Guerra y paz

Me ha llamado la atención la noticia de que va a ver la luz un libro sobre la Batalla de Abarzuza, acontecida en la última de las guerras carlistas en 1874. La frecuencia con la que en la actualidad se evocan de múltiples maneras acontecimientos similares, es muestra inequívoca de la necesidad de conocer los antecedentes comunes sentidos por los colectivos humanos. En la época actual, alejada casi siglo y medio de aquellos acontecimientos, determinados espíritus críticos considerarán simple ejercicio de diletantismo o hobby intrascendente dedicar un tiempo mínimo a tal evocación. Por el contrario, algunos de los nacidos mediado el siglo XX tuvimos ocasión de conocer a personas que habían sido testigos, cuando no protagonistas, de unos hechos que marcaron a fuego su existencia y quisieron transmitirnos sus vivencias. Su interés en ello nos permite una mejor comprensión de su actitud en aquel marco histórico que les toco vivir y el condicionamiento de aquellos hechos sobre la realidad presente. Hechos sin sentido, quizás, para quienes ven incomprensibles y fuera de lugar toda actitud que no se acomode a pautas contemporáneas.

Al evocar el relato de lo que vieron y sintieron nuestros antecesores, seguimos compadeciendo su sufrimiento y admirando el esfuerzo que se vieron obligados a desarrollar, para poder sobrevivir o superar aquellos envites a su existencia; envites a resultas del posicionamiento mayoritario de su colectivo en la confusión de los acontecimientos. Sin ser conscientes de las implicaciones de su decisión, que no atendía sino a la resolución de sus problemas, se vieron afectados en la relativamente tranquila cotidianeidad de su vida por convulsiones nacidas en factores y decisiones que obedecían a intereses exógenos. Esas convulsiones fueron las cargas de una guerra, en la que se vieron implicados, al intentar defenderse de la permanente agresión de que eran objeto, por la decisión de un poder lejano, dispuesto a imponer sus exigencias sin miramientos.

La Batalla de Abarzuza reúne los rasgos que conforman los episodios bélicos que sacudieron los territorios navarros a lo largo del siglo XIX. Además de muertes y heridos en acción, el fusilamiento de prisioneros y malos tratos de civiles, la expropiación de los escasos recursos de la población, junto con el incendio de cosechas y poblaciones, métodos a los que habían recurrido anteriormente Espartero y sus compañeros con ocasión de la denominada guerra de los siete años. Todo un precedente de la denominada guerra total de momentos históricos posteriores. En Abarzuza los carlistas detuvieron el avance del ejército español, que termino por huir, cuando su jefe,-general Concha- resultó abatido. Al margen del desnivel en hombres y medios de los contendientes, lo digno de resaltar fueron las reacciones de los protagonistas. No se puede asegurar que el incendio de la población fuera resultado de la poca prevención de los soldados españoles, quienes únicamente pretendían calentarse al hacer el fuego, o respondía a la estrategia del alto mando, puesta en práctica con antelación. Los testimonios no coinciden al respecto. Por otra parte la reacción de la población que intento el linchamiento de los prisioneros, era un gesto de desesperación ante unos actos demasiado repetidos. En la toma de Zirauki por los carlistas, dirigidos por el mismo general Dorregaray que mandaba en Abarzuza, la reacción de las mujeres carlistas en contra de los vecinos liberales que venían controlando la población, ocasionó el linchamiento de algo más de una treintena de estos últimos. La Historia oficial ha clamado contra la barbarie de esas vecindades, ocultando las exacciones y malos tratos de un ejército que asumía entrar en territorio hostil, al decir del biógrafo de Espartero. Así fueron contemplados nuestros antecesores por cualquiera de los ejércitos que ocuparon los territorios navarros; empezando por los franceses revolucionarios y napoleónicos y siguiendo por los españoles; particularmente los liberales de las diversas guerras, sin exclusión del corso de Mina o los propios carlistas que basaban su logística en el territorio que decían defender.

