Pedro de Navarra: el valor de la memoria

El día 24 de este mes se celebrará en Lizarra un acto de homenaje a Pedro de Navarra, en el aniversario de su muerte en el castillo de Simancas.

Tras la conquista del reino vasco en 1512 uno de los personajes más notables en aquellos años de guerra y resistencia fue el mariscal Pedro de Navarra. Era el líder de los agramonteses que defendían la causa de la independencia; pero sobre todo era el jefe supremo del ejército navarro en la guerra. Encabezó la delegación que dirigió la negociación con Castilla en los años previos a la invasión, en el intento de eludirla mediante la diplomacia, y aparece en esa condición en varias entrevistas. Era una figura destacada del reino. Pero no sirvió de nada su intervención. Fernando de Aragón estaba decidido a acabar con Navarra por las armas. Cuando el duque de Alba invadió el territorio, Pedro fue uno de los nobles que acompañaba a los reyes en su retirada por Lumbier hacia la retaguardia en Bearn.

Según cuenta Arturo Campión, a su padre (también de nombre Pedro de Navarra) lo mataron los beamonteses en la puerta de la Traición, de Pamplona (1471). A su hermano mayor Felipe lo mató Luis de Beaumont, II conde de Lerín, en los campos de Mélida.

Entre las rebeliones y operaciones de resistencia a la conquista, el segundo gran intento de recuperar la independencia se dio tras la muerte de Fernando de Aragón, por aprovechar el vacío de poder. En marzo de 1516, el mariscal Pedro pasó el Pirineo desde Baja Navarra hacia Roncal con 1.200 hombres. Allí se le unieron 120 roncaleses. Otra columna debía pasar por Orreaga con el rey Juan de Albret para converger ambas expediciones sobre Pamplona. Las tropas del coronel Villalba se interpusieron entre ambos cuerpos del ejército navarro. Una tormenta de nieve los inmovilizó en el valle, y la tropa española los atrapó en Burgi. Primero fue llevado preso a la fortaleza de Atienza. Allí el 29 de mayo de 1518, el emperador Carlos I de España le hizo llegar una oferta de perdón, a cambio de jurar fidelidad. Se negó, con el argumento de que ya había otorgado su fidelidad a un rey, y no iba a cambiar o a traicionar su palabra.

En 1518 fue trasladado a las mazmorras de Simancas. El 24 de noviembre de 1522, mientras su hijo luchaba en la fortaleza de Hondarribia, apareció degollado.

La figura del mariscal hoy, como memoria

¿Qué representa para nosotros hoy su figura? Una colectividad es algo tan sencillo como un grupo humano unido y cohesionado por aquello que comparte, que le da sentido: símbolos, imaginario, identidad, memoria, relato, sufrimientos y trabajos, objetivos, valores…

La memoria es uno de esos elementos cargados de significado; se concreta en elementos focales; en puntos cargados de sentido. Por ejemplo, son los lugares de memoria que conocemos, esos escenarios de la historia que dan realidad y visibilidad a ese relato que compartimos: Noain, Amaiur, Gernika, Roncesvalles, el fuerte de San Cristóbal, Sartaguda, Zugarramurdi, Pamplona… Esos lugares, al aportar un marco físico a la memoria, reavivan el recuerdo, lo actualizan y en ello trasmiten esos significados. Convierten la memoria en materia de futuro. Como decía Arturo Campión, el euskera es una reliquia venerable del pasado; pero a la vez una herramienta y una esperanza para construir el futuro. Lo mismo sirve para la memoria. Una colectividad se construye día a día sobre ese patrimonio que nos dice quiénes somos, qué nos ha ocurrido, dónde nos hemos tropezado, cuáles han sido nuestras vicisitudes, de dónde venimos.

Todo eso es la memoria. Y como los lugares de memoria, tan básicos para esta transmisión de significado, algo similar ocurre con estos personajes que en su recuerdo dan humanidad al relato. Para unos son los héroes, los mitos… Para otros son la personificación de los valores y los rasgos de nuestras gentes, como los lugares, la visibilización de nuestro pueblo.

No hay memoria sin lugares de memoria. No hay identidad sin relato que explique quiénes somos. No hay relato sin personajes, sin protagonistas de la narración. Pero, ojo, esto no es un entretenimiento. No se trata de un juego. No hay pueblo sin memoria. No hay nación sin conciencia de identidad. No hay colectividad, ni sociedad, sin la cohesión que proporcionan estos elementos simbólicos.

