Todo va bien si acaba bien

Hoy miércoles se presentará en el Parlamento el acuerdo al que han llegado los partidos soberanistas y las entidades de la sociedad civil, lo que incluye el desacuerdo de la CUP. Después de unas semanas de tensión y de una batalla campal innecesaria, se ha llegado a la conclusión pragmática, que es, además, la que las encuestas avalan y la que buena gente soberanista deseaba.

El líder del PSC, Miquel Iceta, dijo ayer que la presencia del presidente catalán, Artur Mas, y del líder de ERC, Oriol Junqueras, en una misma lista unitaria para las elecciones del 27S es la «evidencia de una anomalía democrática» , donde el presidente y el jefe de la oposición tienen «el mismo proyecto». Tiene toda la razón. Es una anomalía que él debería denunciar, si no tuviera en la cabeza un proyecto unionista antidemocrático, porque esto es así por la imposibilidad de convocar un referéndum soberanista con todas las garantías. Y lo que digo vale para él y para Camats y Herrera o Coscubiela, hoy atrapados en manos de los unionistas de Podemos.

Los frentes amplios siempre se plantean en momentos excepcionales. Por ejemplo, ante las dictaduras, los regímenes que sistemáticamente adulteran la democracia, como era la costumbre de algunas «democracias» latinoamericanas, o bien cuando una colectividad nacional, con una fuerte percepción de pertenencia a pesar de la falta de reconocimiento, se siente amenazada por el Estado que teóricamente debería proteger sus derechos. Los pongo sólo dos ejemplos.

Eslovenia se declaró independiente, de manera unilateral, el 25 de junio de 1991, pero una año antes Serbia había roto, también unilateralmente, la federación yugoslava porque no aceptó la presidencia rotatoria impuesta por la Constitución de 1974 con la excusa de que los presidentes croata y esloveno tenían un perfil ideológico derechoso. Ciertamente, en mayo de 1990 los eslovenos habían votado en unas elecciones libres y los secesionistas de la coalición Demos obtuvieron en ellos la mayoría, el 54%, por delante de los excomunistas, transformados en Partido de la Reforma Democrática, que tan sólo lograron el 17%. ¿En qué consistía esa coalición? Pues agrupaba un amplio abanico de posiciones: liberales, socialdemócratas, democristianas, la Alianza Agraria y los ecologistas. Después del conflicto y la consolidación del nuevo Estado -por primera vez en la historia Eslovenia se constituía como Estado independiente-, la coalición dejó de tener sentido y fue disuelta definitivamente en junio de 1992. Este es el caso que se parece más al nuestro, pero, claro, el contexto era muy diferente.

El Frente Amplio (FA) uruguayo, fundado el 5 de febrero de 1971, fue una coalición entre los partidos socialista, comunista y democristiano que lideraban, respectivamente, José Pedro Cardoso, Rodney Arismendi y Juan Pablo Terra, pero que tuvo como líder carismático el general retirado Líber Seregni , antiguo militante del Partido Colorado, de centro, el cual abandonó por discrepancias sobre el régimen político. En las elecciones presidenciales de ese año, en 1971, Seregni obtuvo un muy buen resultado pero no ganó. Lo que echó por tierra el experimento fue el golpe de estado de junio de 1973, que a pesar de que destrozó la democracia uruguaya no logró doblar ese frente amplio de demócratas. Con los años, el FA perdió la variedad ideológica de sus inicios, aunque finalmente, en 2004, consiguió hacer llegar a la presidencia al socialista Tabaré Vázquez. Pero eso ya es harina de otro costal. Lo importante había sido el espíritu regeneracionista de sus inicios.

Las coaliciones entre partidos de tendencias diversas son, evidentemente, una anomalía. Una anomalía necesaria cuando el enemigo es fuerte y no está dispuesto a transigir. En Lleida, los socialistas se han aliado con C ‘s y echan la culpa a CDC para justificar la elección. Cada uno elige a quien quiere de acompañante, ¿verdad? Entre los soberanistas de base, todo el mundo sabe que los aliados naturales son los partidos que están por el Estado propio y el ejercicio de la democracia. Es bueno, por tanto, que acabe bien lo que habría podido terminar mal. El unionismo, como dice Eduard Voltas, tiene ahora un problema ante el 27-S, porque deberá asumir el plebiscito e intentar ganarlo. Los indefinidos, los que hacen ver que resolver el pleito nacional no tiene nada que ver con la mejora de las condiciones sociales, agrupados en torno a Podemos, tendrán un doble problema, porque su populismo gauchista no ligará nada con el debate central que presidirá las próximas elecciones.

De momento, sin embargo, el soberanismo ha hecho lo que tocaba: ponerse de acuerdo incluso en lo que les separa. A partir de ahora que cada uno trabaje su campo con decisión y valentía para recoger el máximo número de votos. Es necesario que los unionistas no vean ninguna carta buena.

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