Acontecimientos de este estilo sirvieron a los liberales españoles para difundir una imagen de la población como conformada por elementos especialmente embrutecidos. También se recogen valoraciones similares de visitantes europeos, sin necesidad de evocar el desafortunado punto de vista atribuido a Pío Baroja del carlista confesado y comulgado como animal peligroso. No me interesa la polémica en esta materia, puesto que he podido conocer el fanatismo de muchos individuos a quienes debo considerar ofuscados hasta el extremo, más si prevalece en ellos una perspectiva cerrada, favorecida por cierta tendencia a la calificación contundente. Por desgracia considero que se puede llegar al fanatismo incluso cuando se defienden planteamientos de apariencia altruista.

En este momento me interesa poner de relieve otros aspectos de la realidad histórica que nos ayudarán a la comprensión de las personas y entender los factores que engendran la violencia. Por mi trabajo estoy acostumbrado a la lectura de una gran cantidad de documentos históricos, referidos a las más diversas cuestiones que interesan a individuos corrientes. En mi caso he revisado tal vez miles de documentos que se refieren a la vida y muerte, preocupaciones por la supervivencia y el futuro de jóvenes y personas de edad, relaciones de interés particular, asuntos de carácter colectivo…, quizás de toda índole de materias sociales y cotidianas. La visualización de una documentación rutinaria y que puede parecer cansina, termina por revelar mejor que cualquier reconstrucción la manera de vivir y de ser de las personas corrientes ¡Desde luego! Mejor que la visión de observadores que se piensan privilegiados por sentirse protagonistas de acontecimientos puntuales, calificados de históricos y que suelen ser los protagonistas de la documentación que se denomina política, correspondiente a la misma administración en todos sus niveles o debida a la iniciativa de personalidades de la élite social. Lo que interesa en este punto es el reconocimiento de los individuos integrantes de aquella sociedad, como constituida básicamente sobre los tradicionales elementos rurales, profundamente condicionada por el esfuerzo de cada día y preocupada por una existencia siempre precaria y de futuro no asegurado. En nuestro caso fueron los miembros de aquella sociedad quienes debieron hacer frente al pago del coste bélico, porque fueron sus bienes los expropiados y destruidos sus recursos más vitales, tales las casas y cosechas ocupados y destrozados por los militares; casi siempre con la malevolencia de quien conoce el daño que provoca. Por lo demás se debe entender la incidencia negativa que tenía sobre la situación de aquella población civil -de la que se conocía su simpatía y adscripción- las decisiones emanadas de los órganos de la administración y gobierno, en aquella época constituidos y dominados por sectores muy elitistas, obstinados en la imposición de un modelo de estructuras que suponían cargas fiscales y económicas, además de obligaciones de carácter civil inexistentes hasta el momento en los territorios navarros. Todo era resultado de la transformación del marco jurídico-político representado por los denominados Fueros.

Es cierto que en la misma sociedad navarra existía división. En todo caso recordaré que la ruptura social es lo normal, cuando tienen lugar transformaciones de gran entidad. Discrepo de quienes sitúan la razón de la fractura social en la actitud retardataria de los elementos de la colectividad más bajos en relación a los cambios promovidos por España en el marco jurídico. La resistencia respondía a la incomprensión de que las citadas reformas impulsadas por España, y defendidas por los liberales autóctonos en grado diferente, deterioraban en profundidad el status material y condiciones de existencia de los grupos sociales más bajos y de otros navarros sensibles al marco jurídico propio, evidenciando actitudes oportunistas de los partidarios de Madrid. El aspecto de la rebelión asumió la forma de una revuelta que parecía defender la opción conservadora española -el Carlismo-, como en la francesada ha llevado a muchos a incluirla en la revuelta nacional española en contra de Napoleón. Se entienden los rechazos de interpretaciones enfrentadas. Sin embargo no es posible negar que esta situación de revuelta que afectó a los territorios navarros a lo largo del siglo XIX tenía su raíz en la defensa del status jurídico representado por el Fuero que venía garantizando un importante grado de control de los recursos materiales y autonomía frente al autoritarismo propugnado por la monarquía y los reformadores del Estado moderno, conocido como Estado-Nación. El paso de la defensa del sistema jurídico propio hasta la propuesta de la constitución de un Estado separado -nacional- representa una pequeña línea, fácil de atravesar con una simple reflexión de la posición individual. Se dio en muchos casos de aquel momento histórico y se convirtió en transformación colectiva en tiempos posteriores.