¿Corrupción? Es el sistema, estúpidos

En la decadente España llevan meses revueltos por la publicación y las diligencias en torno a algunos casos de corrupción de «alto standing» que recrean el morbo, la mala leche y sobre todo la impotencia del común de los mortales ante la impune chulería de los corruptos.

La corrupción, el aprovechamiento gracias al poder de recursos públicos para el beneficio privado, es algo común en cualquier país del mundo habido o por haber. El ser humano de modo innato es corruptible en la misma medida en que es violento o mentiroso. Miente quien diga que nunca miente.

Pero estas características humanas son controlables, educables, erradicables. En función de la voluntad personal y de la ideología, podemos gestionar nuestros instintos siempre y cuando, eso sí, esta ideología sea social; es decir, ajena a una teorización de la mera gestión individual respecto de unos objetivos vitales ajenos al colectivo, es decir protocapitalista.

Hay grados de corrupción. Puede ser coyuntural, individual, organizada, institucional e incluso sistémica. De la mordida del yerno picolo de la Jurado al Barcenasgate el trecho no solo se diferencia en la distinta cantidad sisada, también en si el beneficiario es un individuo, el mismo Sistema, siendo este su funcionamiento común, o ambos. También hay que decir que probablemente en varios países hace tiempo que hubieran fusilado al Bárcenas de turno, mientras que en otros como en el que vive quizá se regodearía con reportajes desde su chalet de Bermudas.

En Euskal Herria la corrupción existe con características propias. Quizá sea menos evidente y ostentosa ante el común que la que anida en el Estado español, pero es igual de repugnante. En España, por otra parte, convergen varios elementos definitorios comunes respecto a otros estados mediterráneos con algunas características propias typical Spanish. Al igual que Italia, Grecia, Portugal o incluso otros estados del Magreb, la corrupción es sistémica, está enraizada en el origen del régimen vigente respectivo. Básicamente derivan de estados autoritarios que han «transicionado» a «la democracia» sin variar un ápice sus estructuras político-económico-sociales, algo que los identifica de modo común, y que se han adaptado al boom del crecimiento especulativo de las últimas dos décadas desde parámetros de estructura social decimonónicos. Mantienen así entramados sociales caciquiles, estéticamente actualizados pero con la verticalidad estructural manifiesta de siempre, en la que por el terror y el chantaje, se mantiene la lógica corrupta ineludible e institucionalizada de décadas.

En el caso español en concreto es obvio que el crecimiento económico subvencionado de «la transición» y el pelotazo inmobiliario base del «nuevorriquismo paleto», converge con las estructuras derivadas del «atado y bien atado» final de la época franquista adaptando las mismas lógicas a los nuevos tiempos. El acondicionamiento impune a «la democracia» de los miles de «Don Pablo de Cuéntame» es el paradigma simbólico equiparable.

Nada de esto sería posible además, sin la vital desertización manifiesta de toda posible alternativa ideológica mediante la represión selectiva o la lobotomización consumista indiscriminada. Así el sistema ha organizado «la democracia» manteniendo incólume una lógica de blindaje de las rancias estructuras de poder con un mero barniz estético posmoderno y pseudodemocrático, adaptándose, eso sí, a los nuevos lobbies de poder emergentes, y manteniendo a la vez en un páramo efectivo a toda posible articulación democrática efectiva de la sociedad civil.

El Sistema se articula pivotando desde un ejecutivo fachada basado en políticos profesionales -ajenos a la política como compromiso social- que resume su hacer en la idea Rajoyniana de «no cumplo con mis promesas, cumplo con mi deber» (cuando su deber político era cumplir con sus promesas no con las exigencias de los poderes fácticos). Definitivamente monigotes públicos del verdadero poder paraestatal.

Un modelo partidocrático de Partido Único con doble faz -PPSOE- hacedor de políticas inducidas únicas, obligatorias e indiscutiblemente correctas, que se enmascara tras una escena pluripartidista homologadora controlada y vetada de facto a la posibilidad de alterar la falacia de «las normas de juego que nos hemos dado». Ningún partido o coalición podrá nunca alterar el organigrama de poder del Sistema «atado y bien atado», incluso aunque llegase hipotéticamente al Gobierno, que no al poder, si no adopta de modo radical un programa de ruptura revolucionaria respecto a los poderes reales. Así la función política es meramente actoral y no se trata más que de aplicar políticas decididas por agentes externos a la lógica administrativa, homologando estas decisiones con esa suerte de paripé dialéctico partidario.

Un sistema judicial bajo control político que protege el poder real, el ámbito financiero, inmobiliario y de las corporaciones transnacionales, homologando y protegiendo toda decisión de estos mediante la complementariedad hacia las acciones del ejecutivo.

Una fiscalidad expoliadora acorde con los intereses de los verdaderos poderes políticamente exógenos y suprapolíticos blindada e incuestionable.

Una armonización correlativa del poder exógeno (lobby internacional financiero-inmobiliario-mediático) con el endógeno-instituciones tradicionales fácticas (Iglesia Católica, Monarquía postfranquista o Fuerzas armadas).

Una red corporativa institucional-empresarial cerrado, ligado a las castas políticas del entramado partidario, sindicaloide y empresarial vinculado a las políticas públicas.

Así, la inflamada casuística mediática de la corrupción, Urdangarín, Barcenas… son explosiones controladas que reflejan las luchas sectarias en los aparatos, que el propio Sistema permite en su propia lógica de drenaje, ante la falta de riesgo real de que una posible alternativa colapse el Sistema. El mismo Sistema, que es cuestionado por la mayoría de la población, impotente y perpleja ante el saqueo social de la involución capitalista que llaman crisis mientras es reprimida e infiltrada en sus movimientos populares de protesta, echa a algunos de sus testaferros a los leones (pero poco) a sabiendas de que el grueso de la corrupta estructura quedará impoluta. Una lavativa pública para transmitir el falaz efecto de que el «sistemademocráticofunciona» hasta para condenar a ciertos eminente sujetos… que por cierto veremos si son condenados a algo, ya que por el momento su situación respectiva de cara a la presunta justicia es muy diferente de la de muchos acusados por otro tipo de delitos menores pero de otra posición social.

 

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