La plaza frontón de la Trinidad

Hoy hace 50 años, lunes 9 de septiembre de 1963, a las seis de la tarde en el ámbito de las XX Fiestas Euskaras, se inauguró la rehabilitación de la Plaza de la Trinidad de Donostia. Bendijo el recinto el párroco Segundo Garayalde y el alcalde Nicolás Lasarte alabó la obra realizada según el proyecto del gran arquitecto vasco Luis Peña Ganchegui (1926- 2009) y aludió a un lugar «goxo» como espacio dedicado al auge de nuestros deportes populares, que tuvieron una magnifica presencia en dicho acto.

El sitio había sido un vacío urbano cuyo perímetro estaba compuesto por elementos heterogéneos, con fachadas traseras de viviendas, entre los ábsides de las iglesias de Andra Mari y del antiguo Convento de San Telmo por un lado limitado por la ladera de Urgull y accesible desde la calle del 31 de agosto extremo del centro histórico Fue un encargo del Ayuntamiento para conmemorar el centenario de la demolición de la muralla.

La plaza es la consecuencia de una profunda mirada hacia el sitio, donde ya existía la referencia de la naturaleza, unos restos arqueológicos y desde inicios del siglo XX se utilizaba como bolatoki, un muro de contención adaptado a frontón y poco más. Como consecuencia, resurge una bella e interior plaza frontón, cuya pared trasera fue oportunamente suprimida para integrar más las preexistencias y rebajada la altura de la pared izquierda a fin de no colapsar la percepción del entorno. Se construyó un bolatoki cubierto y en paralelo se dispuso un probaleku hecho con cantos rodados en armoniosa sintonía, además de con los adoquines con las texturas pétreas omnipresentes en la plaza.

Esta efeméride es quizá la ocasión para referirse a un tipo de espacio público muy común en nuestro país: el ágora vasca, la plaza frontón. En muchas poblaciones de Euskal Herria el espacio público en torno a la iglesia y el ayuntamiento constituye su mayor singularidad urbanística. Esta conjunción del poder religioso con el político y su propia morfología abierta con cierta amplitud, genera un recinto que facilita actividades precisas para la vida vecinal con sus diversos ritos colectivos: mercado, reunión y fiesta. Es la plaza del municipio y a la vez del pueblo en un sentido social donde reside su capacidad de expresión, relación y acción colectiva.

Tradicionalmente los aterpeak, pórticos adosados a muchos templos y ermitas y también las casas consistoriales con sus característicos bajos de arcadas siguen siendo, un pequeño y práctico espacio de reunión. Asimismo, son el lugar donde el ancestral hábito de divertirse con una pelota se constituirá en una actividad muy arraigada en nuestro país frente a una pared: el juego vasco de la pelota. Con el paso del tiempo, o cuando la iglesia carece de pórtico, será uno de sus muros exteriores el que ofrezca un mayor paramento y extensión para una de las maneras de juego más intuitiva, tradicional y sencilla: a mano. La pared de un sitio que se transforma en un espacio: el frontón. Ahí, en ese lugar y momento surge el sujeto del juego indirecto, el pilotari, un joven que se entretiene con la pelota delante una pared o que compite con otro ante un muro convertido en referencia: el frontis. El partido de pelota como diversión se convierte en una expresión muy destacada de la vida social del pueblo.

El tipo más simplificado de este espacio es el de una sola pared, el frontis exento a modo escultórico y simbólico en entornos muy diversos, principalmente en muchísimos municipios de Nafarroa e Iparralde.

Otra referencia en estos territorios es la plaza libre por su modalidad de juego a largo, Laxoa o guante y a rebote singularizadas con una o dos paredes en sus extremos creando grandes espacios denominados en Iparralde, Place du Jeu de Paume, que por su diafanidad facilitan su integración en contextos urbanísticos. La denominación refiere el nombre del juego y al lugar donde se jugaba con anterioridad a la implantación del elemento arquitectónico, el frontón. Asimismo, de acuerdo a la modalidad de juego y condicionado por la configuración topográfica circundante o sus edificaciones próximas, dicho frente vertical en ocasiones será complementado por su izquierda con una pared. Otras veces, el frontón de dos paredes se construye inicialmente de forma unitaria. Un sólido ángulo vertical genera con el suelo el triedro característico que delimita el recinto de juego y contribuye a formalizar la plaza.

El pueblo en torno a una pared representa quizá el poder civil, una síntesis de historia, identidad y simbología

La plaza frontón, definida como una arquitectura vacía plena de encuentros y arraigada en la conciencia popular

Cuando concurren la iglesia, el ayuntamiento y el frontón, el lugar se convierte en un conjunto urbano, compositivamente heterogéneo, de importancia arquitectónica con una solemnidad monumental y caracterización de plaza enfatizada a veces con el mismo tipo de piedra. Complementan frecuentemente el entorno la escuela o edificios de viviendas con bares y restaurantes, contribuyendo a fomentar un ambiente social que se convierte en el espacio colectivo por antonomasia. En contextos urbanísticos más reducidos se encuentra entre casas algunas de cuyas fachadas forman parte de las paredes del frontón, incluso del frontis, con sus ventanas, balcones y puertas, creándose singulares recintos de tres paredes.

