Europa sin Europa

La crisis que nos toca sufrir, evidencia las deficiencias del actual ordenamiento de la unidad europea. Planteamiento impuesto por unos dirigentes, nunca en disposición de asumir las precauciones exigidas, cuando toca arbitrar medidas que interesan a la colectividad. Al contemplar el estado actual de la unidad europea es fácil dejarse arrastrar por la frustración; a la vista del desengaño que crece en tantas regiones europeas. No son ya los euro-escépticos ingleses, que parecen haber triunfado en su apuesta por el fracaso de la Unión; ni los franceses que sienten peligrar su Estado-Nación republicano, caso de que la construcción europea no tome los modelos de la propia Francia. Es la decepción de tantos europeos del este, inicialmente convencidos de que sería en el marco de la Unión, en donde, finalmente, conseguirían los niveles materiales y culturales de toda índole con que soñaban desde hacía decenios. Y la de españoles, y otros, que sentían haber superado de manera irreversible las limitaciones que los habían mantenido históricamente apartados de Europa.

La Unión europea nació de las convicciones de mentes ilustradas, que consideraban el marco de los Estados-Nación inadecuado para la interrelación de los europeos. La rivalidad económica y política en general, desarrollada a lo largo de siglos, y en la que los propios europeos habían basado sus proyectos nacionales, amenazaba con la autodestrucción de la misma Europa. Particularmente los pequeños Estados, que habían intervenido en menor medida en conflictos y rivalidades, pero que no habían obviado sus efectos nocivos, parecían mejor dispuestos a una reforma, en la que confiaban como instrumento que facilitase los intercambios y afirmase, igualmente, un sistema de relaciones intra-europeas; medio impulsor también del mutuo conocimiento, al lado de fructíferos esfuerzos en el plano material.

A decir verdad, las dificultades en la prosecución de tales objetivos han evidenciado la permanencia de los prejuicios nacionalistas; particularmente en los viejos imperios, ahora reducidos a Estados segundones en el orden mundial. Son sobradamente conocidas las disputas y desencuentros ocasionados en cada una de las decisiones a tomar para toda la Unión Europea con carácter general en materia de órganos de gobierno y estructuras de poder; de la misma manera en el campo de lo jurídico que de la administración. Este rasgo va unido a la índole elitista y tecnocrática -carente de base democrática- que ha predominado en el diseño de los órganos de decisión europeos. Bajo el pretexto de crear una organización en la que primase la preparación de técnicos competentes, orientada a la mayor eficiencia, la parte más importante de la organización ha sido dejada en manos de supuestos expertos, prevalidos de este halo para tomar decisiones, que se pretenden las más idóneas en cada caso. No es lo peor el arrumbamiento generalizado como norma de cualquier control democrático. Parecen más lamentables los efectos de una práctica tecnocrática, que significa ventajas para los intereses de los grupos de presión, mercantiles y financieros, frente a cargas y limitaciones impuestas a las bases sociales que conforman Europa.

Es esta la percepción quizá más generalizada, que refleja el constante aumento de la decepción con respecto a la Unidad europea, en el momento presente dominante ¿Qué ventajas podemos obtener de Europa? Considero que una tal pregunta responde a los prejuicios nacionalistas en los que han crecido las últimas generaciones de los Imperios europeos de mayor raigambre; desde Italia a Gran Bretaña. También muestra esta percepción una incomprensión de las exigencias planteadas actualmente por el propio desarrollo del proceso histórico de Europa. No voy a referirme en este preciso momento a las graves deficiencias de configuración de las estructuras organizativas europeas, impuestas contra toda lógica, en las que han incurrido los responsables políticos en general. La más grave preocupación del momento presente se centra en la posibilidad de una desintegración de la Unidad europea, o cuando menos, en un deterioro de sus mecanismos que lastren el futuro de la misma.

En gran medida, importante número de europeos ven en Europa un problema, mejor que una realidad a la que se encuentran ligados indefectiblemente. Al mirar hacia atrás, atribuyen de manera generalizada el conjunto de males económicos que se experimentan a las modificaciones concretas que han venido de la mano de Europa. El euro ha encarecido la vida en general. No se aprecian las ventajas de una moneda que ha permitido hasta ahora enormes ventajas a la Economía española. Es cierto que no se tienen en cuenta las que pudieran ser vistas como circunstancias negativas desde una perspectiva nacionalista. Únicamente expertos y entendidos insisten en la sumisión de las instituciones nacionales a las instancias comunitarias -Bruselas-. En este balance se tiende a dejar a un lado las ventajas que ha significado la unión monetaria, a pesar de que en la crisis solamente se señalan los problemas. Sin pretender, en ningún caso, dar por bueno el conjunto de medidas impuestas por las instancias comunitarias, sí conviene ser crítico ante los impulsos de corto alcance del hombre de la calle.

