Por encima de nuestras posibilidades…

Es el discurso que los dirigentes socio-políticos se obstinan en inducir -y que sea interiorizado- en el cuerpo social. El individuo contempla la bonanza material de años anteriores y la trayectoria seguida desde la época en que el viejo Dictador aparecía en los televisores en blanco y negro, y no deja de tener la sensación en el presente, de haber vivido a la altura de las élites privilegiadas de los países desarrollados tras la incorporación a Europa; hecho que se hace cierto de igual manera por el disfrute de bienes de consumo y aparatos de más alta gama, que por la vivienda y modo de vida; culminado todo con la posibilidad de viajar a territorios más selectos y exóticos. En definitiva, el individuo medio de este territorio europeo denominado Península ibérica, -históricamente y hasta tiempos cercanos vecino de la escasez y hasta del hambre- había alcanzado un nivel y calidad de vida que no han tenido los más ricos hasta los últimos cincuenta años. Sus abuelos vivieron en la miseria; él no hubiera soñado en su infancia llegar a una tal situación de abundancia. Ahora que se encontraba en condiciones de alcanzar lo que desease, creyó que sus logros eran permanentes y para siempre.

La debacle inesperada que ha sobrevenido -y el impacto sobre la realidad social, que arrastra a la miseria a los más y trae la ruina a muchos de los «triunfadores»-, es de tales dimensiones, que ya nadie considera seguro su status, ni que este no sufra una modificación brusca en breve. Es cierto que las élites económicas mantuvieron siempre el discurso de los altos costes salariales y presentaban como insoslayable la exigencia del crecimiento permanente del beneficio empresarial. Poco importaba que los trabajadores vieran disminuir su propio nivel adquisitivo de modo continuo; en cualquier caso disfrutaban de capacidad de consumo suficiente, como para no sentirse quejosos. No obstante la cantinela de los altos costes productivos y del excesivo gasto público proyectaban la amenaza de lo insostenible del sistema. Por contra, las noticias económicas -situadas en los medios en las secciones secundarias- aludían de continuo a los beneficios y aumento del nivel de ganancia de las mayores empresas financieras y de especulación. Constituía la rutina aburrida que no preocupaba al lector, más atento a los eventos del deporte. En lo que tocaba a las noticias calificadas de políticas, no pasaban de tener interés, sino para los miembros prominentes y militantes enganchados de las organizaciones partidarias, porque se limitaban a cuestiones de la rivalidad por el control de las instituciones y a las interioridades de las mismas organizaciones. Cuando la prensa trataba de cuestiones verdaderamente graves, aludía a acontecimientos internacionales.

Con todo, la realidad de estos años ha sido la del enriquecimiento rápido, e igualmente, del consumo despilfarrador de la gente importante; amiga de la ostentación en los círculos más estrechos de la propia comunidad, o de los más anchos de la prensa rosa y gris. Hemos vivido en «la ciudad alegre y confiada»… Se ha dejado hacer y deshacer a los grandes -los más beneficiados-. Tolerábamos toda su ambición, que ellos denominaban salarios, indemnizaciones y jubilaciones blindadas y bonos, mejor que las peligrosas acciones de las empresas de especulación; todo rematado por la colocación, «usque ad mortem»… de personajillos acabados en el «cursus honorum»… del trabajo político, dentro de los consejos de administración de las más rentables empresas -antiguos monopolios de la Dictadura-. De este modo se pagaban -y pagan- los servicios prestados por quienes, -se supone- competentes gestores. A decir verdad, no demostraron su competencia como administradores públicos; aunque es conocido que la empresa privada gestiona mejor (¿?). Toda esta fauna era consciente de la burbuja en que vivíamos -¿No la habían creado ellos acaso?- por lo que advertían de los riesgos de modo continuo ¡Siempre la cautela de la sensatez! ¡Gastamos demasiado…! Decían, pero este colectivo plural nos señalaba a los demás como los responsables, en modo alguno a ellos.

Ellos ganaban y ellos mantenían un consumo que desbordaba su propia capacidad de consumir ¡Para algo sirve el lujo y la ostentación que produce satisfacción, sin satisfacer, ni llenar ninguna necesidad! Los demás al trabajo duro y largo. Pocos protestaban y la mayoría se conformaba con lo alcanzado; a fin de cuentas ¿Cuando hubieran soñado con el nivel conseguido? ¡Siempre habría ricos y menos ricos! Mejor dejarlo pasar… Y el dejarlo pasar quería decir que la gente rica y con poder podía manipular la riqueza producida por los trabajadores, a través de los mecanismos financieros. Esos ricos no se detuvieron ante ninguna maniobra de especulación. Cogieron el dinero, lo ofrecieron a quien les pareció oportuno, lo trasladaron a través de la superficie de la Tierra con simples mandatos informáticos e incluso se permitieron duplicarlo y más, como si la moneda fuera una materia agrandable y flexible, y no hubiera tenido la finalidad de facilitar los intercambios y el valor medio del trabajo, a fin de hacer factible la producción y la riqueza. La ambición por disponer de una proporción exorbitada de esta última en términos de dinero, culminó en la violenta colisión de un móvil a velocidad fuera de control.

