Luces y sombras sobre el escenario egipcio

Los acontecimientos en Egipto están situando al país, y al conjunto de la región, en una compleja y delicada situación. El golpe de estado para derrocar al presidente Morsi, el pulso político de los Hermanos Musulmanes (HM) en las calles, la posterior represión de la policía y los militares, y la explosiva situación en la península del Sinaí, son acontecimientos que están marcando el citado panorama.

 

Los principales actores del escenario egipcia llevan semanas moviendo sus fichas para buscar una mejor posición en el devenir de los acontecimientos, pero cada uno de ellos tan sólo busca la salvaguarda de sus propios intereses, y en muchas ocasiones condicionados por lecturas a corto plazo.

 

Los Hermanos Musulmanes están nuevamente situados en el centro de la represión militar y policial, que cuanta además con el complejo y “extraño” apoyo de sectores otrora en las “antípodas ideológicas” (liberales, laicos, salafistas, partidarios de Mubarak, jóvenes del movimiento Tamaroud). Tras el golpe, los dirigentes islamistas han pretendido mantener el pulso en las calles del país, tal vez intentando responder al argumento golpista que se basó en las “demandas de la calle”, sin embargo, una vez más han medido mal la capacidad de los militares para hacer uso de la fuerza bruta contra ellos.

 

En estos momentos dentro de los Hermanos Musulmanes se está manteniendo un debate entre aquellos partidarios de mantener el pulso en las calles, a pesar del alto precio a pagar, buscando cerrar filas en torno al movimiento, reorganizarse y atraer a otros movimientos islamistas hacia sus filas. La experiencia de la clandestinidad no es nueva para ellos, por eso, en caso de que finalmente los militares decidan prohibir al movimiento, éste podría rehacerse en esas difíciles circunstancias.

 

El dilema entre continuar defendiendo su legitimidad en las urnas, o aceptar la situación actual y buscar un nuevo giro pragmático parece decantarse hacia los primeros. Aceptar la situación actual y volver a buscar un acuerdo con los militares a medio plazo podría resultar muy perjudicial para sus propios intereses.

 

Los salafistas, la otra fuerza de peso entre las organizaciones islamistas, también mantienen una delicada y compleja actitud. En los últimos meses las tensiones entre los salafistas del partido Nour y los HM se han intensificado. Los deseos de castigar políticamente a éstos, y la aspiración de sustituirles como primera fuerza islamista habría empujado a los dirigentes salafistas a apoyar el golpe contra Morsi. Presentarse como la alternativa islamista iba pareja al desgaste contra sus rivales políticos (los HM), sin embargo pueden haber realizado un error de cálculo.

 

El devenir de los acontecimientos, y la posibilidad de un escenario argelino es algo que temen y mucho los salafistas. De momento algunas voces dentro del movimiento se han manifestado contra la posición oficial del partido, y su imagen ha sido dañada incluso entre sus propias filas. Algunos simpatizantes han denunciado que “han sacrificado el Islam por el beneficio político”.

 

Los militares han vuelto a demostrar que sea cual sea el escenario en Egipcio ellos son el centro del poder. Lo que algunos han definido como la gran trampa del ejército egipcio ha posibilitado la actual situación. Desde hace años, los militares se han constituido como un centro económico independiente que ha ido apoderándose de los hilos del estado.

 

La ley 32 de 1979 posibilitó la participación de éstos en la actividad económica, y sus beneficios quedaron al margen de cualquier control estatal. Poco a poco fueron haciéndose dueños de los diferentes sectores de la economía (desde proyectos de grandes infraestructuras, hasta recursos energéticos, e incluso productos alimenticios). Según algunos analistas, el tamaño de la actividad económica de los militares es difícil de evaluar, pero afirman que podría constituir hasta el 40% del PIB egipcio.

 

Su enorme poder y su capacidad de “disuasión” le ha permitido en todo este tiempo situarse en una cómoda posición, y mantenerse ajeno a las protestas populares, buscando siempre un “tonto útil” (NPD, Mubarak, Morsi) al que culpar de todos los males y de esta forma que la población no dirija su ira contra el verdadero centro d3el régimen, los militares.

