Quien responde también pregunta

La pregunta a la que la mayoría de catalanes quieren responder es una bien clara: «¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?» Porque, que nadie se engañe, todo el proceso en que estamos embarcados es el resultado, primero, de una respuesta en la calle que, posteriormente, la política debe convertir en pregunta. Y queremos responder a pesar de saber que podemos perder la apuesta de conseguir lo que hemos interpretado como máxima expresión de libertad y dignidad. Ya lo cantaba Raimon en aquella gran canción de 1976 que tanta gente recordamos de manera viva, al inicio de otra transición política: «Quién pregunta ya responde, quien responde también pregunta».

Mira por dónde: ¡somos así de democráticamente bien educados! Después de todo, son estos cambios en el orden lógico de las cosas los que suelen dar la vuelta, también, al curso de la historia. Primero hemos pensado una respuesta que nos ha entusiasmado, y luego se ha debido pensar la pregunta y el camino. Si no hubiera sido así, todavía estaríamos ahora resignados al autonomismo postolímpico claustrofóbico y frustrante de los últimos veinte años. ¿O no es que la reforma del Estatuto de 2006 fracasó porque estaba formulada siguiendo el estricto orden lógico de las cosas? ¿Y que no es lo que les pasa a los actuales dirigentes del PSC, que se han atascado en la pregunta y en el camino porque no han participado en la ilusión de una respuesta sin pregunta previa?

Ahora, nuestros representantes en el Parlamento deben tener muy presente que la pregunta que nos deben hacer no es para empezar nada nuevo, sino para dar un salto adelante. No pueden retornar al principio del tablero y querer disimular que todo ha nacido de una respuesta tan clara como la pregunta que les exigimos. Pedimos que CiU, ERC, ICV y la CUP se pongan por delante del liderazgo político del proceso, pero no para volver a empezar, sino para empujarlo por las vías que han de hacerlo democráticamente aceptable a los ojos del mundo que, tarde o temprano, habrá de reconocerlo. La pregunta, pues, es para hacer un gran paso adelante, y debe ser una solución al desafío y no un obstáculo que encalle. Por tanto, ha de ser valiente, arriesgada, lo que significa que debe asumir la posibilidad de una derrota. Si no, sería una pregunta trampa que el adversario tampoco aceptaría nunca. La inclusividad hay que buscarla sobre todo en la respuesta, pues, porque ya basta con que la pregunta admita el no y la abstención.

Visto ahora, también lo quiero decir, no sé si fue una buena idea poner todos los huevos del avance del proceso en la cesta de la pregunta y la fecha. Ni tampoco estoy seguro de que sea una buena manera de negociar políticamente establecer un todo o nada por una de las partes -ni ERC, ni ANC-, de modo que o se acepta el todo o se crea sensación de fracaso. Un pacto siempre debe hacer vencedoras a todas las partes, o no es pacto. Ahora existe el riesgo de acabar haciéndonos una pregunta a la propia portería, un marcador negativo que luego sería mucho más difícil de remontar. Pero, aceptado el desafío, es la hora de exigir a los dirigentes políticos, y al presidente Mas en particular, mucha osadía, mucho coraje y mucha audacia para que el Parlamento no se meta un autogol. Si es necesario adornar «Estado independiente» con alguna guirnalda del tipo de las que proponía Toni Soler hace unas semanas, ahora que es Navidad, también lo entenderíamos. Pero no aceptaremos las guirnaldas sin el árbol debajo. Dicho de otro modo: la pregunta no debe servir para incorporar terceras vías, una respuesta que nadie ha ofrecido.

En cualquier caso, sólo una buena pregunta podrá mantener el liderazgo del proceso bajo control político de las instituciones democráticas, condición de éxito del gran desafío. Lo contrario es mejor no imaginarlo.

ARA