Todos sospechosos

Hace ya muchos años, cuando murió el dictador Franco, dieron varios días de luto oficial, con el plus de fiesta laboral. Aprovechamos unos amigos el cierre de la oficina para ir al monte, al Pirineo. Nos ubicamos en un refugio de montaña, en Uztarrotze, cerca de Izaba. Como era habitual, nada anormal, tuvimos la visita de la Guardia Civil. Y nos reprendieron porque mi gorro -hacía ya mucho frío, estábamos a finales de noviembre- tenía los colores de la ikurriña.

 

La verdad era que lo había comprado en Italia, pero sus colores, rojo verde y blanco, efectivamente coincidían con los de la ikurriña. Tuvimos una pequeña discusión, en los límites que obviamente podía discurrir una de ese tipo. ¿Por qué no lleva los colores de la bandera andaluza?, me dijeron. Me quedé sin mi gorro italiano que, también tengo que admitirlo, portaba por su tonalidad que asemejaba a la de la bandera vasca.
Los ciudadanos vascos transportamos en nuestra imagen colectiva el efecto del pecado original, que dirían los católicos, o el del delito, que acuñan constantemente guardias, jueces o talibanes españoles que, por cierto, hay demasiados. Nos cuesta expresarnos con rotundidad, por temor a represalias. Siempre dando explicaciones.
En los aeropuertos de vuelta al Estado, ya puede haber una cola ágil, que cuando nos llega el turno, nuestra vecindad en alguna localidad vasca provoca, indefectiblemente, la ralentización. Comprobar datos, escanear nuevamente el pasaporte y, probablemente, alguna pregunta de rigor. Lo habitual.
Hace ahora ya nueve años sufrí en propias carnes, una experiencia que Alfonso Sastre hubiera calificado de «pintoresca, pero también grave». Llevaba varios viajes de ida y vuelta en un corto espacio de tiempo, investigando la desaparición del delegado vasco Jesús Galíndez en 1956, y las oscuras grietas en la muerte del lehendakari José Antonio Agirre, en 1960.
Como ya fue de sobra conocido, fui detenido en Nueva York y posteriormente deportado a Madrid. Al día de hoy sigo sin saber las razones de aquella expulsión de por vida, que por cierto afecta también a mis familiares más cercanos, aunque intuyo, por detalles de los interrogatorios, que tenía que ver con los dos temas citados.
Lo sorprendente del caso reside en que algunas de las preguntas que me realizaron tenían que ver con otro «Iñaki Egaña». Lo recordarán, el candidato a presidir el pasado año a los socialistas de Bizkaia, que finalmente no salió elegido. Ese Iñaki Egaña es el portavoz del PSOE en las Juntas de Bizkaia. Y eran preguntas sobre el socialismo, la visión mundial de la Internacional, etc. Entonces era presidente de EEUU George Bush Jr. Y ya sabemos que durante su mandato, la mayoría de la humanidad tenía cuernos y rabo.
Aquella experiencia, surrealista desde la distancia, me confirmó algo que sospechaba. Los vascos somos, todos al margen de nuestra adscripción o procedencia ideológica, sospechosos por el mero hecho de haber nacido o residir en esta tierra. Los que se escapan a esta interpretación lo son porque durante años han hecho un ejercicio sostenido de pleitesía que, incluso a veces, ni sirve.
Poco antes del inicio de la campaña electoral, el PP de Madrid arremetió contra Iñaki López, natural de Portugalete, por un programa en La Sexta. No sigo apenas la televisión, y tenía acotado a Iñaki López en programas de variedades, es decir sin ideología detallada, lo que a veces supone tendencia hacia la desideologización. Quizás me equivoque. Lo sorprendente es que el PP madrileño acusó a López de que «su condición de vasco influye en los contenidos del programa». Una más.
Los días previos y posteriores a la final de la Copa de fútbol, nos han dejado un reguero de situaciones «pintorescas pero también graves». La sonrisa de Aritz Aduriz cuando sonaba el himno español (siempre está con ella en la boca) ha servido para que numerosas plumas lo hayan empalado. Contra alguna de ellas, he leído en algún medio, el Athletic ha presentado una querella criminal.
