Receta para una mala resaca obamaniaca

Lo peor tras una borrachera no es la resaca, es el clavo. Dicen que se quita «bebiendo» más, y es probable que eso ocurra. Pobres los que durante por lo menos los dos próximos años, cuestionen nada de lo que proponga el «negro de blanco corazón», y no se sigan tragando el pensamiento correcto obligatorio, tendrán que seguir lidiando con cada vez peores brebajes, hasta que al final exhaustos deberán apuntarse a la correspondiente Asociación desintoxicadora anónima, para recobrar la cordura elemental. Hasta entonces ahí va una pequeña receta de choque.

Estas son el único tipo de borracheras de las que puedo decir con orgullo que soy abstemio. Somos muy pocos los que no nos emborrachamos en fechas obligatorias, pero es verdad que el declive navideño y la falta de ligas o copas del equipo del corazón, impulsan sin duda a que todo el mundo se apunte a saraos como el de la victoria del Tío Tom allá por los EE.UU de América.

Lo cierto es que es pronto para hablar de resaca. Los que han llegado al éxtasis y al coma están abducidos para una larga temporada. De ahí que los nombramientos y quinielas que empiezan a emerger, no hayan generado el lógico dolor de cabeza, que siempre lleva a la frase «nunca más me emborracharé». Si con esta caterva va a mimbrar el lehendakari Obama el cambio ese presunto, que nos pillen confesados en adelante.

Pero como digo, es pronto para aguar la fiesta a los convencidos y los que siguen de gaupasón. Los sobrios en estos temas es lo que tenemos, «no sabemos disfrutar del momento», y con nuestra crítica sobriedad deslucimos el maravilloso mundo virtual que emana de los efluvios obamaholicos.

Mientras toda «la gente de bien» sigue en el mundo de yuppie, me voy a permitir comentar un par de ideas sobre la ejemplar elección que «ha cambiado al mundo».

Busca que te busca y la «madre de todas las democracias» sigue siendo ciertamente huraña en la publicación de datos. Me explico. Lo cierto es que para empezar, el asunto de la sobriedad ante la obamamanía no tiene que ver con la personal hacia el electo, surge desde un parámetro que nadie cuestiona: la legitimidad democrática del Sistema americano, y en concreto de su sistema electoral.

El sistema electoral es rico en anecdotario. Rocambolesco como no podía ser menos, pero su concepción es profundamente antidemocrática. Como siempre reivindico, un sistema electoral que no considera el sufragio universal como eje práctico para garantizar la participación popular, no es democrático.

Y tampoco son democráticas las interpretaciones interesadas que mediatizan la realidad obviando o escondiendo datos fundamentales, que también son cruciales y opcionales de todo sistema democrático que se precie: la abstención.

El censo

Por norma general, el censo universal emana desde la Administración acogiendo en su seno al 99% de los ciudadanos, pero en EE.UU depende de la voluntad del individuo. El censo es censitario, decimonónico, predemocrático como dirían los politólogos del Pensamiento obligatorio.

Parte de la voluntad individual por apuntarse a esa suerte de Partido Unico bipolar obligatorio, pese a que luego se vote a uno minoritario legitimador, siempre y cuando se cumpla la larga lista de requisitos jurídicos y económicos preceptivos.

¿Cuánta gente está censada en EE.UU? Ese dato fluctúa y es inestable. Las variaciones de los censos universales son meras correcciones estadísticas con efectos de pequeño porcentaje, mientras que la determinante variabilidad causal de los requisitos del censo norteamericano trastoca de modo dinámico los censos, generando efectos subjetivos que distorsionan los porcentajes censitarios.

De este modo es difícil concretar el número exacto de personas censadas, y la variabilidad de una elección a otra y de un territorio a otro es brutal.

Dando por buenas las estadísticas generales que hablan de un 40% de personas que «no se han apuntado» (teniendo en cuenta que parcialmente el dato varia algún punto por estados, razas y clase). «No apuntadas al censo, significa que o no tienen dinero para pagar la inscripción, o tienen antecedentes penales, o no cumplen los requisitos de ciudadanía, o se abstuvieron reiteradamente en elecciones anteriores y han sido «eliminadas», entre otras razones. Eso significa que el 40% de la población de EE.UU, mayor de edad, no puede votar en las elecciones.

