Enric Millo, portavoz de la caverna

El sometimiento de una colectividad a los designios de otra es imposible sin la colaboración parcial de la colectividad sometida. El dominador se puede imponer por la fuerza, sí, pero sin el colaboracionismo, es decir, sin el sumiso cargado de autoodio que le haga el trabajo sucio, la dominación tendrá poco futuro. Tarde o temprano, por más activo que sea el colaboracionismo, la dignidad dañada del dominado se regenerará y acabará recuperando lo que le fue arrebatado. España, por desgracia, ha encontrado en Cataluña muchos colaboracionistas. Especialmente entre la gente de derechas y acomodada. En general, se trata de personas militantes o simpatizantes de partidos de extrema derecha y ultranacionalistas españoles, como PP, Ciudadanos y PxC, que repiten como un loro las consignas de la caverna madrileña contra los derechos y las libertades nacionales de Cataluña. Son un ejemplo las declaraciones de Enric Millo, portavoz del PP, acusando el simposio académico «España contra Cataluña», celebrado días atrás en el Centro de Historia Contemporánea, de «alentar el victimismo y la hispanofobia». Madrid dicta y Millo repite.

A Madrid no le interesa que los catalanes conozcan su historia, no le interesa que tomen conciencia del ataque secular español que han sufrido en forma de represión militar, cultural, lingüística, económica y social. El españolismo sabe que la conciencia se fundamenta en el conocimiento, y el conocimiento es el arma más poderosa contra la opresión. Por eso Enric Millo anda tan ajetreado estos días repitiendo las consignas de Madrid. Millo es la versión catalana de los negros empapados de autoodio, que regañaban a los negros insumisos. La difusión de las barbaridades que el dueño había cometido se consideraba victimismo y amofòbia, y los negros que las denunciaban eran calificados de victimistas y amofóbicos. Unos cuantos años más tarde, Millo y su dueño de Madrid hacen lo mismo. El dueño de Madrid frunce el ceño y Millo riñe a los catalanes, el dueño de Madrid da un caramelo a Millo y Millo se eriza. «Qué lástima que la mayoría de catalanes no sean como tú», dice el dueño de Madrid a Millo. Y Millo responde: «Los catalanes son unos desagradecidos, amo». Lo que Millo no sabe es que el dueño de Madrid le desprecia a él más que a los catalanes insumisos. No se lo dice, porque le es útil, pero lo desprecia profundamente. Todo el mundo desprecia al que, falto de la más mínima dignidad, intenta destruir la dignidad de los suyos.

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