Hace cuatro temporadas, el jugador entonces de la Real, Antoine Griezmann, señaló la Ikurriña de su camiseta después de meter un gol al Getafe, en Madrid. Una celebración habitual con escudos, banderas, colores… excepto para vascos y sus equipos. El joven Griezmann recibió un sonoro abroncamiento que tuvo su eco en diversos medios. Pidió perdón públicamente y llegó a añadir «me he comportado como un niño». Perdón, ¿por qué?
Mikel Landa, después de un Giro espectacular, subió al podio y cometió el «error», de no quitarse su gorra de ciclista cuando sonaba el himno del estado del ganador de la carrera, el madrileño Alberto Contador. Mikel Landa es alavés, de Zuia. Vasco. Le han zurrado desde todas las esquinas de la Piel de Toro.
Apenas importa que Contador fuera desposeído por doping de la primera posición del Tour de 2010. Entonces señaló que había consumido un solomillo de vaca facilitado a su equipo por ¡un carnicero de Irun! Y que el solomillo de marras llevaba clembuterol (anabolizante). Puso el dedo en Javier Zabaleta, el carnicero vasco de Irun que tuvo que defenderse públicamente ante las acusaciones. El Tribunal de Arbitraje Deportivo le sancionó al ciclista con dos años, por dopaje y descartó la fábula del solomillo, que en realidad era de ternera. Contador reside desde 2013 en Lugano (Suiza). Dicen que en un paraíso fiscal, pero qué más da. Al parecer es un «buen español».
Los ejemplos se multiplican entre los dedos que aporrean las teclas de mi ordenador. No hay espacio ni para una milésima parte. Les recomiendo el ya histórico «Mil y una coces contra la disidencia» (2003), donde encontrarán algunas de las perlas que guarda cada uno de nosotros. Refresca la memoria. Está libre de derechos, accesible en Internet.
No quiero abandonar este artículo sin añadir que a los vascos sospechosos, en general, se les añade otra suposición. La mayoría es de ETA. Abrumados de esperpentos, el director del diario madrileño de Vocento, un tal Bieito Rubido, llegó a decir que el socialista Eduardo Madina, víctima de ETA, «sentía un odio guerracivilista hacia el PP y simpatizaba con ETA». Real. Búsquenlo en la hemeroteca de abril de 2013.
Un par de décadas antes, una periodista del diario El País puso el listón en lo más alto. Se representaba en el Teatro Arriaga de Bilbao una obra de Alfonso Sastre, «El viaje infinito de Sancho Panza». En un momento de la obra, el actor principal declamó: «La trinidad de Gaeta os guíe, mi señor». La redactora escribió que «La trinidad de ETA os guíe, mi señor». Más adelante, en su crónica, continuaba, que las «alusiones a ETA y a sus presos aparecen en varios momentos de la obra». Recordaba el pasado de Sastre y el presente de su compañera, Eva Forest, entonces senadora de Herri Batasuna. Para apuntar el objetivo: la pieza de Alfonso Sastre estaba subvencionada por la Sociedad Estatal Expo 92 y por el Tren de Alta Velocidad. Por lo visto, inversión en etarras.
La verdad era bien otra. Sancho Panza, tal y como aparece en «El Quijote», narraba la «Trinidad de Gaeta», un lugar que Cervantes ubicaba al norte de Nápoles (Italia) y era cuna de caballeros andantes. El daño estaba hecho, Gustavo Pérez Puig, el director, tuvo que remover cielo y tierra para desmontar la mentira. Pedro Ruiz, el actor principal y recitador de las frases que supuestamente hacían «apología del terrorismo», tomó el micrófono en una sesión posterior en el mismo Arriaga para dejar clara su filiación, poniendo a caer de un burro a todo lo relacionado con la izquierda abertzale. El País tuvo que rectificar.
Pues eso. Toda la vida defendiéndonos por la condición de ser vascos. Escuchando barbaridades, sufriendo latigazos que no tienen ningún fundamento, más que el del acoso permanente. Vapuleos de todo tipo, como dijo Alfonso Sastre tras aquel absurdo del Arriaga, «pintorescos, pero también graves».

 

Naiz