El chiringuito de Palomo…

Chiringuito, lobera, zorrera, guarida de truhanes… ¡Vaya usted a saber las características del antro!

Se trata del estamento que siglos ha -imperio, franquismo, etcétera- movió y mueve los hilos de la parafernalia carpetovetónica. En otros términos, el cenáculo de -hoy las llaman castas- las cúpulas -¿o quizás cópulas?- monárquicas, partidistas, militares, mediáticas, empresariales, eclesiales…

Émulos de Juan Palomo, ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Procreadores arrogantes de leyes a la carta, donde el ciudadano ni pincha ni corta. Solo tributa, para la gran…, esa que los fenicios llamaban Astarté. Que se me entienda.

Da lo mismo que se trate de ilegalizar un partido, cambiar su sacrosanta constitución o de templar gaitas para la monarquía…

Ellos, que no la ciudadanía engañada, cabreada o desesperada… Los patrones de la ley, del hago y deshago porque se me antoja y a ver quién me dice que no, que os mando al animal de Zumosol…

Ahí pues les vemos, legislando a uña de caballo para que el rey de la montería se nos vaya de rositas cediendo el sillón todavía cálido a su vástago reconocido. Que los otros huelen a sangre plebeya…

El chiringuito pues, a mantener la vieja tropelía de ocupar el Estado, no para recrear un mundo nuevo, sino para perpetuar los modelos de corrupción. Ignorando una vez más que solo los trabajos colectivos de los pueblos y su voluntad son el motor del cambio. La esperanza de un mundo más justo… En fin… no quiero ser reiterativo.

Pero, la verdad, a cualquiera se le ocurre que ya no estamos para monsergas monárquicas. No son tiempos.

Pero incluso cuando lo eran, al menos en Navarra, el espíritu era bien diferente. Porque lo que es la monarquía hispana da grima. Y esto no es algo que uno se lo haya inventado…

«Los navarros -apunta Lacarra-, permanecían atentos y vigilantes a que las extralimitaciones de la potestad regia no alterasen en lo más mínimo el derecho público tradicional de la monarquía navarra. Dignidad regia que se fundamentaba en el juramento de los reyes, de cumplir estrictamente el derecho del país y los fueros o libertades, de los estamentos sociales…».

Por eso, muchos navarros, cuando se nos habla de impunidad real o de incumplimiento de las normas éticas más elementales por parte de la monarquía, la repudiamos.

Y es que nuestro sistema foral no admitía semejantes desórdenes monárquicos. Me refiero a esa moral escandalosa, subvencionada con dinero del contribuyente, enriquecimiento fraudulento, prácticas ecológicas inconfesables, etcétera.

Veamos un ejemplo. En la crisis de sucesión, tras la que Juana II y Felipe III de Evreux ascendían al trono, existe una demostración inaudita de la soberanía del pueblo navarro. Se trata de la actuación política e institucional de los estados del reino, que no tiene parangón en los reinos contemporáneos europeos. Soberanía que no solo había limitado el poder del Rey, sino que claramente impedía que tales reyes se atrevieran a considerar el reino como algo propio. Lacarra explica ampliamente hasta qué punto la soberanía popular navarra controlaba y limitaba la jurisdicción regia. Todo lo opuesto a la castellana. Y que, al parecer, su alma feudal se ha perpetuado hasta hoy.

Y ya no es únicamente que el mantenimiento de la monarquía nos parezca algo injusto y anacrónico. Se trata de que además de imponértela, te obliguen a tolerar y silenciar sus escándalos, injusticias, despropósitos, jactancioso desparpajo, etcétera.

Ése y no otro es el quid de esta malhadada democracia, que nunca fue tal. Ni nunca lo será mientras esté condicionada por los órganos –potroak– cuarteleros.

El interés del chiringuito del maestro Palomo en mantener la monarquía es un intento más para intentar cambiar algo, para que nada cambie.

Otra fraudulenta transición con parecidos personajes. Que en el fondo, los huéspedes del chiringuito -el viejo búnker- son un trasunto que sigue apestando a franquismo e imperio nacionalcatólico: padres de la patria, puro alcanfor sociata, o tufo de sacristía o camisas viejas o trasnochados monárquicos… Siempre dispuestos con sus máximas dogmáticas a manipular, mentir, asustar y amenazar al ciudadano… Lo que sea para mantener las prebendas del chiringuito patrio… Ahí, donde dominguillos, ministriles y mamporreros meapilas te flagelan con morales tridentinas, normas inquisitoriales… O donde salteadores de caminos arramplan impune y reiteradamente el monedero del esquilmado ciudadano…

Y es que mientras no consigamos erradicar este pertinaz tumor de las entrañas del Estado, este país de países permanecerá enfermo. Viajando por el esperpento y la desolación…

Lo que significa: seguir sin resolver el gravísimo conflicto que supone negar la soberanía -por supuesto el derecho a decidir- de los pueblos. Disolver de una vez por todas ese magma en que se apelmazan sin solución la independencia de los estamentos que nos definió Montesquieu. Esa pasta insoportable, corrupta y maloliente en que se amalgaman esos bichos de la política…

Solucionar la fuga de cerebros y de savia joven, que esta convirtiendo a este país en un parque de niños y jubilados alucinados…

Y, por supuesto, dar de una vez por todas la voz a la ciudadanía sin mamporros ni cortapisas legalistas ad hoc… ¡Que se acaba de una vez por todas la filosofía de Juan Palomo!

Porque, por supuestísimo, si el poder emana del ciudadano, que nos pregunten. Que no creo que en las actuales circunstancias estemos para jaimitadas ni azules ni princesitas rosas…