La política deportiva de Nelson Mandela

La muerte de Nelson Mandela, aunque era previsible, dado su precario estado de salud, ha golpeado a millones de personas en todo el mundo. De hecho, sería difícil encontrar un medio de comunicación importante que el mismo día o al día siguiente no le hubiera dedicado la portada. Por la misma razón, también han sido muchísimas las cadenas de televisión que en días posteriores han programado la película «Invictus», de Clint Eastwood. En esta película, como recordaremos, Eastwood concede una gran importancia a la final de la Copa del Mundo de rugby que las selecciones de Sudáfrica y Nueva Zelanda disputaron en el Ellis Park de Johannesburgo el 24 de junio de 1995. Ese día, antes de comenzar el partido, Mandela bajó al campo a saludar a los jugadores vestido con la camiseta verde de los Springboks -símbolo de la opresión blanca- y el número 6 en la espalda, que correspondía al capitán François Pienaar. Fue un momento histórico, aquel. Histórico y con unos efectos determinantes para la libertad en Sudáfrica. Joost van der Westhuizen, uno de los jugadores, lo expresó con estas palabras:

«En ese momento nos dimos cuenta de que había todo un país detrás de nosotros, y el hecho de que aquel hombre llevara puesta la camiseta de los Springboks era una señal, no sólo para nosotros, sino también para todo Sudáfrica».

Nelson Mandela sabía que en nuestra época no hay nada, absolutamente nada, que tenga un poder de cohesión mayor que el deporte, y consiguió que aquel partido y la ceremonia que la acompañaba supusieran un signo de reconciliación entre las dos comunidades de Sudáfrica. Los negros odiaban el rugby porque lo veían como un símbolo identitario del opresor blanco, pero Mandela, moviendo los hilos para que la selección cantara el himno zulú e incorporara jugadores negros, hizo que las cosas cambiaran radicalmente y que todo el país, absolutamente todo, estuviera pendiente del resultado.

Los falsos universalistas, los que dicen que no hay que mezclar política y deporte deberían ver este «Invictus», de Clint Eastwood, y comprobar cómo Nelson Mandela, líder mundial de la paz y verdadero universalista -él sí-, utilizó con magistral inteligencia la simbología del deporte para cohesionar a su pueblo y hacerlo sentir justamente eso: un pueblo orgulloso de su identidad nacional y de sus valores culturales. He aquí porque el españolismo -el mismo que dice que no hay que mezclar política y deporte- está en contra de la oficialidad de las selecciones nacionales catalanas y sanciona a los deportistas que se niegan a jugar con la selección española.

Llegados aquí, hay que aprovechar el partido de fútbol que este 30 de diciembre disputarán las selecciones de Cataluña y Cabo Verde en el estadio Lluís Companys de Barcelona para recordar dos cosas: una, que la Federación Catalana de este deporte nació en 1900, cuando la española aún no existía, y dos, que es España quien impide la oficialidad de la Federación Catalana. Por suerte, pronto se hará justicia y Cataluña, no tengamos ninguna duda, será miembro de pleno derecho de la Federación Internacional.

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