Esta es la verdadera causa de la crisis y son responsabilidad de esa raza de especuladores los efectos perniciosos que afectan a los que trabajan, los auténticos productores de bienes y servicios. El discurso que habla de productividad no responde a la necesidad colectiva ¿No hemos podido disfrutar hasta ahora del estado de bienestar con una menor tasa productiva? ¿Qué subyace en esta propuesta que se orienta a un aumento de la producción global y que, paradójicamente, anuncia la disminución del bienestar; del consumo global en definitiva? No es otro propósito que la ambición de conseguir mayor proporción de riqueza y ¿Qué es la riqueza, sino la producción de bienes y servicios, destinados a satisfacer las necesidades de los humanos? El propio Adam Smit lo proclama como punto de arranque de la economía. Llamativamente el efecto lógico y primero de la propuesta de los actuales responsables de la economía es la reducción del beneficio del trabajo, y desde luego del consumo. Tendrán que explicarnos estos iluminados la manera en que esperan que aumente la riqueza, cuando disminuya realmente la parte en ella de la mayoría consumidora y aumente en teoría laproducción.

Si dirigimos la mirada a la evolución de la economía en el Estado español -que arrastra a Navarra por imperativo legal- se constata a primera vista las nefastas consecuencias de las reformas auspiciadas por el actual gobierno español, que han acelerado los errores de los anteriores; recortes de gasto, facilidad de despido, disminución de atenciones sociales… El discurso que lo justifica, es la creación de empleo. Lo cierto es que por el momento aumenta desbocada la pobreza y el paro y se evidencia la incapacidad de los portavoces gubernamentales y del propio partido del P.P., para explicar, cómo la facilidad de despido y la disminución de los gastos empresariales impulsarán el empleo finalmente. Es cierto, los empresarios ganan más ¿Pero cómo piensa el gobierno español obligarles a invertir…? Aquí parece existir un salto lógico, por la evidente ruptura entre las medidas de la administración y la decisión de quien posee dinero, que puede optar por la inversión, o… por la inversión deslocalizada en Asia, o por la compra de un yate o palacio, o por depositarlo en un banco suizo. La existencia de dinero por sí misma no garantiza la inversión, de no haber perspectiva de mejor rentabilidad. Está claro que la disminución de la capacidad de consumo -por disminución de salarios, trabajo y gasto público- se traduce en contracción de la inversión y de la actividad económica. Esta situación puede convertirse en permanente, en la medida en que otras áreas del Mundo presenten mejores condicionantes para la inversión. Únicamente la aportación de dinero exterior posibilitará el crecimiento de manera inmediata. En el caso contrario, no queda sino plantear el largo camino de la puesta en valor de los propios recursos; la autarquía…

Si se contemplan los análisis concretos a que recurren los promotores de las corrientes neoliberales, actualmente dominantes en el campo de la decisión económica, es fácil concluir que sus previsiones han fallado en casi la totalidad de los casos. Tal circunstancia no parece preocupar a nuestros hombres, porque su objetivo es la imposición de aquellas políticas favorecedoras de los intereses de los grupos especuladores -financieros y megaindustriales- y en general de los poseedores de capital. Suelen insistir nuestros expertos en la libertad de mercado, una libertad como la que podríamos denominar de garrote, propia de los señores feudales. No hay por qué extrañarse, si se tiene en cuenta que favorece la imposición del más fuerte. De hecho, el objetivo de este planteamiento empresarial no busca el equilibrio del mercado, sino el mercado restringido y, a poder ser el monopolio. Todo muy lejos del idílico mercado de aldea, y sin alguacil, que describe Adam Smit y con el apoyo de las organizaciones estatales de mayor potencia -U.S.A.-, muy decididas a la defensa de los intereses de empresas nacionales.

Podemos afirmar que no nos engañamos al asegurar que el objetivo primero de los responsables de la economía internacional consiste en aumentar la producción en general; aunque el objetivo final persiga el aumento de la proporción de riqueza global a controlar; riqueza que expresada en términos matemáticos, causa perturbación en el individuo normal, por sus dimensiones y dificultad de considerar. No se entiende, en consecuencia, que el discurso económico se centre en el ataque del gasto público y sueldos excesivos del trabajo, mientras, por el momento, se pretende justificar el aumento de productividad, con la mirada puesta en superar la competencia. Se constata, por lo demás, el aumento de las rentas de los dirigentes económicos, paralelo a la permanente exigencia al trabajador de que acepte la reducción de su pequeño salario y renuncie a determinados avances que los dueños del dinero decidieron conceder durante la etapa del denominado Estado de bienestar, puesta la mirada en ganar la voluntad de los trabajadores en el marco del conflicto entre sistemas económicos, mientras funcionó la U.R.S.S.. Pero en la situación presente los poderosos ambicionan los mecanismos impuestos en tantos países en desarrollo, en donde sus congéneres económicos -y ellos mismos al deslocalizar- obtienen rentabilidades impensables. No nos dejemos sorprender. El discurso de la productividad utiliza un razonamiento de sofistas. Responde al oportunismo de los grupos socio-económicos que siguiendo la tradición espoliadora empresarial, considera estar en condiciones de recuperar para beneficio exclusivo las porciones de la renta que se vio obligado a renunciar por oportunismo igualmente. Lo que en el momento interesa es la generalización de condiciones de trabajo lo más similares posibles a las de mayor degradación de cualquier parte de la Tierra. Siempre es posible encontrar trabajo más barato y el trabajador deberá tomar conciencia de que el beneficio es para el inversor.

Frente a todos los discursos que en periodos anteriores han insistido en que el desarrollo y crecimiento de la economía se traduciría finalmente en el beneficio del conjunto social -tal y como han defendido la mayoría de teóricos socialdemócratas- constatamos la realidad de una ambición insaciable por parte de los ricos. Es la desvergüenza del recluso ex-presidente de la patronal española, C.E.O.E., Díaz Merchán, a quien la ambición ha colocado entre rejas; “hay que trabajar más y ganar menos»… ¿A cuántos de sus congéneres habría que aplicar la receta?

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua