El caso del abuelo y el niño humillados por ser catalanes

La tarde del 5 de diciembre, el señor Josep Maria Sagrera, de 72 años, volvía a Girona en tren con su nieto, de 4 años. El niño es un apasionado de los trenes y él le había querido hacer el regalo de viajar desde Barcelona, donde vive con sus padres. Debía ser un viaje de placer para hacer realidad el «sueño del niño». Pero al preguntar en catalán a la revisora si el niño tenía que pagar billete, la mujer respondió con actitud despótica y airada que a partir de este año todos los niños pagan y que, además, el pago no se podía hacer con tarjeta. Entonces el abuelo intentó encontrar cambio para pagar en efectivo e incluso una pasajera, viéndolo muy nervioso debido a la actitud de la revisora, se ofreció a pagar el billete. Entonces la revisora se lo pensó dos veces y agredió al abuelo con estas palabras: «Pues ahora no me da la gana. Tengo manía a los catalanes y por mis cojones que Usted baja del tren». Y efectivamente, hizo parar el tren en Montcada i Reixac y obligó al abuelo y al niño a bajar. En realidad hizo mucho más que eso. Ella misma tomó al niño y, mientras el abuelo recogía sus cosas, se lo llevó hasta dejarlo solo en el andén. La situación fue tan angustioso que el abuelo se dejó en el tren los catorce euros con los que quería pagar el billete. Las desgracias, desgraciadamente, no acabaron aquí, ya que había huelga en Renfe y circulaban muy pocos trenes. Esto hizo que en aquella noche gélida el abuelo y el niño se tuvieran que quedar muchísimo rato a la intemperie y que, más tarde, no les quedara otro remedio que hacer dos transbordos, ya que el tren que finalmente apareció no iba a Girona. El abuelo ha puesto una reclamación a Renfe, pidiendo que le devuelvan el importe de los billetes que pagó, suyo, de 12,70 euros, y el del nieto, de 14 euros. En total 26,70 euros. En el supuesto de que Renfe le devuelva ese dinero, ¿alguien cree que la agresión sufrida puede quedar así?

El 10 de diciembre, el mismo día de saberse los hechos, hice este Tweet al eurodiputado Ramon Tremosa: «Te ruego, Ramón, que denuncies en Europa el caso del abuelo y el niño obligados a bajar de un tren por ser catalanes». Y un minuto después, esta fue la respuesta: «Hoy a la noche pondremos la pregunta parlamentaria de denuncia en la Comisión Europea». Magnífica, por tanto, la tarea sin dilación de este eurodiputado. Hace falta que Europa conozca a qué extremos llega la catalanofobia. Llega incluso a expulsar de un tren a dos catalanes en su propio país por el solo hecho de ser catalanes y hablar en su lengua.

Llegados aquí, lo que me parece más triste de todo es la pasividad del resto de pasajeros, la docilidad enfermiza que atenaza la garganta de tantísimos catalanes en situaciones como ésta. Una revisora humilla a un anciano y a un niño en un tren por el hecho de ser catalanes, a la vista de todos, y nadie, absolutamente nadie, es capaz de levantarse para defenderlos ni de llamar a la policía y denunciar aquel acto de racismo. Sólo silencio y sumisión. Ante esto, cabe preguntarse: ¿tan profundo es el lavado de cerebro que llevamos encima, que incluso hemos perdido la dignidad? ¿Tan aturdido tenemos el amor propio, que aceptamos las agresiones con resignación? Sí, ya sabemos que lamentarnos a posteriori lo hacemos muy bien. Tenemos la mano rota. ¿Pero donde está la asertividad en el momento de la agresión?

No estamos hablando sólo de un caso de discriminación lingüística, como dice alguien. Estamos hablando de un caso de racismo, un caso de odio étnico. Esperamos, por tanto, que alguno de los testigos oculares de los hechos se ponga en contacto con un medio de comunicación para que todo no quede conceptuado como una simple ‘conducta laboral impropia’ y reducido al ámbito interno de Renfe. Es un caso de una gravedad extrema que debe tener trascendencia en los ámbitos jurídico y político. Jurídico catalán, y político catalán y europeo. Basta imaginarse cómo habrían reaccionado el gobierno español y todos sus altavoces mediáticos si el caso hubiera sido al revés, es decir, que un revisor catalán hubiera expulsado de un tren a un abuelo y un niño españoles por el solo hecho de ser españoles y por hablar en español. El gobierno de Cataluña, por tanto, no puede descuidar un hecho como este. Y no sólo para cortar de raíz la idea de que ‘contra los catalanes todo vale’, sino porque estamos hablando de comportamientos que evocan a los estados norteamericanos racistas de mediados del siglo pasado, donde un negro tenía prohibido sentarse en un autobús habiendo un blanco de pie o podía ser expulsado de un tren con total impunidad por el solo hecho de ser negro. No fue la resignación, sino la firmeza de los negros en la defensa de sus derechos, lo que acabó con aquella discriminación racial. Los blancos racistas se pararon cuando los negros dijeron basta. En otras palabras: depende de nosotros. Llegarán hasta donde les dejamos llegar.

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