Lengua superior, lengua inferior

Ante la ofensiva del gobierno español contra la lengua catalana , es oportuno recuperar las palabras del profesor alemán Til Stegmann sobre los privilegios de la lengua española en Cataluña, en el sentido de que no haría falta impartir clases en ella. Lo normal sería que el país pudiera vivir íntegramente en catalán. Según Stegmann -que coincide con el catedrático inglés Max Wheeler y con el catedrático español Juan Carlos Moreno Cabrera-, la lengua española no debe ser prioritaria aunque la Constitución lo diga. Si esta Constitución fuese respetuosa con las otras lenguas, todas tendrían el mismo derecho.

Con el desacomplejamiento de alguien que observa la realidad catalana desde fuera, Stegmann pone el dedo en la llaga cuando ve dos estatus lingüísticos: uno de rango superior -el de la lengua española- y otro de rango inferior -el de la lengua catalana-. Esto hace que sea imposible no aprender español en Cataluña, y que, por el contrario, se pueda vivir sin saber una palabra de catalán. De hecho, aunque alguien quiera hablar en catalán, lo tiene difícil, ya que son los propios catalanes quienes, hablándole en español, se lo impiden.

Se comprende, por tanto, que la situación que vive nuestra lengua -digan lo que digan los satisfechos altavoces oficiales- sea dramática, dado que en su proceso de desaparición confluyen factores de orden jurídico, político, mediático, psicológico y práctico. Jurídico, porque todas las leyes protegen al español; político, porque nuestra apatía legislativa en esta cuestión, a diferencia de Quebec o Flandes, es total; mediático, porque la presencia del español en los medios de comunicación, incluso en los de habla catalana -como TV3, Cataluña Radio, RAC1 y 8TV-, es arrolladora y sin reciprocidad en los medios de habla española; psicológico, porque, a fuerza de años de colonización, los catalanes hemos interiorizado que saber catalán es un acto voluntario y condescendiente mientras que saber español es una obligación incuestionable, y práctico, porque el uso desinhibido del catalán, a diferencia del español, está connotado políticamente. Todo ello convierte el catalán en sinónimo de conflicto y el español en sinónimo de armonía. Y, claro, ¿quién quiere vivir en conflicto permanente?

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