Pamplona de mi querer

Somos muchos los irusemes que urgidos por los años o quizás por insuperables nostalgias, no se si huimos o nos apenan los sanfermines. En cualquier caso, siempre te queda alguna ventana televisiva a estas “nuestras fiestas sin igual”. Que los medios no están para desaprovechar eventos que narcoticen al “populacho”

Y ya vemos lo que “te echan” por semejante “vomitorium” televisivo. ¿Qué puede pensar uno, sea “PTV”, o  simple urbanita de la capital navarra, a nada que posea un elemental  ramalazo crítico?

La idea que cualquier televidente puede extraer de la capital del viejo reino, de no conocerla en circunstancias normales, ha de ser forzosamente bochornosa.

La sensación de esa masa -nunca mejor dicho- que se agita entre blanco y rojo y que por momentos se transfigura en sucios cárdenos… Evidentemente sin adscripción de cosecha… (Sabemos que son tonos bien garrafoneros, con su correspondiente entorno de miasmas ácidos y orines)

Porque lo que las agencias de la desinformación nos detallan de nuestra Iruña es eso… Una inmensa bacanal de vino y sangre… Que para eso tenemos nuestros miuras y otros hierros…

Pamplona se convierte en uno de los grandes centros báquicos del mundo, a la altura de Río, Munich…etc… Cede su soberanía ciudadana al imperio de “la orgía y el desénfreno”.

Y no echemos la culpa de Hemingway… Que “La fiesta” del yanqui, según mi criterio, tenía otras connotaciones más nobles. Allí aparecían con más claridad nuestras raíces, y no esta cutrez de “la globalización”.

Ya sabemos que la autenticidad de la fiesta está en las sociedades de la vieja Iruña, en las peñas, en los tendidos de sol… Que uno también fue joven y se coció bajo las rociadas de ajoarriero y los obuses de los bocatas…

Y que además está eso del momentico…

No podemos olvidar que los sanfermines nacen como casi todas las fiestas de una entente entre lo profano y lo divino… Lo divino o  del vino tan hermanados en los ritos ancestrales…

Y que uno ha de entender que mucha gente oiga llorar al santo, -“nuestro ferminico” que decía mi vecina- cuando oye una jotica.  Y que además, no sabemos que sería de esa barahúnda de guiris –dicen que sólo el 10% es autóctono…- sin su capotico. ¡Buen acierto el que allá por el s. XII o así, nos  importó al morenico!

Pero a lo que voy, que la canícula nos corta el trote.

¿Cuantos se van de Iruña con la sensación de haber conocido la capital de los vascones, las entretelas de sus burgos y sus misterios, sus vicisitudes…? ¿Cuántos han meditado el porqué se amuralla  una ciudad para defenderla de sus propias gentes?

¿Quienes han reflexionado porqué el Gora San Fermin o el “Entzun arren San Fermin” ese? ¿A que viene el tal idioma?

Sabemos lo que venden  los ”tour operator” esos. El recorrido del encierro, y las murallas, por aquello de los accidentes de los despistado sanfermineros…

El hecho de que ni romanos, ni godos, ni castellanos ni españoles hallan intentado aniquilar y en el mejor de los casos asimilar nuestra cultura y a los propios navarros, no cuenta.

El que una humilde ciudad como Iruña, gracias al espíritu noble e indomable de muchos de sus hijos, mantenga todavía sus esencias, -algo debió ver Shakespeare- debiera merecer un mínimo interés.

Y la verdad, no es que esperemos poco de nuestros gobernantes, siempre pesebreros de la corte española, es que les tememos.

Preferimos que estén quietos. Porque, estos abanderados de la navarra foral y española, cada vez que mueven un dedo es para desprestigiar, humillar o destruir nuestra cultura y patrimonio vascos.

Ellos sin duda, son los que con su márquetin cínico, ramplón e ignorante, se esfuerzan en difundir esta imagen de una Pamplona sucia, cutre y despersonalizada. Una ciudad, cuya oferta se concreta en  inmensas cogorzas, lascivia a tutiplén, desmadre colectivo…

Sin duda esta no es mi Pamplona, Pamplona de mi querer…  Y la pregunta que uno se hace, es si por ser uno de Pamplona ha de pagar este tributo. Porque fiestas, las que sean, pero ¡a este precio…! Dios, ¡que cascarrabias nos hacen los años…!

Josu Sorauren