Por lo demás, es cierto que la actual problemática, que parece cuestionar la misma Unidad europea, es en mayor medida responsabilidad del sistema económico que predomina en el conjunto de la Tierra -el Neoliberalismo-, que de un proceso de unificación insoslayable para un planteamiento de futuro europeo sensato y razonable. Los problemas que convulsionan Europa derivan de la supervivencia de los viejos prejuicios nacionalistas en la sensibilidad de las sociedades de los anticuados Imperios -ahora reducidos a esos Estados-Nación que buscan el reciclaje en el nuevo esquema organizativo mundial-. España, Inglaterra, Francia, Italia y la propia Alemania se resisten a reconocer su pérdida de importancia -no digo decadencia- ante el avance imponente de los Mundos extra-europeos. La actual crisis económica lo es de un proceso histórico propio de Europa. La cultura de los europeos -lo mismo la calificada de derechas, que de los auto-considerados izquierdistas, incluidos los radicales- maneja unos paradigmas en el proceso histórico que nos podemos permitir calificar de estrambóticos.

En el imaginario europeo ha sido marginado el resto del mundo exterior a la denominada cultura occidental, como si careciese de significado la aportación del mismo al desarrollo material y de toda otra especie. Este eurocentrismo se manifiesta de la misma manera en los esquemas que se han dado en llamar burgueses, que en los calificados de socialistas. Los planteamientos de los autodenominados marxistas repiten cual papagayos el esquema de la simplificación teórica stalinista, elaborada por los obsoletos comités centrales de los diferentes partidos comunistas nacionales. Es llamativo a este respecto la adhesión que esos comunistas manifiestan a los planteamientos Keynesianos en los tiempos postmodernos. Para esta corriente la Historia tiene estas fases: Feudalismo, Capitalismo, la lucha del Proletariado en contra de este y, culminando, el Estado de bienestar. No es muy diferente el esquema de los burgueses: Feudalismo con intervencionismo agobiante de instituciones y órdenes sociales en el terreno de la economía, Libertad político-económica del Liberalismo, junto al esfuerzo permanente por parte de los trabajadores para reimplantar los decrépitos mecanismos de intervención de un poder político autoritario y, al final, necesidad imperiosa de abrir el conjunto de los factores productivos a toda la extensión de la Tierra, liberándolos de cualquier traba legal en su funcionamiento, junto con el abandono de toda veleidad de intromisión del poder público o social en el campo económico.

De hecho se evidencia que no existe mayor diferencia en estos análisis que la valoración merecida a burgueses y socialistas por cada uno de los momentos; en definitiva fases de un camino a recorrer ineludible. Se puede achacar a los socialistas su falta de comprensión de lo que sea el Mundo extra-europeo. Con independencia de lo que deba su análisis a Marx, no parece correcto prescindir de la incidencia que ha tenido la industrialización y consiguiente modernización en el denominado Tercer Mundo hasta tiempos cercanos; al igual que el retorno de la citada influencia sobre el considerado por el momento Mundo avanzado. Los socialistas europeos se han referido al Estado de Bienestar -etapa de la industrialización, caracterizada por el acuerdo entre los tradicionales enemigos, capitalistas y proletarios- como momento en que han sido superadas las tradicionales oposiciones entre ambos grupos. Aceptando esta conclusión, terminan por reconocer que la superación de las contradicciones de clase han sido resueltas gracias a la evolución del propio capitalismo; este hecho dio pie a que viejos comunistas como el eslovaco Dubcek y el ruso Yeltsin reconocieran al Capitalismo como sistema más idóneo, a la hora de solventar los problemas de los trabajadores. En cualquier caso el Estado de bienestar del capitalismo europeo fue una realidad limitada al estrecho marco de Europa Occidental y territorios que compartían la misma cultura. En el resto del Mundo este momento del proceso histórico se basó en un modelo de industrialización con formas de explotación de la mayor brutalidad y degradación. El denominado tercer Mundo presentará imponentes tasas de crecimiento y acumulación de capital gracias a ello.

