Ahora que está cerca

La semana pasada este artículo habría comenzado recordando lo que José Zaragoza dijo hace años al periodista Vicent Sanchis sobre la comodidad con la que, con independencia del candidato elegido, los socialistas ganaban las elecciones a la alcaldía de Barcelona. «Si presentáramos un sofá, también nos votarían», dijo el entonces secretario de organización del PSC. Mi tesis habría sido que, en la hipótesis de máxima turbulencia e incertidumbre en la oferta electoral del soberanismo, es decir, incluso si esa extraña lista civil «sin políticos» hubiera sido encabezada por un sofá, había que votarla.

Ha sido, sin embargo, un gran alivio saber que al final se conseguía un gran acuerdo que desvanecía buena parte de las incertidumbres. En resumen: que no deberíamos votar a un sofá. A esa lista civil sin políticos, una idea pensada a la desesperada, se le debe reconocer el mérito de haber devuelto la cordura todos. Porque tenía todos los inconvenientes. Uno, que era una unidad que delataba a gritos la desunión de fondo. Dos, que los civiles, una vez en la lista, ya habrían llegado a ser tan políticos como los que se querían evitar, y no se habrían ahorrado el ser etiquetados -justa o injustamente- por supuestas afinidades partidistas. Tres, que el 28-S abría un período de inestabilidad parlamentaria y gubernamental tan grande que habría disuadido a los electores menos osados. Y, finalmente, que nos volvíamos a poner la cuerda en el cuello con una fecha para unas nuevas elecciones sin tener ni idea del marco político que dejaría la victoria soberanista del 27-S, y menos aún, una hipotética derrota.

La solución acordada, obviamente, tampoco resuelve todas las incertidumbres porque lo que vamos a hacer es de una magnitud tan grande y depende tanto de factores que no controlamos que sólo podemos salir bien parados asumiendo un nivel de riesgo importante. Un riesgo al que no se puede hacer frente con la actitud de los que van por la vida exigiendo -generalmente a los demás- actitudes kamikazes, sino todo lo contrario: con la máxima previsión, prudencia y astucia posibles. Las independencias baratas -como gusta decir ahora, low cost- no existen. Pero tampoco tiene ningún sentido la arrogancia de añadir riesgo al riesgo, sino que la victoria exige controlarlo cuanto más mejor.

A partir de ahora, la mayor parte de la energía precisamente deberá concentrarse -quedan pocas semanas- en lograr que se supere la aversión al riesgo de los que ya saben que la independencia es el único camino posible para hacer un país mejor, sobre todo teniendo en cuenta que España hará todo lo posible para intimidarlos. Y el objetivo se puede lograr de dos maneras. Primera, teniendo el riesgo cuanto más controlado mejor, es decir, minimizándolo a base de explicar qué y cómo se actuará a partir del 28-S. Y segunda, transmitiendo autoestima, coraje, ilusión, confianza y mucha serenidad. Que nadie lo dude: este es el país del mundo que ha preparado mejor su vía democrática hacia la independencia.

Superada esa etapa del «ya me gustaría, pero es imposible» -que, sin querer, nos saboteaba el propio futuro- y a dos meses del 27-S, debemos dejar atrás aquello de «¿lo lograremos?». En el tramo final hay que dejar aparcadas las inseguridades y actuar con la certeza de que tenemos la victoria en nuestras manos. ¿Con una fe ciega, entonces? De ninguna manera: con una firmeza lo más razonable posible. Por ejemplo, haciendo números. El censo electoral de este 27-S estará en torno a los 5.250.000 catalanes con derecho a voto. En el caso de una participación alta, del 70 por ciento, la mayoría absoluta favorable a la independencia se logrará con 1.837.500 votos. Y sabemos que el 9-N, en un proceso participativo lleno de obstáculos prácticos -de identificación, de número de colegios electorales y urnas, de propaganda…- y sin eficacia jurídico-política, 1.897.274 ciudadanos ya se manifestaron favorables a la independencia. ¡En tono chulo podríamos decir que aún nos sobran 60.000! Pero, siendo serios, lo que hay que conseguir es que todos aquellos volvamos a votar por la independencia, y que se añadan los que tuvieron dificultades prácticas para hacerlo y los que no supieron ver la relevancia de ese primer gesto de desafío al Estado. Y, claro, los que en vista de las nuevas provocaciones del Estado se acaben de convencer de que no hay alternativa posible. Podemos superar muy bien los dos millones de votos y obtener más del 55 por ciento de apoyo.

Que nadie piense que llegaremos al 27-S sin más desgarros. Cuando terminan los que nos hacemos nosotros mismos, vienen los de fuera. ¡Pero qué demostración de fuerza democrática será la que daremos en el mundo, y qué lección de compromiso con el bienestar de nuestros hijos y nietos y de fidelidad a los que nos han precedido en el combate por la dignidad del país!

ARA