La nueva guerra de Obama

El debate se ha desatado, atacar o no atacar es parte del dilema. A ello se le añade otro, la posible duración de la nueva agresión si finalmente se lleva adelante, y todo ello aderezado con multitud de palabras y comentarios, donde la ironía, la tragedia, las especulaciones y las incertidumbres y peligros parecen querer ir también de la mano.Tras las intervenciones extranjeras en Iraq, Afganistán y Libia se puede observar que la dicotomía entre el bien y el mal, entre lo moral y lo inmoral, es absolutamente falsa, oportunista e ineficaz.

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Los defensores de la agresión contra Siria manejan diferentes teorías, argumentos y comparaciones históricas para avalar sus propuestas belicistas. Y a pesar de que las lecturas se alejan interesadamente de los resultados finales de esas aventuras bélicas, ellos siguen pregonando las virtualidades de sus teorías.

Las justificaciones intervencionistas han sido definidas por algunos como el resultado de la mentalidad Perry-Holbrooke. William Perry (secretario de Defensa de Bill Clinton) y Richard Holbrooke (negociador en Dayton) fueron las cabezas más visibles de lo que se llamó la suma de «la diplomacia coercitiva» y los «bombardeos precisos en un breve espacio de tiempo». Con esa técnica se buscaba debilitar al oponente y obligarle a aceptar unas condiciones negociadoras netamente desfavorables para sus intereses.

Esa teoría ha tenido diferentes aplicaciones en el pasado: Sudán, Afganistán, Iraq en los 90, los actuales ataques con drones… y ya hemos visto el resultado.

A esa teoría se ha unido en las últimas décadas un argumentario en el que el doble rasero y la falsa dicotomía entre el bien y el mal son las bases del discurso occidental. Las tesis que desde las cancillerías occidentales se lanzan estos días rayan el cinismo. Las declaraciones de importantes figuras políticas en EEUU o en la Unión Europea al señalar como «crímenes contra la humanidad» los ataques con armas químicas son un aclaro ejemplo de ese doble rasero interesado al que nos tienen acostumbrados.

Que EEUU, que lanzó las bombas nucleares contra las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki y bombardeó con napalm durante meses a la población de Vietnam, hable en esos términos suena a broma de muy mal gusto. Como que en sus críticas le acompañen países europeos que abastecieron a Iraq de armas químicas y le instaron a su uso contra la población iraní (más de 100.000 muertos) durante la guerra entre ambos países, sin que Naciones Unidas tampoco hiciera nada.

Como señala un profesor universitario, «la aplicación selectiva (el doble rasero) de las convenciones internacionales tiene un precio. Las debilita y también lo hace con las leyes internacionales que las apoyan, dando argumentos además a los transgresores de las mismas, y convirtiéndolas en algo esencialmente ineficaz».

Occidente lleva, además, tiempo remarcando la capacidad de llevar a cabo las llamadas «guerras limpias» (como si alguna lo fuera), mientras tras ese discurso oculta la estrecha colaboración entre militares, industria, determinados medios de comunicación y redes de entretenimiento, que muestran una escenificación y glorificación de la idea de ese tipo de guerras en las conciencias de sus opiniones públicas.

Para ello no duda en utilizar y manipular el lenguaje, recurriendo a la dicotomía entre el bien y el mal, entre lo moral y lo inmoral. Este discurso cínico lleva repitiéndose varios años. Así, Occidente se opone al «eje del mal» y está preocupado por liberar al mundo del terror, y para ello pone en marcha guerras limpias contra los enemigos de la libertad y la democracia.

Tras las intervenciones extranjeras en Iraq, Afganistán y Libia se puede observar que la citada dicotomía es absolutamente falsa, oportunista e ineficaz.

Sobre el escenario sirio pretenden ahora repetir la historia. La utilización de las armas químicas es la excusa perfecta para poner en marcha la nueva intervención militar. A pesar de que todavía hay muchas incógnitas sobre quién ha podido emplearlas (como ya pasó en Iraq y las inexistentes armas de destrucción masiva), lo que importa es justificar el plan bélico.

Resulta extraño que sea en este momento cuando salta la noticia, pero era la coyuntura propicia para escenificar una operación premeditada con un evidente objetivo político. Cuando en Egipto se produce una masacre contra civiles (con un número de muertos superior a las supuestas muertes por armas químicas), cuando el Gobierno sirio está logrando importantes victorias militares sobre los rebeldes, cuando la desunión y los enfrentamientos en las filas opositoras aumentan cada día, cuando un grupo de enviados espaciales de Naciones Unidas están esos días en Damasco… a ¿quién interesa el uso de armas químicas contra la población civil?

El fin último de la intervención, si acaba produciéndose, es el cambio de régimen. No obstante, aquí también surgen diferentes hipótesis. Para unos, esta agresión sería una especie de «operación simbólica» (cruel y cínica definición para un ataque militar programado), que buscaría un debilitamiento del Gobierno sirio pero sin buscar su derrocamiento inmediato (la filosofía Perry-Holbrooke vuelve a estar sobre la mesa de Washington). En la Casa Blanca son conscientes de que de producirse un cambio de régimen ahora mismo, los grandes vencedores podrían ser los movimientos yihadistas e islamistas más radicalizados (curiosos compañeros de aventura de EEUU), lo que preocupa y mucho a importantes aliados locales de EEUU como Jordania o Israel.

Por ello, otros analistas apuntan al desarrollo de un guión a medio o largo plazo, en el que los intereses estadounidenses y de sus aliados se vayan reforzando con el tiempo y finalmente puedan buscar una salida negociada para provocar el cambio de régimen, bien porque los intereses de los actores ahora enfrentados converjan, bien porque la apuesta opositora logre afianzar un liderazgo conforme a los designios de Washington.

Pero cualquier iniciativa bélica de ese calibre irá acompañada de peligros e incertidumbres. De producirse el ataque, la inseguridad del escenario venidero es más que evidente, con todo un abanico de posibilidades, cada cual más pesimista.

Por un lado, algunos apuntan a que el conflicto acabe superando las fronteras sirias, si es que no lo ha hecho ya. Así, desde Bagdad hasta Beirut, pasando por Jordania, el Golfo Pérsico o Israel, podremos encontrar en el futuro alguna «consecuencia quirúrgica» de la agresión sobre Siria.

Y por otro lado, otras fuentes indican que puede significar el fin de Ginebra II, ya que las posturas del Gobierno sirio ante un nuevo ataque pueden radicalizarse, mientras que los opositores pueden creer que están a las puertas de una victoria militar, y entonces… ¿para qué negociar?

La violencia sectaria y el auge del yihadismo en toda la región son factores que podrían protagonizar también el futuro escenario de la zona, y evidentemente sus consecuencias son difíciles de predecir todavía. Si finalmente EEUU y sus aliados deciden llevar adelante esta nueva intervención militar contra Siria la fotografía final puede ser más peligrosa que lo que hemos conocido hasta el momento tras las «aventuras militares» en Iraq, Afganistán y Libia.

Y, evidentemente, las repercusiones de esta nueva guerra de Barack Obama también serán más difíciles de exponer.

Txente Rekondo