 

Mientras que los llamados partido laicos y liberales apenas han podido recabar apoyos en las urnas, parece que algunos de ellos, a tenor de su participación y apoyo al golpe, pueden contentarse con convertirse en los nuevos “tontos útiles” de los militares, a cambio de algunas migajas. A medio y largo plazo esa defensa del golpe puede terminar con su ya de por sí mermada capacidad de aglutinar apoyos populares.

 

Un observador local señalaba que “el problema con los partidos y personajes políticos laicos en el mundo árabe es que representan una elite educada en Occidente y que tiene poco apoyo en su propio país, y siempre necesita el ejército para hacer su trabajo sucio. Así que durante todo el debate sobre la verdadera democracia y la justicia social, lo que realmente se está diciendo es: La democracia sólo se permite cuando yo y mis amigos llegamos al poder. Y cuando no es así, ahí están los militares.«

 

En otra situación muy distinta pueden encontrarse los defensores del antiguo régimen. Tras los acontecimientos de hace dos años, parecieron acabados, pero en los últimos meses han sabido ir recuperando posiciones, y hay quien hoy en día ala vista de la nueva situación, afirma que “Mubarak todavía gobierna”.

 

Mención aparte merece lo que algunos han definido como “el espíritu de la plaza Tahir”. Lo que comenzó como el epicentro de lo que denominaron la “primavera árabe” ha ido decayendo con el paso de los acontecimientos. Tras la caída de Mubarak, la plaza comenzó a convertirse en el bastión de “bandas juveniles y vendedores ambulantes”, donde además se dieron serias denuncias de ataques sexuales. La imagen idealizada estaba comenzando a perder su anterior referencia.

 

Las imágenes de la plaza tras el golpe contra Morsi mostraron una situación paradójica. Los mismos que tomaron la plaza hacía dos años para derrocar a Mubarak, compartían espacio con los seguidores de éste, celebrando el golpe contra un presidente elegido en las urnas. Aquellos que hacía meses intentaron abortar las protestas iban de la mano de sus víctimas. Las puertas de la plaza se habían abierto a las fuerzas reaccionarias, “Mubarak se había situado en el centro de la plaza”.

 

Posteriormente el espíritu ha cambiado definitivamente. El futuro de Egipto ya no pasa por “pan, libertad y justicia social”, y l aplaza parece estar en manos del ejército y de los seguidores de Mubarak.

 

Una plaza que se levantó contra los abusos de las autoridades (Mubarak, SCAF o HM), ha cambiado. Ahora apoya al ejército y sus acciones, se ha aliado con el golpista Sisi, quien no ha dudado en llamar a la ciudadanía ha manifestarse en la plaza de Tahir. Junto a ello esas fuerzas han logrado finalmente, convertir el lugar en algo simbólico, lleno de diversión y entretenimientos, y muy alejado de las demandas de “democracia, libertad y reformas” que en su día inspiraba a la misma. La diversión, acompañada de la despolitización, ha terminado apoderándose de Tahir.

 

La criminalización de las protestas de los HM ha ido acompañada de un discurso previo que ha buscado atacar y desarticular cualquier otra manifestación popular que se oponga a los intereses de los militares y los defensores del antiguo status quo. Lo que en un principio eran protestas laborales y en defensa de una mejor calidad de vida se ha trasformado, según el discurso oficial, en “ihtijajat fi´awiyya” o “fi´awi” (protestas de pequeños grupos). Las manifestaciones, huelgas y protestas de sectores obreros o civiles han están siendo presentadas como “una amenaza a la seguridad del país”. Y las demandas, han sido presentadas por los militares como “ilegítimas, que ayudan a los agitadores”.

 

Esa campaña mediática y legal (la prohibición de las huelgas y protestas) ha buscado presentar a los trabajadores como insolidarios, ya que “buscarían aprovechar la situación para beneficio propio”. Defender “pan y mantequilla” se presenta como una gran amenaza a la prosperidad del país y ala seguridad nacional, e incluso se quiere presentar las demandas citadas como al servicio de los intereses del antiguo régimen para debilitar la transición.

