Inaprensible y real nación

La nación es una realidad -dicen- a superar, pero que nadie acepta descartar de su proyecto existencial. Su corolario es el Estado, marco de la organización del poder que garantiza el ordenamiento social, considerado exigencia mínima de la propia vida en libertad. Histórica y contemporáneamente no ha sido otra cosa que desideratum para muchos que lo han necesitado -y necesitan-; punto de inicio desde el que plantear la propia existencia en un marco de relaciones humanas acorde con la sensibilidad individual. Desde esta perspectiva el hecho nacional constituye una realidad tan del presente, como del pasado, para toda colectividad que ha alcanzado un nivel de organización que desborde los límites de la autosuficiencia en los campos de producción de bienes y relaciones humanas. Se acostumbra a definirlo por su negatividad frente al extraño -el otro-; pero su entidad reside en el acuerdo de los miembros de un colectivo humano en su condición de grupo que aspira a disponer de capacidad ilimitada en el ordenamiento de la convivencia y control de su funcionamiento, la autodeterminación.

Esta capacidad nos puede ayudar a entender el hecho nacional como realidad universal, histórica y actual. Considero que se pierden quienes intentan la racionalización de los rasgos que confieren cohesión a un colectivo nacional. La realidad cultural humana constituye a fin de cuentas una compleja selva, configurada por una maraña de lazos afectivos e intereses que actúan en la percepción del individuo de manera confusa para el extraño. La constitución de grupos humanos responde a motivos coyunturales en ocasiones, en otras a factores más estables en el tiempo, así como a la combinación de unos y otros. En definitiva, es el subjetivismo individual el factor último de identificación colectiva, factor que se escapa al intento de racionalización externo, salvo en su faceta sicológica. El individuo, exceptuado quien decide vivir separado, nunca abandona el referente nacional, sin que deje de ser cierto que este pueda modificarse. Se entiende en consecuencia el debate permanente sobre la materia, porque del reconocimiento del hecho nacional concreto por parte de instancias de poder extrañas deriva el reconocimiento a disponer de un Estado.

He afirmado que nos encontramos ante una realidad histórica, en ningún caso inventada por la modernidad europea, a pesar de la pretensión de pensadores de toda tendencia -a izquierda y derecha- defensores del modelo del Estado-nación; auténtico constructo este con el que se pretende justificar el dominio de facto ejercido por los actuales imperios sobre las naciones que dominan. La formulación de este modelo no es creación ex-novo y recurre a bases tradicionales, adaptadas a las exigencias del modelo socio-económico denominado burgués. Lo evidencia la actitud del revolucionario francés Sieyes en su obra ¿Qué es el tercer Estado?, al proclamar que únicamente tiene derecho a denominarse nación este sector de la sociedad, del que destaca su función de grupo productor frente a los privilegiados, nobleza y clero. De manera parecida Robespierre insiste en que únicamente es correcto considerarse patriota en el marco de las reformas promovidas por la revolución, por haber hecho esta de la patria patrimonio del conjunto de los miembros de la nación con la instauración de la igualdad, frente a la realidad anterior en la que solamente el rey podía tener tal condición, al ser único propietario de la misma. Es incuestionable que los diseñadores del Estado-nación no pretendieron inventar tales realidades, sino adaptarlas a su proyecto.

Desde la perspectiva histórica con que contemplaban la cuestión, la nación original constituida por la colectividad nacional, había quedado vinculada a los privilegiados, expoliadores de la inmensa mayoría a la que arrebataron la capacidad de regirse por ella misma. La revolución resolvió el entuerto, mediante la supresión de los estatutos de privilegio de nobleza y clero. Así la nación recuperó la soberanía usurpada por la monarquía. Esta reflexión idealiza la historia nacional, por ocultar el papel primordial de determinados grupos humanos en el origen de la nación y poder del Estado; tales los sectores nobiliarios de origen vario. Los defensores de la referida teoría tampoco tienen conciencia de la contribución de otros sectores sociales en la conformación de un Estado que toma forma sobre un determinado espacio territorial; Estado al que terminan por vincularse determinadas poblaciones, al apreciar lo ventajoso del mismo para sus intereses; ventajas recíprocas derivadas del apoyo mutuo entre los diversos grupos sociales -dirigentes unos y otros no-. El proceso abocará a la autoidentificación nacional del conjunto, facilitada por tantos factores, de toda índole, que daban pie a una delimitación grosso modo del aspecto específico del grupo y su reconocimiento exterior. Así aparecen los elementos denominados hoy identitarios; tal vez no determinantes, aunque sí condicionantes de la existencia colectiva.

