tomado la iniciativa. La que ha encontrado el epicentro propagador. La que ha sabido concentrar y canalizar la energía que se perdía cuando la dispersión general de trayectorias no encontraba el aglutinador que lo convirtiera todo en un movimiento ciudadano. La ANC tuvo la capacidad de reunir, en una coyuntura crítica, el activismo soberanista que había hecho posibles las consultas populares a favor de la democracia, la justicia y las libertades, a favor del derecho a decidir. La ANC, sin tener que arrastrar el lastre del descrédito de la política formal, supo organizar la actuación de muchas personas por todo el país. Planteó un objetivo general de divulgación, de extensión y de concienciación. Y estableció un objetivo preciso, la movilización en el momento adecuado. Por ello, el Once de Septiembre de 2012 quedará como un hito histórico de primera magnitud. La inmensa manifestación para reclamar el Estado propio fue un mensaje poderoso de un gran impacto internacional. Lo modificó todo dentro de la política catalana y situó el contencioso catalán con el Estado en la agenda de los medios de todas partes. Todo ello, con la gente, lo hizo la ANC recién estrenada. El Once de Septiembre quedó claro que, en Cataluña, aquella organización popular era la verdadera vanguardia multitudinaria del civismo.

 

Un éxito tan inmediato pone, inevitablemente, el listón muy alto. Manifestaciones como aquella no se pueden hacer cada cuatro días. Ni se puede estar enviando permanentemente mensajes con acciones espectaculares para llamar la atención global y, al mismo tiempo, marcar el terreno de juego a las formaciones políticas locales. Desde este punto de vista, una de las principales virtudes de la ANC ha sido la humildad y un notable sentido de la discreción. Manteniendo la presencia pública pero sin reclamar protagonismo ni atención constantes. Consolidando el perfil soberanista pero vinculándolo a las causas sociales más sensibles y perentorias. No hace falta que hacerle apología. Ha habido momentos o acciones seguramente mejorables. Pero hace un año, los más ambiciosos habrían firmado por llegar donde estamos en un lapso tan breve. Este es el espíritu que mucha gente esperamos que presida la asamblea de Girona: humildad, generosidad, disposición propositiva, complicidad y camaradería, imaginación y rigor, flexibilidad y firmeza. Satisfacción por el gran éxito alcanzado y plena conciencia de los defectos que hay que corregir y lo mucho que queda por hacer. La tentación personalista o el riesgo de confrontaciones internas están presentes en movimientos de todo tipo, pero son un freno y es fundamental saber controlarlas. Sábado, en Girona, la gente de la ANC tendremos la oportunidad de demostrar el grado de inteligencia colectiva que acompaña el compromiso compartido. Y podremos intuir si esta vanguardia multitudinaria transversal del civismo tiene vocación de convertirse en la plataforma popular más activa y decisiva en la reclamación del Estado catalán, y en la correspondiente transformación social y democrática del país.

 

Hace un par de días, uno de los empresarios culturales más destacados de nuestro país me preguntó si, en mi opinión, el soberanismo estaba preparado para aceptar una derrota en la consulta. Quería saber si un mal resultado provocaría una depresión profunda dentro del soberanismo militante y una desbandada general prolongada. Le comenté que la apuesta por la vía democrática, en contraste con el obstruccionismo unionista, me hacía tener confianza, en caso de consulta, en una gran victoria del soberanismo. Y que procuraríamos estar preparados y hacernos dignos de ese resultado. Una ANC unida y firme, capaz de inspirar y activar la ola cívica del soberanismo social, disiparía dudas y sería un factor determinante a favor de los horizontes más diáfanos.

 

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