Y el problema, para muchos de nosotros que nos las damos de descreídos, es que si despreciamos nuestros relatos, nuestra memoria, nuestros personajes, estamos educando a nuestros hijos en los relatos, la memoria, los personajes de otros. Porque el ser humano siempre busca estos referentes para dotarse de sentido; y nuestros hijos, si no les contamos nuestra historia, asimilarán la de otros que sí saben valorar la importancia de estos elementos de significado.

Personajes como el mariscal Pedro de Navarra, en su relato biográfico, son símbolos parlantes. Nos hablan. Nos comunican. Nos trasmiten sus valores. Y si los dejamos de lado haremos sitio a los valores de Cristóbal Colón, o del pato Donald si lo preferimos, o del futbolista estrella de turno, valores imperiales, valores consumistas, del sistema, valores y significados que interesan a los poderes que –hoy- no son los nuestros.

Para que lo entendamos en un ejemplo opuesto, también el célebre duque de Alba tiene un nombre y un lugar en la memoria de las gentes de Holanda y Flandes, de la época en que esas tierras estaban ocupadas por el imperio español. Lo curioso es que esa memoria se utiliza –todavía- con fines prácticos. Para asustar a los niños. “Si no te portas bien vendrá el duque de Alba…” Como el hombre del saco. Es muy expresivo este significado después de tantos siglos. Es la memoria del terror; de la presencia española; un tiempo que fue para aquellas gentes el reino de la iniquidad, la incertidumbre y el espanto.

Valores que representa el Mariscal

Pedro de Navarra no es el duque de Alba. Representa todo lo contrario. Es algo nuestro. En el recuerdo del Mariscal encontramos significados y valores que identificamos como nuestros, como parte de este pueblo y ese pasado que nos ha constituido. Es un aspecto muy importante, porque uno de los rasgos de este código de representaciones que compone la memoria es que conlleva un sistema de valores; es decir, un mecanismo de valorización, que se extiende a la propia percepción. Con otro nombre, la autoestima. Si no nos valoramos como pueblo, como colectividad, ¡cómo vamos a defender lo nuestro! Si no otorgamos una alta estima a lo que nos define, a lo que somos, ¡cómo vamos a sentir apego por esa colectividad! ¡Cómo vamos a asumir sacrificios, simples inversiones, esfuerzos por el bien común, si no apreciamos ese ser común que sirve de referencia al bien colectivo!

Y en esa función cohesionadora de la memoria histórica, el Mariscal Pedro de Navarra aporta una serie de valores que nos dignifican, que elevan el sentimiento de pertenecer a un mismo pueblo. Valores que hoy impregnan nuestro relato colectivo.

Desde luego, el primer elemento que le honra es la lucha por la independencia navarra. Sin retóricas ni falsos discursos. La lucha por la independencia marcó su tiempo. El Mariscal representa esa voluntad, la lucha, la entrega sin reservas. Luchó en primera fila contra la invasión, y en esa primera fila de resistencia fue capturado.

Es también la integridad personal; la honradez que encontramos en algunas personas; la expresión de la dignidad, la de quien no tiene más que una palabra, y no se traiciona. Es conocido que Fernando, el falsario, le prometió la libertad si le juraba obediencia, y Pedro le respondió que ya había entregado su palabra a un rey propio, al navarro, y que no podía servir a otro. En ese detalle biográfico revela la imagen de la entereza, la fortaleza de carácter de quien sostiene su lealtad sin traicionar ni darse por vencido, aunque le cueste la vida. Que es lo que ocurrió en su caso

También representa la lucha por la justicia, porque el mariscal luchó hasta el final por lo que consideraba justo; porque la guerra contra Navarra era un agravio y un ataque contra su pueblo navarro. Una guerra ilegítima, contra toda ley, contra todo fuero, contra cualquier sentido de justicia.

Obviamente, y todo esto que comentamos es muy obvio, es un luchador de la libertad, porque aunque viera a su pueblo vencido, no se resignó y luchó contra la dominación que se nos impuso en aquellas circunstancias.

Un dato que, de puro evidente también a veces se nos pasa y lo olvidamos, es que Pedro luchó por la existencia de nuestro pueblo. Eso que hemos oído a menudo; Euskal Herria no existe. No existe el pueblo vasco, o navarro. Pero el mariscal no tenía esos problemas y creía en un Estado propio, y no le cabía ninguna duda de que navarros y españoles (porque para entonces ya no eran castellanos o aragoneses sino imperio español, con Carlos V de Alemania y I de España) eran y somos pueblos distintos, que requieren gobiernos distintos.

Por todo ello decimos que este personaje sigue siendo actual, y que en él nos reconocemos. Y nos sentimos orgullosos de pertenecer al mismo pueblo. A la misma historia que hoy aquí, casi quinientos años después, homenajeamos.