El fin de la Historia

Utilizo la expresión, pensando en la finalidad y justificación última de esta disciplina, que va a la deriva entre la exigencia de llenar los requisitos del conocimiento científico y su realidad de instrumento con el que se pretende mostrar -más bien probar- las mejores razones de quien afirma lo cierto y exacto de su discurso, cuando se aborda al ser humano en su condición de individuo y como integrante de la colectividad. Pretensión de ciencia para una explicación de los elementos que contextualizan la existencia y conflictos humanos desde una perspectiva dinámica y global, totalmente condicionada por los intereses enfrentados, individuales y colectivos; hasta el punto de que nunca se podrá afirmar que el científico observador -historiador- sea neutral. Esta limitación cuestiona la validez de nuestra disciplina, tanto más, si se atiende a las limitaciones de los instrumentos de investigación y estudio de que dispone, condicionados por lo inadecuado de los mismos en la determinación de los hechos -documentos de suma imprecisión que se refieren a una realidad múltiple y compleja-. Añádase a lo dicho, la desconfianza que despiertan quienes producen los mismos documentos, igualmente limitados en su condición de protagonistas o testigos interesados. No obstante, la Historia representa una necesidad para toda colectividad que lleva, finalmente, a considerarla de mayor interés que las mismas disciplinas utilitarias, las Ciencias de la Naturaleza.

Las consideraciones de Álvarez Junco en su artículo: los malos usos de la historia (EL PAÍS, 23/12/13), me impulsan a reanudar la reflexión sobre este caballo de batalla en un combate, más torneo confuso en el que cada combatiente busca su propio triunfo, que acción integrada en un plan estratégico concreto. A pesar de las limitaciones que se le achacan, por la subjetividad con que procede el presunto científico, -incluso por tergiversar datos- y la dificultad para una perspectiva global de los hechos que configuran el proceso histórico, la Historia constituye el instrumento de mayor eficacia, para reivindicar la legitimidad de un proyecto de ordenamiento colectivo, ante la misma colectividad y el reconocimiento exterior de ella. Esta circunstancia es la responsable de las discrepancias que encuadran el debate y polémica sobre la identidad y utilización de la materia. Los adversarios acostumbran a acusarse de manipulación de los datos, inadecuación de las técnicas empleadas e incomprensión generalizada del carácter de la disciplina; prácticas que se traducen en la distorsión con que son presentados los seres humanos -normalmente adversarios-, si no en conclusiones aberrantes al respecto.

La confusión a que da lugar el cruce de acusaciones de tergiversación de fuentes, incompetencia de métodos y desorientación epistemológica no viene causada exclusivamente por estas limitaciones de la Historia en su pretensión de ser reconocida como ciencia, sino que oculta los esfuerzos por descalificar al oponente con antelación, incluso en actitud inconsciente. No hay otro camino para salir de este atolladero, que la afirmación honesta por parte del historiador de la utilización interesada de su propia investigación, que persigue antes que nada exponer su punto de vista sobre los hechos y consiguiente validación de los planteamientos propios. Esta actitud parecerá a muchos atrevida e inaceptable, por implicar el uso en beneficio de parte de una disciplina, que proclama su obligación de contribuir a la objetividad del conocimiento. Cumplirá con esta exigencia, caso de actuar como proclama; que otros -incluidos sus contrarios- podrán alegar lo que consideren.

Y es que las limitaciones de manipulación, subjetivismo e inadecuación de las metodologías, exigidos en un objeto de estudio de variantes tan complejas, son insuficientes para descalificar a la Historia por inútil. Toda colectividad se enfrenta a la insoslayable necesidad de contar con un referente que exprese el acervo de su común imaginario, reflejado en los acontecimientos recorridos por las generaciones que precedieron a la actual. Junto a ellos las aportaciones de todas esas generaciones, unos y otras reconocidos en el presente como patrimonio del mismo colectivo. Ambos elementos representan el lazo que une a los individuos del mismo colectivo y defiende a este frente a la agresión externa, dirigida a disolver la cohesión de la comunidad; disolución siempre paso previo para el sometimiento de la citada colectividad. En estas coordenadas tienen lugar las polémicas que se pretenden motivadas por la necesidad de clarificación del sistema conceptual y metodológico de la disciplina histórica; polémicas que responden en realidad a los intereses del historiador.

Está de más denunciar la utilización de la Historia con los fines interesados que denuncia Álvarez Junco -entre tantos- a propósito del ciclo CATALUÑA CONTRA ESPAÑA, organizado por la Generalitat. Esta celebración encaja adecuadamente en la función de nuestra disciplina, al igual que las más diversas actuaciones en el terreno de lo político o en cualquier otra dirección. Por contra, considero no razonable la reclamación de evitar las perspectivas partidistas que señala el mismo Álvarez Junco. La pervivencia de la Historia en su condición de disciplina del conocimiento y -¿Por qué no?- científica, responde al impulso insuperable del individuo en defensa de lo razonable de sus intereses, sean estos de ámbito individual o comunitario. No se pretende en ningún caso, como se acusa demasiadas veces en medios profanos, que el pasado determine la realidad actual de forma insuperable. Al margen de las exigencias jurídicas en los terrenos privado, público y derecho de gentes, corresponde a los individuos del presente la determinación de sus proyectos de convivencia, en libre decisión -sin interferencias de terceros-, en función de su propia percepción. El conocimiento y, en su caso, ciencia histórica no deben rebasar el límite de lo que constituye la mera explicación – istorie-, exposición de hechos que muestran el proceso de evolución de las relaciones humanas hasta una situación concreta de acuerdo o conflicto, con la mirada puesta en la superación de este y ordenamiento de las relaciones colectivas. La Historia se limita a contemplar los hechos y el análisis de los mismos es el procedimiento para determinarlos. Pero corresponde al individuo la valoración de los mismos desde una perspectiva personal que le permite resaltar el factor de mayor relevancia desde la misma. El inconveniente de mayor nimiedad en tal contexto deriva del carácter subjetivo de la selección individual; el mayor… la manipulación de los datos…

La Historia no ha escapado nunca a tales condicionamientos. Su legitimidad como instrumento que contribuya a la determinación de lo justo, se encuentra ligada a la legitimidad de la causa defendida, como corroboración de la misma; no en vano tiene su origen en la necesidad de justificación de las partes en los conflictos humanos. En tanto que ciencia se encuentra sujeta a las exigencias de todo conocimiento, terreno este de inmensas limitaciones. Son estas particularidades las que crean confusión respecto a su idoneidad. En todo caso el debate deberá iniciarse con la afirmación de los intereses respectivos que mueven a las partes en conflicto -aun en la condición de presuntos testigos neutrales-. Creo que resultará de reconocimiento fácil el uso que ha hecho de la Historia todo tipo de colectividad, política, cultural y social. De hecho el cuestionamiento de que es objeto nuestra materia, tiene su origen en la inquietud de los gremios culturales de nuestras sociedades actuales, al haberse hecho patente y resultar inocultable el compromiso que les liga a los vigentes sistemas de valores del Mundo occidental.

En esta línea, los primeros en hacer mal uso de la Historia -y me atrevo a decir, quienes siguen pertinazmente en la brecha-, son los intelectuales ortodoxos españoles. Pretenden estos liberarse de sus demonios familiares con la afirmación de sus esfuerzos renovadores en un intento de superación de las limitaciones que reconocen ahora en sus predecesores históricos, -me refiero a los Altamira, Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz…- quienes impusieron en lo que toca al Estado español la verdad incuestionable de la unidad nacional desde los visigodos, la Reconquista como empresa colectiva y la gran hazaña civilizadora de la conquista americana. Hoy intentan traducir el expolio material y destrucción de las culturas nacionales de Navarra, Cataluña o Galicia, como convivencia de siglos y se atreven a acusar a sus vasallos de embaucadores y malos usos en general. El propio Álvarez Junco es figura relevante de este esfuerzo, de lo que constituye expresión acabada su MATER DOLOROSA y su más reciente HISTORIA Y MEMORIA. con pretensiones de análisis distanciado -selectivo también, quizás más de lo que es consciente- y, en definitiva, reconductor del imaginario histórico español. La reacción ante el ciclo de conferencias de la Generalitat nos pone en el debate sobre el relato histórico. Una vez más se evidencia el propósito del poder político en controlar el mismo, porque la legitimidad del poder aparece del lado de quien consigue imponer lo correcto de su relato.

No es esta una simple cuestión epistemológica, como pretende la intelectualidad española y la ingenuidad de quienes se han creído su confesión pública sobre la neutralidad del debate científico. Recordemos el caso de Franco con su causa general… con la que intentó responsabilizar a sus adversarios de la masacre que promovió. En lo que toca a la C.F.N. los esfuerzos para erradicar cualquier visión del currículum que no asuma la realidad institucional de Navarra (?), situación que ha llevado a la inspección policial de los profesores de modelo D en una muestra más del afán por obstaculizar el cuestionamiento del discurso histórico oficial impuesto por los defensores del amejoramiento. Hoy es el propósito proclamado por el ministro del Interior español de controlar el relato sobre terrorismo… Es la evidencia del mal uso de la Historia al que nos tiene acostumbrados el poder español y que no da lugar a la protesta de Álvarez Junco y congéneres. En esta dirección se pretende que la conciencia de nuestra colectividad acepte que el Franquismo fue un periodo de …extrema placidez…, al decir de Mayor Oreja y no Dictadura sanguinaria y represora que propició la reacción violenta de quienes la sufrieron. Es la búsqueda simplificadora del autoritario y agresor que pretende su propia legitimación, demonizando al adversario, sin dejar margen para el análisis ecuánime que evidencie la propia responsabilidad. Tal es la intención que persigue la actual capa dirigente española, cuando pretende determinar quiénes han sido las víctimas del conflicto, con desprecio hacia todo el sufrimiento en muertos, torturados, presos y demás víctimas de la represión -en definitiva todo el colectivo nacional de Navarra, por múltiples caminos-, con la mirada puesta en que se olvide la masacre y dictadura franquista, finalmente el último recurso de España para impedir la liberación nacional de Navarra y Cataluña.