 

En esa estrategia han coincidido todos aquellos que han protagonizado el golpe de estado y quienes políticamente lo han apoyado, e incluso en los meses precedentes importantes figuras de los HM también se unían a la misma.

 

La violencia está presente en Egipto. Algunos hablan de similitudes con el escenario que se vivió en Argelia, aunque las diferencias también son importantes. La geografía (exceptuando la península del Sinaí) ya demostró en el pasado las dificultades para mantener una acción armada durante mucho tiempo.

 

Además, la experiencia de los años noventa en Egipto y la actual realidad de las llamadas organizaciones islamistas violentas son muy diferentes. Políticamente esos grupos están optando por otras vías, y organizativamente sus divisiones internas y carencias estructurales hacen difícil repetir la experiencia citada.

 

Ello no es óbice para que algunos grupos jihadistas, tanto locales como transnacionales aprovechen la situación, utilizando por ejemplo el golpe para propagar sus mensajes ideológicos entre las bases salafistas, al tiempo que denuncian la imposibilidad de instaurar la ley islámica a través de las urnas. Ese uso esporádico de la violencia puede tener múltiples objetivos, desde el mermado turismo en busca de un eco internacional y propagandístico) hasta policías y militares (en venganza por la represión de éstos ahora y en el pasado)

 

La radicalización de algunos sectores de los HM, que pueden optar por el uso de la violencia; la represión violenta y salvaje del ejército y policía contra los mismos, retornando a los tiempos de Mubarak, son factores que además de polarizar aún más el espectro político, puede acentuar la violencia por todo Egipto.

 

Un foco importante estará en el Sinaí. Su importancia geoestratégica y las quejas históricas por el abandono del Cairo hacia la región están acompañadas de otros factores que han convertido a la zona en un foco de actividad armada contra las autoridades egipcias y en cierta medida contra Israel.

 

La ausencia de políticas centrales de desarrollo e inversión económica, las consecuencias del conflicto entre Palestina e Israel, la enorme presencia de armas y la brutal represión de policía y militares egipcios contra cualquier protesta han acelerado el auge de opciones armadas en la península.

 

Históricamente la zona ha estado abandonada por el régimen de Mubarak, en ocasiones dificultando a la población más joven el acceso a la ciudadanía, y a pesar de ser una de las zonas más atractivas turísticamente (sobre todo el sur de la región), los beneficios no han ido a parar a la gente local Sin trabajo, sin expectativas, sin beneficios, importantes sectores de la juventud se han radicalizado y unido a movimientos islamistas y jihadistas.

 

Junto a ello, una frontera muy difícil de controlar, la presencia de armas (algo tradicional entre los beduinos), la alianza entre militares egipcios e Israel para actuar impunemente contra las protestas locales (en ocasiones errónea e interesadamente presentadas como herramienta de partidarios de Morsi) han llevado a una explosiva situación, apta para ser utilizada por multitud de actores e intereses.

 

Egipto afronta un abanico de peligrosas consecuencias. La degeneración de la situación puede acabar en un escenario similar al de Argelia Los llamados liberales se imponen a los islamistas, aún a costa de prostituir sus supuestas credenciales democráticas. Los islamistas son el centro de una pinza, por un lado la represión de esa extraña alianza entre militares y liberales, u por otro vulnerables a los ataques de los salafistas. Por su parte, los llamado jihadistas (locales o transnacionales) reciben un regalo para aprovecharse de la caótica situación.

 

Esa alianza es un descrédito para el llamado liberalismo y laicismo, haciendo que importantes sectores de la sociedad vean con recelo sus apuestas ideológicas y los principios que dicen defender.

 

Los militares por su parte se presentan como la “eterna salvaguarda” del país. Una institución que durante décadas ha representado “el autoritarismo, la corrupción y el amiguismo”, y que cada vez que habla de estabilidad y orden, en realidad están haciendo frente a cualquier cambio que afecte a sus propios intereses.

 

Finalmente, la legitimidad de la calle, defendida hipócritamente por esa alianza, haciendo una apropiación indebida de lo que es la “voluntad popular”, puede cerrar las puertas a la legitimidad de las urnas, y abrir un escenario protagonizado por los que abogan por otros medios para lograr sus fines.

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua