¿La libertad tiene precio?

En la memorable escena final del juicio de la película ‘A few good men’ (‘Algunos hombres buenos’, de 1992), dirigida por Rob Reiner y con guión de Aaron Sorkin -el mismo de la celebrada serie The west wing-, el comandante Nathan R. Jessep (Jack Nicholson) es interrogado por el teniente Daniel Kaffee (Tom Cruise) para que confiese si dio una orden en la base de Guantánamo a causa de la cual había muerto un joven marine. El comandante se siente acorralado y, encendido, desafía al abogado: «¿Quieres respuestas?» Y el teniente le responde: «Quiero la verdad». Entonces, el comandante arranca un discurso impresionante, que sólo puedo reproducir parcialmente: «Tú no puedes soportarla, la verdad -le dice-. Hijo, vivimos en un mundo que tiene muros, y esos muros deben defenderse con armas […] Tú te puedes permitir el lujo de no saber lo que yo sé. […] Tú no quieres saber la verdad, porque, en el fondo, me quieres en el muro. […] No tengo ni el tiempo ni las ganas de tener que dar explicaciones a un hombre que se acuesta y se levanta bajo la manta de la libertad que yo le proporciono, y que después aún cuestiona la manera como lo hago». Irritado, al final el comandante confiesa, y es detenido.

He recordado la frase estas últimas semanas en las que seguimos las vueltas de la denuncia de espionaje masivo que ha hecho Edward Snowden, empleado de una empresa que se dedicaba a ello por cuenta del gobierno de Estados Unidos. El tiempo dirá si se trata de un hombre íntegro que quería denunciar unos abusos -otro hombre bueno-, de un personaje desequilibrado y ambicioso con ganas de emular a Assange o si estamos ante una conspiración de gran magnitud. Pero para lo que quiero discutir, esto es indiferente. Lo relevante es saber si el espionaje que hacen todos los Estados no es una de esas mantas que nos permiten vivir en un mundo relativamente libre, del que no nos gustan las condiciones que lo hacen posible y por ello preferimos ignorarlas.

Que existen sistemas de espionaje global hace muchos años que lo sabemos y no entiendo el escándalo actual. Desde 1976 conocemos la existencia de la red Echelon, creada por varios países después de la Segunda Guerra Mundial para controlar todo tipo de comunicaciones. Lo que ahora se ha hecho público no es más que, por decirlo así, información actualizada de los tradicionales sistemas de espionaje a los que acuden todos los estados. Los democráticos, y los autoritarios. Todos, tanto como pueden. También los que quieren acoger a Snowden como refugiado. ¿Y cómo pensamos que ha sido combatida ETA por la policía española, o cómo se combate ahora el independentismo en Cataluña? ¿Y no dejaremos que el nuevo Estado catalán tenga ‘inteligencia’? La diferencia no son los métodos sino lo que se defiende con los mismos sistemas de control.

Por otra parte, es una ingenuidad pensar que todo ésto es un problema exclusivo de nuestros tiempos. La vida en las sociedades tradicionales estaba ordenada por el control directo sobre los comportamientos individuales. Todos espiaba a todos, por decirlo así. Y si algún aliciente han tenido las grandes ciudades frente al mundo rural, a pesar de las hipócritas lamentaciones que solemos hacer sobre la indiferencia entre vecinos, es precisamente que ofrecen una mucho mayor protección de la intimidad gracias al anonimato de las relaciones que se establecen. El debate, en todo caso, es si se puede limitar el anonimato sin invadir la intimidad. Y hay que decir que gracias al recurso a altos niveles de sofisticación tecnológica, efectivamente, es posible respetar el anonimato a excepción de que una suma de coincidencias no fuercen a desvelarlo por razones de seguridad. ¿Nos hemos de echar a temblar o es más racional poner condiciones? ¿Queremos saber la verdad del precio que tiene la seguridad en la que descansa nuestra libertad, o preferimos vivir engañados?

ARA