El ‘conocimiento creador’

Debo el título al ensayo que sobre Lenguaje e Historia escribiese en su día el filósofo hispalense Emilio Lledó. De origen andaluz, como el cordobés Séneca, del que María Zambrano seleccionara textos clásicos de muy difícil superación, introduciéndonos ella misma en el sentido de la cultura, pues al privilegio que el hombre tiene de contar con antepasados, nos dirá la filósofa malagueña, se añade el de poseer una cultura: “Y es que tener cultura, estar en una cultura, es tener detrás de la vida individual de cada uno un tesoro a veces anónimo, a veces con nombre y figura. Es poder recordar, rememorar. Pero también, en un trance difícil, aclarar en su espejo nuestra angustia e incertidumbre”. Empero, la condición andaluza de los tres no hace menester contar con una misma interpretación filosófica. Hecha esta aclaración, lo que sí viene a cuento es el que cada uno de ellos en momento dado hayan abordado cuestiones que tienen que ver con la política y su dimensión histórica, en el sentido entresacado por el mismo Lledó de Raymond Aron cuando, en su Introducción a la filosofía de la historia, llegara el último a comentar: “El pasado de mi colectividad lo descubro parcialmente en mí mismo: cuando me intereso por él no obedezco a una simple curiosidad, no busco recuerdos o imágenes; me esfuerzo por descubrir cómo mi colectividad ha venido a ser lo que es, cómo me ha hecho lo que soy”. Añadiendo el mismo Lledó el que esta doble implicación del historiador hace que: “Si la historia es inseparable del historiador es porque lo que somos es, sencillamente lo que hemos sido”.

La cuestión de la relación del historiador con la historia es la que realmente aquí nos interesa. Primero, porque no existe una historia absolutamente imparcial, y a las pruebas me remito. Segundo, porque el historiador en infinidad de ocasiones es partícipe de la ideación de un imaginario que viene inducido por los directos intereses del poder o, en su caso, de la propia subversión ante aquél. Cuestión de interpretación de la memoria de unos hechos que en tantas ocasiones sólo toma en consideración la parte oficial de la misma, aquella que viene plasmada en documentos y monumentos.

No obstante, el pensamiento del filósofo sevillano va aún más allá. Reflexionando sobre la cuestión del tiempo en la historia llega a afirmar: “De la misma manera que el hombre histórico no es el hombre de la naturaleza, así tampoco el tiempo humano es el tiempo de la materia. El tiempo histórico es fundamentalmente pasado, o sea, tiempo que se ha proyectado hacia el historiador, hacia el presente, bajo una forma de determinado relieve […]. El pasado histórico, al ser pasado, no existe más que como resto de un presente. Este existir como resto significa, entre otras cosas, que el pasado tiene que ser reconstruido y, en consecuencia, que nuestro conocimiento de él tiene que ser un conocimiento creador. Conocimiento, porque la historia parte de los datos que le suministra el pasado, y solo desde ellos y con ellos, ha de ponerse en marcha; creador, porque, al presentarse el pasado bajo la forma peculiar del resto, el conocimiento histórico tiene que procurar el ensamblaje de estos restos en una estructura que los armonice y dé sentido.”

La primera deriva de esta conclusión no puede ser otra que aquella que abre las puertas a la interpretación. Así, no puede ni debe, ni sería tampoco conveniente, defenderse la existencia de una sola exégesis del relato histórico, constatando el acontecimiento como un hecho sin vuelta atrás cuando en su origen las variables del mismo bien pudieran haber derivado en otro presente muy diferente al dado. Este procedimiento tan cómodo para el estatus de lo establecido no consiste sino en reducir la forma múltiple, plural, del acontecimiento en un unívoco absolutismo determinista de lo acaecido. Es también el origen paramnésico de otras muchas presuntas indeterminaciones que obvian la realidad presente amparándose en el imaginario, algo así como la memoria de los sueños aproximándonos al nebuloso mundo de la leyenda, de lo mítico y del significado de su simbolismo. Un síntoma de inconformidad que por lo mismo vino en parte a ser recogido en un afamado ensayo como en su día fuera el de Jon Juaristi, El bucle melancólico, no teniendo mayor relevancia intelectual al margen del hecho incuestionable de la constatación de este síntoma presente en toda sociedad, y no sólo y únicamente en la nuestra, salvo, eso sí, en sus particularidades. En El bosque originario, la misma fórmula anteriormente aplicada desde la óptica política asume la tradición literaria haciéndola extensible al resto de sociedades que en el caso que nos trae, más que analizadas son criticadas.

La historia y la memoria colectiva pueden ser pensadas como los dos cuernos de una antinomia donde los progresos de la historiografía retraen continuamente el pasado imaginario que ha sido construido por la memoria colectiva”, nos dirá el filósofo de la ciencia Paolo Rossi, matizando el pensamiento al respecto de Maurice Halbwachs en contraste con las ideas de Philippe Ariès, para quien “el llamado a la memoria colectiva y a las memorias privadas permite a los historiadores abandonar el terreno de los acontecimientos públicos, de la cronología oficial, para asomarse al mundo de la vida privada, de las mentalidades, de las historias locales que fueron sumergidas y derrotadas en el momento del triunfo de la historia en detrimento de la memoria”. Estas constituyen otro nivel del relato sistemáticamente despreciado por el poder sea cual sea su ideario y procedencia.

La conclusión al respecto de Paolo Rossi consiste en llamarnos la atención sobre el que: “Detrás de las modas se esconden a menudo motivaciones muy serias: la actual, casi espasmódico interés por la memoria y el olvido está ligado al terror que sentimos por la amnesia, a las siempre nuevas dificultades que se interponen a nuestros intentos de conectar, de un modo aceptable, el pasado, el presente y el futuro”. Y en ello la terna constituida por cultura, relaciones de poder y memoria constituyen una perfecta combinación sobre la que se asienta la dialéctica en torno a la vida de los pueblos y de sus individuos.

Julio Urdin Elizaga
Noticias de Navarra