Respuesta al ministro Margallo

Me ha sorprendido, pero no me ha molestado nada que usted don José Manuel García-Margallo, ministro español de Asuntos Exteriores, haya incluido un texto mío en su argumentario de 194 páginas sobre Cataluña destinado a las embajadas españolas. Me parece lógico que, en virtud del cargo que ocupa, le interese saber qué pensamos, de España, en otros países. Le agradezco, por tanto, que tenga la amabilidad de leerme y que, atareado como debe estar promoviendo la Marca España, dedique tiempo a hacer unas consideraciones sobre mis palabras. Lo que no me parece limpio por su parte es sacar interesadamente estas palabras de contexto; un contexto, por cierto, en el que yo denunciaba la ofensiva del gobierno español contra la lengua catalana y el ataque concreto de una sentencia que le niega el carácter de lengua preferente en los ayuntamientos. Del ataque a la lengua, sin embargo, usted no dice nada.

El artículo en cuestión, publicado en el Singular Digital el 2 de noviembre de 2010, se titula ‘La ofensiva contra Cataluña’, y usted lo traduce al español y del mismo destaca este fragmento:

• «En el caso de Cataluña y España, sólo una de las partes es demócrata, la catalana. La otra es totalitaria, arrogante y despótica, y eso complica las cosas».

Y a propósito de estas palabras, dice eso (que lo dejo en la lengua original para no endulzar su espíritu):

• «Esa propiedad del nacionalismo radical, del separatismo, la que consiste en promover un proyecto que necesita cancelar una vida en común para realizarse plenamente es, afortunadamente, una cualidad propia e intransferible. Ello significa que, mientras el propósito del independentista es poner fin a la convivencia con el otro, con aquel conciudadano del que quiere separarse, ese mismo conciudadano que se rechaza no tiene inconveniente en convivir con el independentista. Frente a un proyecto exclusivo, gana un proyecto inclusivo, gana en altura ética, en civismo, en valor social y político. No es que gane, es que, de los dos, es el único que puede reclamarse de esos valores”.

Estas, entre otras, son las instrucciones que, en forma de reflexión intelectual, usted da a los embajadores españoles para que las repitan ante todos los que se les dirijan interesándose por la independencia de Cataluña. Yo, sin embargo, si fuera ellos no las usaría. Más que nada, porque constituyen un insulto a la inteligencia que les desvalorizará como diplomáticos y que deteriorará -aún más- la imagen de España en el mundo. De entrada, llama la atención que usted, como miembro de un partido ultranacionalista español tache de «nacionalismo radical» todas aquellas fuerzas políticas catalanas que piden poder votar. ¿No le parece un contrasentido? Si querer votar es ser nacionalista radical, ¿Qué hemos de decir de la prohibición de votar?

Dice también que la necesidad catalana de «cancelar una vida en común para realizarse plenamente es, por suerte, una cualidad propia e intransferible». Es decir, que da por supuesto que ninguna nación necesita ser libre para poder realizarse plenamente. Esta, según usted, sería una necesidad exclusivamente catalana que no tendría ningún equivalente en el mundo. Me pregunto, entonces, a qué espera su país, España, para dejar de ser un Estado independiente. ¿O es que acaso habla por experiencia? ¿O es que acaso es España quien, a pesar de tener un Estado, no se ha realizado plenamente? Yo diría que es más bien esto, dado que su proyecto de hacer de la Península Ibérica una Castilla gigantesca, bajo el nombre eufemístico de España, ha sido un fracaso espectacular. Entiendo que debe ser traumático definirse como el país más antiguo del universo y no haber conseguido realizarse plenamente.

Sin embargo, si hay un aspecto de su argumentario que le aconsejo que revise es el que sataniza el derecho de los pueblos a la independencia diciendo que «el propósito del independentista es poner fin a la convivencia» con alguien que «no tiene ningún inconveniente en convivir con él». Hombre, ministro, no le parece una curva argumental demasiado burda afirmar que el que quiere convivir tiene superioridad moral sobre el que se quiere ir? ¿No le parece maniqueo presentar al primero como bondadoso por el hecho de querer mantener una convivencia con alguien que está harto de ella? Lo que no dice es que no se trata de una convivencia entre iguales, sino que el primero, el dominador, vive a costa del segundo, el sometido. Y tampoco dice que la parte que quiere mantener la convivencia, la dominadora, sólo acepta el independentismo si es débil, folclórico, minoritario y meramente ornamental. Si, en cambio, es lo suficientemente fuerte, serio, mayoritario y consecuente como para querer decidir por sí mismo, hay que satanizarlo. Por ello, mediante la ocultación de la verdad, se permitís el disparate de decir que el independentismo «no es inclusivo» y que carece de «ética», de «civismo» y de «valores sociales y políticos». O, dicho de otro modo, que Cataluña sólo puede ser inclusiva, ética y cívica si está subordinada a España. Si es un Estado independiente se convierte en execrable. Piénselo usted, ministro, porque criminalizando la independencia nos está diciendo que España, como Estado independiente que es, no es inclusiva y carece de ética, de civismo y de valores sociales y políticos.

Lamento, llegados aquí, que no se le hayan pasado por la cabeza estas dos cosas: una, que nadie se separa si es feliz, y dos, que ante la pretensión de superioridad de una de las partes, es un deber de madurez abrir la puerta y marcharse. Con todo, una cosa es lamentar y otra estar sorprendido. Y usted me ha sorprendido. Quizá es que por mi condición de aborigen de una de sus colonias no puedo entender cosas que usted encuentra normales, pero se las diré. No puedo entender que se atreva a hablar de ética y de valores sociales en calidad de miembro de un partido político fundado por un destacado exdirigente fascista; no puedo entender que se atreva a hablar de ética y de valores sociales desde su condición de figura relevante de un partido que se niega a condenar el franquismo y que subvenciona, desde el gobierno español, una entidad que lo glorifica; no puedo entender que se atreva a hablar de ética y de valores sociales sin avergonzarse de proteger un régimen que cometió miles de crímenes contra la humanidad, no puedo entender que se atreva a dar lecciones de democracia a Cataluña, un país que ya tenía Parlamento mucho antes de que sus antepasados aprendieran el significado de esta palabra, no puedo entender, en definitiva, que para poder despreciar la voluntad de la nación catalana tenga la osadía de negar su existencia. Aquel criminal al que se niega a condenar y que enmudeció nuestro Parlamento en 1939, cosa que también hizo el sanguinario Felipe V hace justamente trescientos años. Sin embargo estamos aquí, ya lo ve. Y la prueba irrefutable del fracaso de Castilla es que usted mismo dedica bastante tiempo a redactar dossieres de 194 páginas contra los derechos nacionales de Cataluña. ¿No le parece demasiado trabajo contra una nación que según dice no existe? Gracias por su consideración, señor Margallo, ministro español de Asuntos Exteriores.

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