A la vista de este panorama los capitalistas occidentales decidieron dirigir sus inversiones hacia unos territorios en donde las plusvalías alcanzaban unos términos imposibles con las condiciones de trabajo de los países avanzados y procederán al traslado de la actividad productiva manufacturera a los territorios en los que el factor trabajo -salario y consumo del trabajador en definitiva- resultaba más barato. Se inició de esta manera un proceso que llevará en el futuro a la transformación del paisaje económico del conjunto de la Tierra. Este es el procedimiento denominado deslocalización. Se traslada en principio la actividad productiva, la capacidad de consumo se mantiene en la vieja zona productora ¡No importa la situación de principio! A la larga, se invertirá la situación, con la disminución del consumo en los países avanzados y su aumento en los nuevos productores, en razón de la actividad productiva de cada área.

Se da por hecho que los capitalistas europeos actúan de una manera racional llevando sus inversiones allá a donde la ganancia es más fácil a corto y medio plazo. Hasta aquí son los amos del proceso ¿Podrán mantener esta posición cuando la competencia permita el surgimiento de grupos empresariales en China, India o Rusia? ¿Para qué creen que se han hecho los Estados? El poder económico se encuentra sujeto al político; este va acompañado del poder militar; Estado.

Probablemente nos encontremos todavía muy cerca del principio de este proceso; sin olvidar que el peso de la producción industrial ha pasado ya a las nuevas potencias emergentes. Constituye una ilusión pensar que la evolución de estos países -como sucede en el caso de China- permanecerá dependiente del consumo del Mundo occidental para siempre. En cierto modo el proceso es similar al de viejas situaciones históricas -Imperio romano tardío, España Imperial, etc.- que pasaron por esta coyuntura. La perspectiva es la de una Europa relegada, al haber perdido posiciones en el ranking de la producción global. Las nuevas potencias económicas mostrarán su capacidad de inventiva y renovación. También se verá afectada la clase de los capitalistas europeos, incapaces de entender que la pérdida de importancia de Europa en el campo económico, implicará una disminución de la propia riqueza a la larga, cuando desaparezcan de manera casi inapreciable, pero inexorable, la capacidad de consumo de sus propios territorios nacionales ¡Al tiempo!

Este será el contexto al que llegará Europa de seguir con las pautas organizativas presentes; el factor que es considerado impulsor de la riqueza -el estímulo del mercado- ocasionará la decadencia europea. No existe sino una solución; la que pasa por la remodelación del actual sistema económico y -en definitiva- de la misma organización de Europa. Quizás esta exigencia equivalga a pedir peras al olmo -como se acostumbra a decir-; en todo caso evidencia la escasa flexibilidad y esclerosis que termina por afectar a un sistema como el capitalista, que ahoga lo que se proclama como su esencia más radical, cual es el libre mercado.

Por lo que toca a los europeos, de ser cierto que están interesados verdaderamente en la solución de los actuales problemas, constituye un imperativo que asuman la realidad de un Mundo de coordenadas mucho más amplias de lo que han venido considerando hasta el momento, incluso por parte del sedicente universalismo que proclaman al igual los impulsores de la globalización, como quienes insisten en la solidaridad de la Humanidad. La revolución industrial ha transformado el conjunto de la superficie de la Tierra, tal como lo había previsto Marx. Otra cosa es que lo haya hecho el Capitalismo europeo, a la vista de los diferentes enfoques con las que abordan la industrialización las potencias emergentes -por cierto, en muchos casos poseedoras de culturas ancestrales, a las que el Mundo avanzado debe más de lo que cree-. La solución de Europa pasa por la democratización en profundidad, que debe operarse primeramente en el circulo más estrecho de las colectividades más pequeñas; calificadas de minorías por parte de quienes no contemplan otro escenario que el pensado y diseñado por los ambiciosos planteamientos uniformadores del nacionalismo de los Estados-Nación, -sean estos dirigidos por élites socio-económicas o por sedicentes igualitarios-. En un segundo lugar, la democratización deberá ser el principio de organización del sistema institucional europeo; diseñado para que sea instrumento de los intereses de las diferentes colectividades europeas, y en definitiva, de quienes terminarán por considerar al conjunto de Europa una Nación en el pleno sentido de la expresión; solidaria entre su ciudadanía e impulsora de la comunicación e intercambios de toda índole con el resto de la Humanidad. La secuela de mayor trascendencia de estas transformaciones -por el momento, teñidas de cierto idealismo- será el traspaso de la dirección de los asuntos económicos a instituciones democráticas, que miren a un más equilibrado reparto de los recursos, frente a la realidad presente que controlan grupos de presión e individuos, cegados por el control de unos bienes, en teoría en crecimiento permanente, pero que en los planes de quienes deciden sobre su distribución, ven a los más amplios sectores sociales, más empobrecidos y sometidos a un sistema de trabajo degradante.

Se puede afirmar que en el presente asistimos al afianzamiento de un proceso que arrastra a la producción manufacturera hacia aquella parte del mundo

 

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua