La insuficiencia del nacionalismo lingüístico

«La polémica lingüística no va a servir en la política, no como un elemento central, y podemos encontrarnos ejemplos [en Europa] tanto al Oeste… como al Este…. Durante la Edad Media la lengua [fue] convertida en importante componente de la identidad, pero el criterio primario era el que se relacionaba con el estado y sus instituciones políticas» (según señala Miroslav Hroch ‘La naturalesa de la nació’ p. 71).

Es sobre todo a partir de 1789 cuando los Estados jacobinos se revistieron de sus nacionalidades lingüísticas respectivas, y a continuación trataron de emularles ciertas naciones que habían visto sus propios Estados conquistados. Algunas vanguardias de estos últimos pensaron que lo correcto y más directo era desarrollar su correspondiente nacionalismo lingüístico, para hacer frente a la agresión lingüística del Estado conquistador que había tomado el aspecto de una nacionalidad cultural; cayendo en el error de ignorar que la contradicción principal es la de conquistador/conquistado, que su propio Estado se halla conquistado a manos del Estado conquistador dominante y que además supone la consecuente subordinación de la sociedad conquistada. Luego las ramas no dejan ver el bosque, quedándose en la superficie del espeso follaje cultural dominante que ahoga la cultura minorizada, sin ver el tronco de la conquista que es la causa de la subordinación y de la negación jurídico-política de todos los derechos de los conquistados, incluidos los lingüísticos.

No es lo mismo favorecer y priorizar la recuperación y expansión del euskara -discriminación positiva- que sustentar sobre la misma lengua lo que no es de por sí propio de ella, como la liberación de la sociedad conquistada y subordinada. El nacionalismo cultural es propenso a descansar indebidamente sobre la lengua nacional el peso del movimiento patriótico, situando al idioma propio en el centro casi exclusivo de su actividad. “{En este tipo de movimiento nacional ‘lingüístico’ la lengua hacía una función sustitucional para expresar conflictos de intereses relevantes en el ámbito nacional» (Ob. cit. p. 101). Lo que ha originado un balance de resultados escasos y muy lento en la consecución de verdaderos objetivos políticos, como se deduce de la comparación y estudio entre los diferentes movimientos de emancipación nacional en la Europa de los dos últimos siglos.

Siguen con el nacionalismo lingüístico, ocultando inconscientemente la existencia de la sociedad política diferenciada y subordinada. Sin tener en cuenta que la sociedad o ciudadanía política, que configura a la nación dominada, agrupa a todos los ciudadanos y ciudadanas, cuyos derechos individuales (civiles, políticos, sociales, económicos y culturales) solo pueden ser protegidos, garantizados, defendidos y regulados mediante el reconocimiento de los derechos colectivos, ahora también negados. Los derechos sólo los tienen los ciudadanos y ciudadanas que individual y colectivamente conseguirán su reconocimiento. Ciudadanas y ciudadanos, que poseen al euskara como lengua propia y nacional, y en ese sentido sí se puede hablar del derecho lingüístico de Euskal Herria. Es precisamente el hacer posible el ejercicio de todos los derechos, lo que hace imprescindible el ámbito colectivo de la sociedad subordinada, por haber sufrido la conquista y la continuada negación y suplantación de su soberanía. Por lo que la reivindicación de los derechos individuales pasa en este caso por la de los derechos colectivos a la soberanía e independencia. El tema fundamental es que se oculta o niega la existencia de una sociedad nacional conquistada por España y Francia. Pero, además de ese negacionismo externo, español y francés, encima nos hallamos también ante la sorpresa de que el mismo tiene una valiosa ayuda en un negacionismo interno, que le resulta a la sociedad dominada todavía más paralizante a la hora de poder reivindicar sus derechos.

«La nación no se va a formar como una construcción de comunidades ‘inventadas’ sin ningún pasado ni relacionada con ningún proceso previo. Más al contrario, va a resultar de un proceso de larga duración en la evolución de las relaciones étnicas, políticas, económicas, culturales y religiosas» (Ob. cit. p. 171). «Resulta evidente que la correlación entre el conflicto lingüístico y la formación de una nación no es común en todos los casos y, por consiguiente, en pocas ocasiones se puede considerar como una causa y una fuente directa» (Ob. cit. p. 69). «Una agitación mantenida bajo el estandarte exclusivo de la lengua…, no podía por sí misma mover los estratos populares de la nación hacia la causa patriótica» (Ob. cit. p. 24). «Ahora bien parece exagerado suponer que el significado simbólico de la lengua prevalece en general por encima del uso real» (Ob. cit. p. 99).

Es más, la muy justificada voluntad de los miembros de la cultura minorizada, que pretende emular a la cultura dominante, puede convertirse inconscientemente, en la práctica, en un imperativo subordinador, por el que la sociedad verdaderamente dominada, queda en permanente relación de dependencia jerárquica, pues deja a un lado el necesario interés por ejercer el poder político, que así es monopolizado por los miembros de las elites de la nación conquistadora gobernante. Entonces las meras reivindicaciones lingüísticas por parte de la sociedad conquistada no amenazan el poder de los representantes políticos del Estado conquistador, estos pueden y usan dichas legítimas exigencias de la sociedad minorizada, manipulándolas para ajustarlas a sus propios intereses de poder. No obstante, en esa situación la lucha por el poder político, en el caso de haberla, se ve dificultada por la inevitable falta de confianza mutua entre la sociedad dominante y la dominada a la hora de participar en el poder político.

El balance libertador de las luchas nacionalistas vascas del postrero siglo es muy escaso -estatutos de autonomía y división territorial- si se compara con el referente de la existencia del Estado europeo propio, cuyo imborrable e irrefutado testimonio está vivo hoy en Europa. Único Estado el propio de Navarra que engloba, integra y garantiza la supervivencia de Euskal Herria. Romper y dilapidar el insustituible, e irreemplazable, acervo nacional de Navarra nos lleva a un callejón del que cada vez es más difícil encontrar la salida. Una solución a la minorización de nuestra lengua vasca no la hallaremos en un nacionalismo lingüístico que en la práctica no cuestiona la hegemonía política de los idiomas español y francés. Sólo desde la soberanía nacional y social, ejercida en el propio Estado de Navarra recuperado, podremos hacer frente definitivamente a la continua agresión, incluida la lingüística, de los dos estados conquistadores. Zenbat eta gehiago Nafarroa, orduan eta gehiago Euskal Herria.

 

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