Cuando el frontón aparece como un elemento exento, el concepto espacial de plaza se define con otras referencias que la encuadran. En determinados emplazamientos en función de la topografía se aprovechan sus desniveles para propiciar que el frontis o incluso una de sus paredes sea en realidad un muro de contención que permita la utilización de un sitio o rincón para el juego y la construcción de unas gradas. También debido a su situación este ámbito suele estar complementado con el paso de un camino, una alineación de arbolado o en pleno ambiente rural, el espacio, sin constituir una plaza, se formaliza virtualmente con las fugas visuales de un fondo de naturaleza a modo de paisaje prestado.

En los centros históricos de tradicional estructura urbana compacta, el sitio para el juego de pelota se crea exteriormente en parajes de notable belleza junto a una alameda o prado que posteriormente, por expansión de su trama, se constituyen en céntricos espacios. Antiguamente, en algunas poblaciones con su núcleo rodeado de muralla sin apenas lugares abiertos en su interior, el juego se establece en el exterior a lo largo del lienzo de la misma o contra el flanco del baluarte pero no se genera plaza sino un amplio recinto. Una escasa pero original configuración se produce en su encuentro lateral con la lámina de agua, sea fluvial o marítima, siendo uno de las plazas sublimes del urbanismo en Euskal Herria.

El frontón como plaza adquiere otro valor para los habitantes del pueblo cuando ya desde su infancia se establecen unos vínculos que permanecerán a lo largo de sus vidas. Las criaturas, con su espontaneidad, exploran el recinto en sus diversos juegos improvisados experimentando las posibilidades del lugar. Mostrarán su vitalidad en sus inicios con la pelota frente a la pared intuyendo la energía y geometría del impulso y el efecto de la reacción. Esta temprana presencia en el espacio público se constituirá con el tiempo, como lugar de la niñez, en una entrañable memoria emotiva que convierte la plaza frontón en un lugar sumamente simbólico. La amplia espacialidad y polivalencia de uso del lugar permitirá acoger esparcimiento y relación. Es el ágora vasca, la plaza-frontón. En este sentido social radica algo más que la sede de un hecho deportivo; es un lugar antropológico al convertirse en escenario capaz de acoger arraigados acontecimientos colectivos de sentido popular y etnográfico.

Especialmente cuando el frontón y su entorno es la referencia compartida de una comarca con asentamientos reducidos y dispersos que posibilitará rituales necesarios para su trabajo, relación social y diversión. Ahí, como centro de reunión, se realizarán la feria de ganado, el mercado semanal, festividades patronales, competiciones de deporte rural vasco y bertsolarismo, o protestas. Tradicionales celebraciones de gran repercusión con la asistencia de gentes de distintas procedencias y formas de ser que refuerzan el carácter de foro baserritarra. El pueblo en torno a una pared representa quizá el poder civil, una síntesis de historia, identidad y simbología. El lugar común convertido en un espacio representativo de encuentros y acuerdos: la plaza de la pelota y la palabra.

El frontón es una sencilla arquitectura que evidencia con las tres dimensiones de su geometría, alto, ancho y largo, la esencia del juego. Una concurrencia de solidez, esbeltez y ligereza de rotunda presencia y cuya tipología procede de las formas del juego.

Tectónicamente duro, construido habitualmente con sillares de piedra local, caliza con tonalidad grisácea o arenisca y especialmente en Nafarroa con color rojizo, así como también en ladrillo, excepto en los raseados pintados de blanco. Absurdamente se ha generalizado el color verde por la influencia de las transmisiones televisivas. También destaca el coronamiento curvilíneo del frontis y su color salmón, más armónico con el entorno, habitual en Iparralde. Ornamentalmente sobrio, en ocasiones, el escudo del municipio, el año de su inauguración y el nombre. Únicamente la línea de chapa metálica en el frente, unas rayas verticales pintadas cuando tiene pared izquierda, junto con otras horizontales son testimonios del reglamento de juego. El frontón aislado de mínimos requisitos constructivos habitualmente en el trasdós, muestra su lógica estructural. Paredes sostenidas por contrafuertes posteriores o frontis exentos con un grosor escalonadamente decreciente suelen estar adecuadamente tratados ya que tienen una apreciable presencia. Como equipamiento deportivo es una construcción consustancial para la comunidad que históricamente ha estado muy bien situada en casi todos los pueblos de Euskal Herria, son todos parecidos pero diferentes.

Esta presencia tan significativa de los frontones en nuestro país, con sus diversidades y la variedad de modalidades de jugar, otorga el derecho a una cierta patrimonialidad vasca en el legendario y generalizado juego de la pelota común en muy remotas civilizaciones. Por su difusión y emplazamiento, incluso en otras naciones, Jai Alai es quizá la palabra vasca con mayor propagación, constituyendo un símbolo identificativo, probablemente la más importante contribución, además del euskera, de Euskal Herria a la cultura universal.

La plaza frontón podría definirse como una arquitectura vacía plena de encuentros. Profundamente arraigada en la conciencia popular como paradigma del espacio vasco por antonomasia, es el altar de la patria.

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