Aquí quedan someramente apuntados los ejes de la configuración nacional, factores de raigambre histórica, al ser configurados en el tiempo y sujetos a avatares de la más diversa índole. Los diseñadores del Estado-nación se sirven de ellos, cuando pretenden racionalizar su modelo nacional. El modelo no deja de presentar cierta carga idealizadora, cuando insiste en la reafirmación del hecho nacional como un acto real, querido y ejecutado por quienes integran la nación misma. Es el caso paradigmático de Francia en el preciso instante en que suprime privilegios y recupera la soberanía secuestrada históricamente por la monarquía, o se refiere a la libertad e igualdad de los miembros del colectivo. Se afirma que la nación proclama su decisión inequívoca de formar una unidad que, al mismo tiempo que retoma sus poderes originales, manifiesta igualmente su integridad territorial irrenunciable. A decir verdad, no tiene lugar un hecho tal. Son únicamente quienes se consideran representantes de los franceses los que dan por hecho que, los por ellos mismos declarados franceses, asumen tales supuestos. Y es que no se debe olvidar que la Nación se fabrica con los territorios del Imperio, metropolitanos o trasatlánticos; mediante la convergencia de intereses acordes en la reorganización del Imperio, por las ventajas ofrecidas por el remodelado Estado. La opinión de los forzosos ciudadanos puede no coincidir con esta perspectiva. Lo evidenciará su resistencia, cuando no la misma repulsa, de los habitantes de territorios anexionados por vía de la fuerza. Lo cierto es que, más allá del altruismo de declaraciones y proclamas de libertad e igualdad, trasciende el proyecto de sujeción violenta que subyace en el modelo, contra el que se rebelan individuos y colectivos, por no identificarse con el mismo.

En definitiva, la formulación del Estado-nación tiene por referente los antecedentes históricos con los que sus diseñadores pretenden explicar los factores generadores de la propia realidad nacional. Patria, nación… y otros términos no surgen ahora, como dan a entender ciertos comentaristas. Los «Padres fundadores» del Estado-nación se reclaman de las fuentes originales y proclaman la recuperación que han efectuado sobre los auténticos principios y elementos constitutivos de la Nación. Declaran que son patrimonio del colectivo nacional y terminan por hacerlos obligatorios a sus forzados connacionales. El esfuerzo por presentar una propuesta de organización de la convivencia colectiva sin lastres no puede ocultar estas evidencias; constatación irrefutable del propósito por ordenar los recursos materiales del Imperio en beneficio de los sectores de la población del Estado identificados con el proyecto de nación comentado.

En la vorágine actual ocasionada por el debate sobre la materia, está de sobra cualquier pretensión de situarse al margen de la cuestión. El hecho nacional constituye una realidad universal. Lo que resulta determinante en el debate mismo es la situación concreta en que aparece el sujeto nacional. En el caso de encontrarnos con un Estado sólido, la realidad nacional no es cuestionada, incluso cuando su constitución sea un hecho coetáneo. A título de ejemplo se puede citar a U.S.A.. Las objeciones al hecho nacional aparecen a raíz de las situaciones conflictivas que enfrentan a los más diversos colectivos nacionales. Tal es el caso de la nación navarra por encontrarse en el contexto de Europa Occidental, constituido por lo que han sido durante los últimos siglos los grandes Imperios mundiales.

Al carecer el sujeto nacional -Navarra- de capacidad virtual para que le sea reconocida la soberanía y condición de Estado, tienen poca utilidad argumentos de índole histórica o de identidad para servirse de ellos como instrumento operativo en la reconstitución del perdido Estado. la objetividad de tales elementos no es reconocida por quienes causan la sujeción del colectivo nacional sometido. La nitidez con la que aparecen declaraciones de principios y de derecho internacional referidas al derecho primordial de un colectivo nacional a disponer de sí mismo sin interferencias -autodeterminación-, se verá emborronada por la voluntad imperial que cuestionará la realidad histórica e identidad del referido colectivo. Así sucede en el caso de Navarra y de otras naciones del ámbito europeo. Es cierto que el imaginario de un colectivo se encuentra contaminado en casi todos los casos, como consecuencia de idealizaciones y la inadecuada percepción misma del propio colectivo. Con independencia de lo exacto de esta afirmación, también es obligado admitir que en el relato del imaginario histórico se encuentran elementos simbólicos que permiten el reconocimiento colectivo de los integrantes de la nación. El citado relato presenta un desarrollo peculiar, porque cada colectivo nacional es resultado de un proceso particular.

Conviene insistir en la condición de apuesta planteado por una realidad humana, que incluye un proyecto de convivencia nacional en cada momento histórico concreto. Es esta la realidad que se reclama de su historia y cultura y desde esta perspectiva tiene el derecho a identificarse con los aspectos de su pasado como patrimonio que le ha sido suministrado por sus antecesores. ¡Patrimonio! El bagaje elaborado por el colectivo a través de generaciones, como base material e inmaterial en la que se asienta la colectividad existente ¿Quién tiene derecho a cuestionarlo desde una perspectiva exterior al colectivo? Todo proyecto de convivencia nacional -libre o impuesto- pretende su legitimidad en este fundamento. Que la realidad nacional corresponda al colectivo realmente existente, no contradice las referencias del grupo coetáneo a sus antecesores, particularmente en las circunstancias en que estos últimos han adoptado decisiones y mostrado actitudes que sus actuales sucesores pueden considerar reafirmadoras de la identidad colectiva y desarrollarlas hasta las últimas consecuencias. En lo que toca a la nación navarra, quienes en los tiempos contemporáneos interpretan hechos y procesos históricos como resultado de la identificación comunitaria -nacional- de sus protagonistas, no incurren ni en manipulación, ni en tergiversación. Salvadas las distancias, predomina la percepción de unidad que proporcionan los elementos de autoidentificación, con independencia de que la conciencia individual se encuentre deformada por la intromisión de elementos contradictorios para la perspectiva actual. Frente a quienes piensan que existen diferencias insalvables en la materia, no queda sino insistir en la mediatización de que adolece el modelo de Estado-nación vigente, como consecuencia de la intencionalidad última de imposición que le da origen en cada caso concreto.