Partimos entonces de la premisa de que en EE.UU ha podido votar solo el 60% de la población mayor de edad.

La abstención

En ese 60% de electores, la participación ha sido históricamente baja. Generalmente, la abstención, es decir la gente que se ha preocupado y ha podido apuntarse para votar y luego no lo ha hecho, ha rondado entre el 55% y el 60%. Es decir las elecciones siempre las ha ganado la abstención, por lo que la falta de legitimidad de los resultados ha sido una constante histórica, desde un punto de vista radicalmente democrático.

En estas últimas elecciones, es cierto que la participación ha sido mayor, ¿pero cuánto mayor? No existen datos sobre la abstención, solo datos finales de votos por candidato. No queda más remedio, sumemos votos y hagamos la cuenta de la lechera:

En el Partido Unico, Obama ha sacado 65’5 millones «devotos» y Mcain 57’4 millones (¡poco menos!), es decir el 53% y el 46% del voto. El resto, el paripé de opciones, que el Sistema «permite» para dar imagen de pluralidad (Nader, libertario, verde, socialista, reformista, constitucionalista…) han sacado entre todos 1’5 millones de votos, un 1% de los votos, o sea que el total al 100% escrutado es de 121’7 millones de votantes.

En EE.UU han votado 121 millones de personas. Si la población total sobrepasa los 300 millones de habitantes, ha votado el 40% de la población. Es decir, entre no censados y abstencionistas, ¡se ha quedado en casa más de la mitad de la población!

Es decir, si seguimos el redondeo orientativo, si de ese 40% del total, casi la mitad ha votado a Mcain y la otra mitad pasadita ha votado a Obama, vemos que a Omaba realmente solo le ha apoyado el 20% del total de los habitantes e EE.UU (algo más del apoyo que tuvo Obush), sin tener en cuenta el fraude crónico en estos procesos sin garantías.

Pero nada de esto importa. El voto popular no determina, no es directo, no vale igual en función del estado en que se resida. Es el voto electora es el que determina. Es otra de la aportaciones de «la madre de todas las democracias», se vota sí, pero para escenificar: desde hace tiempo se le llama votocracia y se aplica por doquier en decenas de democracias homologadas por EE.UU y sus aliados.

Los votos electorales que se reparten en función del censo de cada estado, en este caso Obama ha arrasado con 364 votos electorales sobre los 162 de Mcain, no tienen nada que ver con las proporciones de voto real. Pero no importa, es la grandeza del «sistema americano». Y lo mejor, es que la asignación de votos electorales por estados se ha basado en el censo utilizado, al igual que en el 2004, ¡el del año 2000! ¡Aúpa!

El Sistema y modelo de democracia planetaria, se basa en un sistema electoral elitista en el que además de la falta de censo universal, y de la falta de voto directo, es imposible participar en política si no se es millonario.

Estas han sido las elecciones más caras de la Historia. Han sobrepasado los 1000 millones de dólares y para que un candidato pueda participar ha de tener por lo menos 100 millones de dólares de base de partida un año antes.Otro gran indicador de la «independencia» del los candidatos de cara a «cambiar» el Sistema.

Obama será presidente de EE.UU, pero dudo mucho de que «sea negro» con respecto a lo que significa políticamente el termino respecto a las necesidades de las minorías, y dudo también mucho de su legitimidad democrática. Hoy por hoy hablar de EE.UU, es hablar de muchas cosas pero de una claramente no: de democracia. Con sus matices, pero al igual que en Rusia, o Marruecos, de democracia más bien nada. De democracia radical, por supuesto, democracia esencial que significa igualdad de oportunidades, libertad, participación, crítica, horizontalidad y respeto, antítesis todo ello de lo que hoy define a la democracia neoliberal de la que EE.UU es paradigma: verticalidad, corporativismo, representatividad, censura, represión, imperialismo, tolerancia, sumisión, sectarismo.